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En anarquía - Camille Pert - del Kolectivo Conciencia Libertaria

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“<strong>En</strong> <strong>anarquía</strong>” de <strong>Camille</strong> <strong>Pert</strong><br />

Es un buen chico, uno de los mejores trabajadores de la fundición de Deville… Hace dos años<br />

tuvo la desgracia de ser cogido en un engranaje… eso le dejó las manos como usted acaba de<br />

ver. Sus patronos probaron que el accidente sobrevino por su culpa y que no le debían nada.<br />

– ¿Y era eso cierto?<br />

Constancia se encogió de hombros.<br />

– ¡Poco cuesta soltar la palabra imprudencia! ¿Acaso se niega una pensión a aquel a quien<br />

inutiliza una bala?... ¡se le dice jamás «ha sido imprudente»? El obrero que vive en el peligro a<br />

merced de un instante de olvido, ¿no está como sobre un campo de batalla?<br />

– Sin embargo, se han hecho leyes.<br />

– ¿Y no sabe usted que todas pueden falsearse?... El patrón de Jorge, humano, pero previsor,<br />

no asumió ninguna obligación respecto de aquel a quien había roto los miembros, pero le<br />

concedió la existencia. Ahora se va, queda en paz.<br />

– ¡Es casado ese hombre?<br />

– Tiene una mujer en cuyo tercer parto quedó extenuada, y gana muy poco… El mayor de los<br />

hijos tiene cinco años.<br />

Sucedió en silencio. Se oía confusamente la voz de Bergés detrás de la puerta. Constancia hizo<br />

un gesto.<br />

– ¡<strong>En</strong> fin, esperemos que serán felices en el cielo! concluyó irónicamente.<br />

Se sentó otra vez a la mesa y quedó absorta en su escritura. Sabourin con expresión insensible,<br />

no escuchaba, no miraba a nadie; se hallaba muy ocupado en copiar fajas.<br />

Se abrió de nuevo la puerta y entró un personaje de cuerpo largo y desgarbado, que bajó la<br />

cabeza para entrar, con aquel movimiento instintivo de los hombres altos que atraviesan un<br />

umbral inmediatamente elevado.<br />

Los ojos de Emilio lanzaron un relámpago de satisfacción.<br />

– ¡Al fin, Gerald!<br />

Y esperó ansioso; porque, a pesar suyo, el recuerdo de la mujer encontrada ocho días antes le<br />

dominaba… ¿Si vendría a hablarle de ella?<br />

Pero el hombre alto estrechó la mano de Emilio sin mirarle, y echó un paquete de cuartillas<br />

manuscritas <strong>del</strong>ante de Constancia.<br />

– He aquí mi artículo.<br />

Ella le hojeó ligeramente.<br />

– Demasiado largo, dijo lacónicamente.<br />

El otro se manifestó firme.<br />

¡Pues no suprimiré ni una línea!<br />

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