En anarquía - Camille Pert - del Kolectivo Conciencia Libertaria
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“<strong>En</strong> <strong>anarquía</strong>” de <strong>Camille</strong> <strong>Pert</strong><br />
Las lágrimas corrían silenciosamente entre los dedos de la Charrier. Por fin, separó sus manos,<br />
las sacudió y pasó su manga sobre sus ojos.<br />
– ¡Qué malo es el mundo y que dura es la vida! dejó escapar con desconsuelo infinito.<br />
El niño que estaba en la cuna, verdadero fantasma de flacura, se movió, destacándose sus<br />
grandes ojos y algunos bucles rubios, pálidos y lacios que encuadraban una frente demasiado<br />
ancha.<br />
– ¡Mamá, tengo hambre!...<br />
La mujer sintió cólera.<br />
– ¿Quieres callar?<br />
El niño, asustado, se hundió en su cuna reproduciendo su queja sorda.<br />
– Vamos, tome esa moneda, dijo Emilio con el corazón desgarrado.<br />
Ella, obstinada, rechinando los dientes, lanzó la máquina a escape, con rabia.<br />
– ¡No, no; no tenemos necesidad; lo aseguró!... Este niño es fastidioso… no piensa más que en<br />
comer… ¡en algo ha de pasar el tiempo!...<br />
CAPÍTULO IV<br />
– <strong>En</strong>tonces, decía Bonthoux, con su voz lenta, ruda y de inflexiones vulgares, dije a la pobre<br />
mujer: «¿No te has dirigido al patrón de tu difunto?»<br />
«Sí, dijo, pero me respondió que si hubiera de socorrer a todos los que lo necesitaban, pronto<br />
quedaría sin un céntimo».<br />
<strong>En</strong> la reducida trastienda de la taberna Lavenir, iluminada por una mala lámpara de petróleo,<br />
Emilio, Gerald, Bonthoux y Augusto, hablaban acodados a la tabla negra y grasienta que<br />
llenaba casi por completo la pieza.<br />
Por la puerta entreabierta se veía la sala de los consumidores casi vacía, a causa de lo<br />
avanzado de la hora, ancha, baja de techo, con vigas mal labradas que le sostenían. Algunas<br />
lámparas arrojaban una luz indecisa entre la espesa niebla de las numerosas pipas fumadas<br />
durante la velada. Un acre hedor de tabaco, de licores, de humanidad, envenenaba el aire. <strong>En</strong><br />
el fondo, detrás <strong>del</strong> mostrador de zinc, lleno de botellas y copas, la viuda Lavenir hacía media;<br />
era gorda, su cuello rodeado por un pañolón de lana, apenas permitía ver un perfil vago y una<br />
cabellera espesa y gris, anudaba sobre su cabeza.<br />
– Y he aquí, continuó la voz monótona <strong>del</strong> carpintero, como un pobre diablo trabajará años y<br />
años ganando escasamente lo preciso para cubrir su piel y llenar su vientre y el de sus<br />
pequeñuelos… Llega luego el día en que liquida… La mujer, después de haberse sacrificado<br />
cuidándole… no puede impedir que las criaturas liquiden también…<br />
Se detuvo, bebió de un trago lo que quedaba en el fondo de su vaso y se echó hacia atrás de<br />
brazos cruzados apoyándose en la pared. Era un hombre de cuarenta años, anchos hombros,<br />
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