En anarquía - Camille Pert - del Kolectivo Conciencia Libertaria
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“<strong>En</strong> <strong>anarquía</strong>” de <strong>Camille</strong> <strong>Pert</strong><br />
<strong>En</strong>tonces, en pie, el hijo, <strong>del</strong>gado, fino, rubio, se puso frente a su madre. Sus ojos chispeaban<br />
de entusiasmo, <strong>del</strong> mismo modo que los de la mujer flameaban con resplandores de crimen. Si<br />
su voz temblaba, era por exceso de emoción, no por cobarde temor.<br />
– ¡Veinticinco años, sí, veinticinco años han transcurrido desde aquellos días de duelo!<br />
Precisamente por eso es necesario olvidar, borrar aquel pasado ya lejano, volver<br />
obstinadamente nuestros ojos hacia el porvenir, conservar nuestra piedad hacia los mártires,<br />
olvidando que hubo quien manchó sus manos en nuestra sangre. ¡Perdón! ¡olvido! <strong>En</strong> todas las<br />
épocas hubo hombres que se desgarraron como fieras. ¡Y hemos de conservar eternamente<br />
esos odios! ¡No, no; borremos el pasado!... ¡Que las manos se tiendan, que los pechos se<br />
toquen fraternalmente! ¡Proletarios y burgueses todos son hombres… la materia que les forma<br />
es idéntica, la muerte los iguala a todos! <strong>En</strong> verdad, el tiempo de la fraternidad y de la concordia<br />
se acerca… Pero así como es preciso que el burgués se despoje de su soberbia y <strong>del</strong> oro que<br />
detenta inicuamente, es preciso también que nosotros rechacemos nuestros rencores y los<br />
recuerdos sangrientos que nuestros padres nos legaron ¡Es preciso ir a los ricos como a<br />
hermanos, para que como hermanos nos acojan! Sólo a costa de ese sacrificio es posible la paz<br />
social.<br />
Se calló, como agotado por la vehemencia con que sazonó el fin de su discurso.<br />
Arsenia protestó con un brusco movimiento negativo que hizo caer su espesa cabellera.<br />
– ¡Renegar la sangre!... ¡Renegar los sufrimientos de nuestros mártires!...<br />
– ¡Muchacho! dijo la voz clara y burlona de Augusto, ¡ya puedes mirar al burgués como a un<br />
hermano… que él no verá en ti sino un bastardo! ¡La República que nosotros queremos es a su<br />
idea una perdida a quien hay que encerrar en San Lázaro!...<br />
Emilio se dirigió entonces a Bonthoux y dijo angustiosamente.<br />
– ¿Crees tú que jamás sus ojos se abrirán a la luz y que no se ablandará su corazón… que sus<br />
manos no se tenderán francamente hacia las nuestras?...<br />
El interrogado vaciló.<br />
– Espero que sí, dijo en voz baja. De otro modo habría mucha que hacer… nada menos que<br />
llegar hasta el exterminio.<br />
CAPÍTULO V<br />
El primer acto de Manon se hallaba ya bastante a<strong>del</strong>antado en el Gran Teatro de las Artes. Ruth<br />
Etcheveeren, la pintora de genio original que en pocos años se había conquistado un nombre<br />
en el mundo artístico de París y de Bruselas, escuchaba inmóvil en su palco, sola como de<br />
costumbre.<br />
<strong>En</strong> un instante en que la música la dejó indiferente, levantó los ojos por casualidad hacia la<br />
galería <strong>del</strong> tercer piso… Sus párpados batieron ligeramente y sus ojos quedaron fijos: había<br />
reconocido a Emilio Lavenir, apoyado en la <strong>del</strong>antera, que la devoraba con sus miradas.<br />
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