En anarquía - Camille Pert - del Kolectivo Conciencia Libertaria
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– Ruth Etcheveeren.<br />
“<strong>En</strong> <strong>anarquía</strong>” de <strong>Camille</strong> <strong>Pert</strong><br />
<strong>En</strong>tonces se calmó, la contempló por su respuesta amistosa, esforzándose en no ver sino la<br />
mujer, su igual, su inferior si se quiere, en aquella criatura que juzgaba a pesar suyo tan<br />
diferente de aquellas a que hasta entonces se había acercado.<br />
Ella le interrogó aún.<br />
– ¿Dónde vive usted?<br />
El joven vaciló, después mintió:<br />
– Calle Armand-Carrel, 23.<br />
De repente se avergonzó <strong>del</strong> sentimiento que le impulsó a dar la dirección de Gerald Lagoutte,<br />
un compañero, casi un burgués, relativamente bien domiciliado, en vez de indicar francamente<br />
la calle de la Verrerie, donde la viuda Lavenir, su madre, tabernera, le reservaba un cuarto<br />
estrecho y oscuro.<br />
No obstante, se excusó a sí mismo. Si verdaderamente esta mujer quisiera visitarle, en casa de<br />
Gerald estrían más tranquilos que en la suya, donde Luisa, su querida, podía expulsarlos a<br />
cada momento.<br />
Ruth le examinaba curiosamente.<br />
– ¿<strong>En</strong> qué se ocupa usted?<br />
– Soy cortador en los talleres de Weill.<br />
Buscó ella un instante en su memoria. ¿Weill, el gran fabricante de trajes hechos para<br />
hombres?... Sí; un oficio decente… He aquí por qué son tan finas sus manos de obrero.<br />
Después examinaba sus ojos de soñador y de exaltado.<br />
– ¿Lee usted mucho?<br />
– Tanto como puedo.<br />
– ¡Socialista?... ¡Anarquista!<br />
Se irguió con energía y no respondió, molesto e irritado por la sonrisa indulgente de aquella<br />
mujer.<br />
No insistió.<br />
– Caller Armand-Carrel, 23, repitió. Bueno, visitaré a usted.<br />
Después, sin decir palabra, ni expresar signo alguno le plantó la joven, volviendo con paso<br />
indiferente a la ancha acera donde la multitud pasaba y repasaba ante las ricas tiendas.<br />
Por medio de la calle transitaban los tranvías con rapidez, lanzando agudos silbidos, y sus rieles<br />
separaban el muelle en dos zonas bien distintas: a un lado la industria, el hormiguero obrero, el<br />
trabajo rudo y sin tregua; al otro, las tiendas rebosando ruidosas inutilidades, la masa perezosa<br />
de sus burgueses y de sus mujeres paseando su ociosidad y su lujo.<br />
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