En anarquía - Camille Pert - del Kolectivo Conciencia Libertaria
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– Voy en busca <strong>del</strong> doctor Hem.<br />
“<strong>En</strong> <strong>anarquía</strong>” de <strong>Camille</strong> <strong>Pert</strong><br />
El sufrimiento se cuela por todas partes; la muerte clava sus uñas en todos los rostros; pero hay<br />
desgraciados a quienes la frecuencia de esos dolores los vuelve casi insensibles. <strong>En</strong> cambio,<br />
cuando el dolor oprime al rico, los cuidados y el bienestar lo atenúan. <strong>En</strong> la casa <strong>del</strong> pobre la<br />
enfermedad establece su dominio como soberana absoluta y trae consigo un infierno.<br />
Pronto volvió Emilio seguido de Paul Hem, con una chaqueta ordinaria, sin corbata, con una<br />
gorra vieja de pana que embellecía su rostro expresivo, de rasgos finos, óvalo prolongado y<br />
barba negra cortada en punta.<br />
La enferma se había tranquilizado; pero no dormía, y sus ojos se iluminaron con una mirada de<br />
alegría al ver ante sí al doctor.<br />
– ¡Gracias, señor Hem!<br />
Conocía al médico como todo el pueblo de Ruan. ¡Cuántas veces había llevado sus hijos a la<br />
consulta gratuita y diaria <strong>del</strong> doctor!<br />
– ¿Cómo vamos? dijo alegremente. ¡Qué mujeres estas!... ¡Nunca saben parir solas!<br />
Una débil sonrisa entreabrió los labios de Marta.<br />
– ¡Qué bueno es usted, y cómo le agradezco su visita!<br />
– ¡Oh! dijo el doctor sacando una bujía de su bolsillo, encendiéndola y examinando a la enferma<br />
con mirada inteligente. ¡Agradézcaselo a Emilio!... Ya sabe usted que no visito… No puedo; son<br />
harto numerosos los que me necesitan…<br />
Una luz más viva iluminó la pobreza de la habitación. Hem percibió dos niños de cuatro a cinco<br />
años que se habían levantado despertados por los gritos de su madre…<br />
– ¡Qué hacen ahí esos chiquillos! ¡Acuéstense, granujas!...<br />
Luisa cogió a los pequeños y los colocó nuevamente en su lecho.<br />
– ¡No se muevan de aquí! dijo en tono de amenaza.<br />
Y puso <strong>del</strong>ante de ellos la cama en que dormía con Magdalena.<br />
– ¿Y tú, hija mía? dijo el doctor con tono de lástima dirigiéndose a la niña. Más valdría que te<br />
acostaras también.<br />
Pero Magdalena, juntando las manos en ademán de súplica, dijo:<br />
– ¡Déjeme usted ayudar al cuidado de mamá!<br />
El doctor no respondió, acostumbrado como estaba a aquellos sacrificios infantiles.<br />
– ¿Tiene un poco de ropa? preguntó a Luisa.<br />
Esta tomó dos sábanas, algunas camisas y unos cuantos trapos: era todo lo que poseía su<br />
familia.<br />
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