En anarquía - Camille Pert - del Kolectivo Conciencia Libertaria
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– ¡Ven! ¡ven pronto! suplicó.<br />
“<strong>En</strong> <strong>anarquía</strong>” de <strong>Camille</strong> <strong>Pert</strong><br />
Emilio se vistió apresuradamente reconquistando por detalles penosos su vida habitual, dejando<br />
a Ruth y los radiantes sueños de la noche allí en una vaga lontananza.<br />
– ¿Quién asiste a Marta? preguntó, en tanto que él y su compañera caminaban<br />
apresuradamente por las calles sombrías y desiertas.<br />
– Nuestra vecina la señora Brunet y Magdalena, que se ha despertado.<br />
– ¿Has llamado a la comadrona?<br />
– Sí, pero estaba borracha… No he podido despertarla. He ido en seguida a la calle<br />
Beauvoisine, en casa de otra, y no estaba… He llamado a la puerta <strong>del</strong> convento de las siervas<br />
de Maria, pero a esas horas no se responde…<br />
Quedaron en silencio; sus pasos resonaban en la estrechez de la callejuela. La joven lanzó una<br />
exclamación angustiosa.<br />
– ¡Dios mío, si habrá muerto!<br />
Apresuraron más su marcha y hablaron ya hasta llegar a la habitación; alta, en un montón de<br />
casuchas cuya silueta apenas se adivinaba en la oscuridad de la noche.<br />
El último piso, Luisa empujó rápidamente una puerta.<br />
– ¿Cómo está? preguntó anhelante.<br />
La habitación era larga y estrecha y se hallaba mal iluminada por una lamparilla. Delante de la<br />
estufa había una mujer arrodillada que encendía fuego, cuya operación llegaba de humo la<br />
mísera estancia, y levantándose respondió una voz baja:<br />
– Parece que ésta mejor. Los dolores han cesado y se ha dormido.<br />
Luisa exhaló un suspiro de consuelo y se dirigió al lecho para ver a la paciente. Una niña estaba<br />
a la cabecera, en pie, descalza, envuelta en un mal capotón, con sus cabellos negros sueltos<br />
por la espalda, teniendo fijos en su madre sus grandes ojos con la expresión de la piedad y el<br />
mayor espanto. Todo su ético cuerpecillo temblaba de frío. Emilio se acercó y vio a la mujer<br />
rígida, como muerta, con la cabeza inclinada sobre la dura almohada, los párpados cerrados<br />
sobre la órbita hundida, la piel lívida y pegada a los huesos salientes de los pómulos y de la<br />
mandíbula. Su pecho descarnado se descubría por la abertura de la camisa, y la colcha grosera<br />
que cubría la acama acusaba la deformación <strong>del</strong> vientre.<br />
– ¡Vive! interrogó Luisa con espanto.<br />
– Sí, si; respondió con voz imperceptible la pequeña Magdalena.<br />
Y su manecita acarició suavemente la ósea muñeca y la mano deformada de la planchadora.<br />
– Ves; está caliente… y además aquí se sienten latidos.<br />
Permanecieron todos algunos minutos inmóviles, oprimidos, indecisos.<br />
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