Historia en Imagenes (II) - Ayuntamiento de Alcolea de Calatrava

Corrió el tiempo; los años de la posguerra pasaron y con ellos
las mayores penurias. Todo evolucionó, también lo hizo la mocedad.
Entonces ya había crecido el número de jóvenes en el pueblo y una
economía casi exclusivamente agraria como la que existía no podía
garantizar un futuro próspero a la nueva generación. Ese motivo fue el
detonante de que muchos de los jóvenes tuvieran que emigrar a la capital,
a otras regiones (Madrid, Comunidad Valenciana, Cataluña, País
Vasco…) e, incluso, a otros países (Alemania, Suiza, Francia…). Los
pocos que quedaron, dada su escasísima formación, seguían teniendo
en el campo y el ganado su principal ocupación ya que apenas existían
profesiones liberales, algún albañil o carpintero, y más escasos eran aún
los que tenían posibilidad de cursar estudios de bachiller o superiores.
La situación de las muchachas era incluso más difícil. Las únicas salidas
laborales pasaban por el trabajo agrario temporal o bien por el trabajo
doméstico por cuenta ajena en casas de la gente con más recursos, bien
fuera en el pueblo o en la capital. Aunque también existía la posibilidad
de trabajar para alguna modista al tiempo que aprendían a coser, conocimientos
básicos para la futura ama de casa.
Para los muchachos la incorporación al Servicio Militar significaba
el paso decisivo, casi como un rito iniciático, a la edad adulta;
de ahí la expresión “en la mili te harás un hombre” que les decían sus
mayores. El tallaje de los mozos tenía lugar en el Ayuntamiento un
año antes del sorteo de los destinos y constituía la entrada en quintas.
Era este el momento aprovechado para la celebración de una comida en
el campo. Previamente todos los quintos salían por las calles, de casa
en casa, pidiendo la “voluntad” con la que sufragaban los gastos de la
fiesta la cual duraba hasta bien entrada la madrugada. Aprovechando la
complicidad de la noche para realizar las más variadas, aunque inocentes,
gamberradas como llevar carros a la Santa Cruz, realizar pintadas,
empujar los coches hasta la plaza, etc. Pasado un año, se reunían en el
Ayuntamiento para saber el destino definitivo de cada uno y entonces se
pintaban con una tiza en la espalda la letra del lugar correspondiente y
de esta guisa recorrían las calles del pueblo acudiendo a la casa de cada
uno y las de las novias para comunicar la noticia.
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