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En anarquía - Camille Pert - del Kolectivo Conciencia Libertaria

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“<strong>En</strong> <strong>anarquía</strong>” de <strong>Camille</strong> <strong>Pert</strong><br />

Y en el tono de su voz se adivinaba el miedo que la invadía. Hacía pocos días que había muerto<br />

su hermana, y su nerviosidad habitual se había aumentado después de aquella desgracia<br />

soportada con el aparente estoicismo de los pobres.<br />

Gerald empujó a las dos mujeres.<br />

– Pasen ustedes al otro lado y no falten a las entradas.<br />

Desde el centro de la escena dio tres fuertes palmadas y se ocultó en los bastidores de la<br />

izquierda, mientras que el telón subía pausadamente.<br />

La tela <strong>del</strong> fondo representaba un vago paisaje. La entrada <strong>del</strong> burgués, provisto de sus<br />

arraigos de pesca, obtuvo un gran éxito de risas; y el diálogo grotesco que siguió entre él y su<br />

esposa, zalamera y celosa, fue muy <strong>del</strong> gusto de la concurrencia: los aplausos y las risas<br />

interrumpían a los actores a cada instante; pero la escena siguiente, de un realismo atrevido,<br />

entre el burgués y la criada, una tierna niña entregada a la picardía egoísta y cruel <strong>del</strong> amo,<br />

suscitó un interés ardiente, en que la alegría se mezclaba a bruscas manifestaciones de<br />

rebeldía. <strong>En</strong> el momento en que por la brutalidad y las amenazas iba a cometerse la violación,<br />

apareció el desarrapado que con su relación indignada, soberbiamente lanzada por el joven<br />

litógrafo, con su palabra clara y un tono algo enfático, produjo en la concurrencia frenético<br />

<strong>del</strong>irio. Cautivado, por la aparente realidad de la escena que Luisa, el zapatero y su compañero<br />

representaban con sus corazones, sus almas y sus nervios, los espectadores lanzaban<br />

exclamaciones, observaciones directamente dirigidas a los personajes, convertidos en<br />

caracteres verdaderos en su febril imaginación. El fracaso <strong>del</strong> burgués, su rabia impotente<br />

cuando el pueblo, por la boca <strong>del</strong> hijo de la miseria le arrojó al rostro sus vicios, sus siniestros<br />

ridículos, su impúdica suciedad, fueron acogidos con amenazador entusiasmo… Cada uno se<br />

sentía aliviado al oír su pensamiento de odio tan bien traducido.<br />

La aparición de la dama, sus reproches al infiel esposo y sus cómicos ataques de nervios,<br />

dieron expansión al ánimo.<br />

Era bueno reír después de las emociones que acababan de experimentarse.<br />

El silencio se impuso de nuevo, completo, profundo, en aquella sala atestada de gente, cuando<br />

la joven arrojada de casa de sus amos, sin pan, sin techo, dando la mano a su protector, tan<br />

desgraciado como ella, comenzó el apóstrofe para el cual el autor temía la excesiva emoción de<br />

la actriz.<br />

«¿Me despide usted? exclamaba la joven dirigiendo al burgués sus ojos claros y chispeantes y<br />

resonando su voz cristalina en el fondo de la sala. ¡Me despide usted! ¿Es acaso por haberle<br />

servido mal? No, he puesto toda mi voluntad, todas mis fuerzas en cumplir sus órdenes; me he<br />

plegado muda, obediente, a los menores caprichos de la señora; he sufrido cuanto he podido<br />

sus ultrajes; a mí, pobre mujer, se me ha acumulado el trabajo; a mí, virgen, se me ha insultado<br />

con palabras y gestos indecentes. He inclinado la cabeza, he aceptado todo… he ocultado mis<br />

lágrimas y mi vergüenza. ¿No había de ganar mi pan? ¡Hoy, sin remordimiento, sin piedad, me<br />

despide usted!... ¿Dónde quiere usted que vaya? ¿A quién voy a suplicar? ¿No son todos<br />

ustedes iguales? ¿Puede reclamarse de ninguno compasión y respeto? ¡Oh, malditos sean<br />

explotadores de la pobreza, tiranos de la debilidad, asesinos de hombres, violadores de<br />

mujeres!... ¡Cobardes! ¡que no contentos con acuchillar nuestras carnes y nuestros gemidos!»<br />

Se detuvo lanzando en derredor miradas extraviadas, después avanzó rápidamente con los<br />

brazos extendidos, los ojos desmesuradamente abiertos, espantosa como el Dolor y la<br />

Demencia personificados, y, cambiando inconscientemente la última frase <strong>del</strong> texto, dominada<br />

por su trágico <strong>del</strong>irio, dijo:<br />

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