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En anarquía - Camille Pert - del Kolectivo Conciencia Libertaria

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Un agente hizo ademán de echarle mano, diciendo:<br />

– ¡Soy bruja! ¡Si la atrapo otra vez!...<br />

La mujer desapareció rápidamente por una de las puertas de la iglesia.<br />

“<strong>En</strong> <strong>anarquía</strong>” de <strong>Camille</strong> <strong>Pert</strong><br />

Aquel incidente animó a la concurrencia, que empezó a cantar y a empujarse suavemente,<br />

cuidando de no traspasar los límites señalados por la tropa. <strong>En</strong>tre tanto los convidados se iban<br />

presentando: se nombraba a los hombres; se contemplaba los trajes deslumbradores de las<br />

mujeres; se celebraba la hermosura y se dirigían burlas acerbas a las feas. Las señoritas<br />

empenachadas, cubiertas de seda, de encajes, de lentejuelas y de pieles, verdaderas muñecas<br />

de lujo, provocaban admiración, ironía o indignación.<br />

– ¡Monos sabios! dijo una voz colérica, ¡que llevan a rastra con qué alimentar durante un mes la<br />

familia de un honrado trabajador!...<br />

El continuado ruido de los carruajes dominó el de la concurrencia. Los municipales se reunieron<br />

y abrieron paso en dirección de la calle por donde la comitiva aparecía. La multitud, rudamente<br />

rechazada, protestó, gritó; se cambiaron pisotones, trompazos e insultos; se oyeron gritos<br />

agudos de mujeres, cubiertos en seguida por carcajadas, relinchos de caballos y ruido de<br />

coches sobre el desigual empedrado de la calle estrecha y de la plazuela de la iglesia.<br />

<strong>En</strong> el umbral de la puerta central, abierta de par en par, se hallaba el párroco, revestido de sus<br />

vestiduras sacerdotales y rodeado de su clero, esperando (silueta dorada y arcaica destacada<br />

sobre el fondo oscuro de la nave), mientras que la prometida, velada de blanco, <strong>del</strong> brazo de su<br />

padre, con uniforme de general de gala, subían la escalinata con estudiada lentitud. Seguía el<br />

cortejo, organizado apresuradamente entre la doble fila de soldados que defendían con mucho<br />

trabajo las gradas de la escalinata contra aquella multitud cada vez más indiscreta y<br />

vehemente.<br />

<strong>En</strong> el interior <strong>del</strong> templo, los blandones <strong>del</strong> altar daban una luz amarillenta y oscilante en la<br />

semioscuridad <strong>del</strong> coro, mientras que detrás y todo alrededor, en un hemiciclo luminoso brillaba<br />

la admirable cristalería de los ventanales que hace de San Maclou una especie de extraña y<br />

preciosa linterna. Sobre el altar, a derecha e izquierda de las gradas y cubriendo toda la<br />

balaustrada <strong>del</strong> contorno, se hallaba una profusión de flores: rosas, claveles y lilas mezcladas<br />

con follaje. Sujeto con cordones que descendían de la bóveda, se extendía un velum de<br />

terciopelo rojo con cenefa y fleco de oro sobre unos majestuosos sillones destinados a los<br />

novios. El aire era pesado, sobrecargado <strong>del</strong> perfume de las flores y <strong>del</strong> olor <strong>del</strong> incienso de las<br />

anteriores ceremonias, que los soplos ardientes <strong>del</strong> calorífico extendían por el ambiente e<br />

impulsos irregulares.<br />

– ¡Aquí se ahoga uno! murmuró Emilio a Gina arrodillada cerca de él sobre un reclinatorio.<br />

Los dos estaban solos en un extremo lateral, no lejos <strong>del</strong> coro, cerca de una ligera barrera<br />

provisional destinada a separar <strong>del</strong> resto de los asistentes las familias de los desposados y su<br />

cortejo, para quienes se reservaban diez filas de sillas.<br />

Gina, con ayuda de varios mozos jardineros, había decorado la iglesia; en ella trabajaba desde<br />

primera hora de la mañana, y con ella entró Emilio sin que nadie se ocupara de él para nada.<br />

De repente el órgano estalló en una marcha sonora, de notas algo retumbantes para la limitada<br />

extensión de aquella nave, mientras las mujeres elegantes que llenaban el templo, en pie,<br />

vueltas hacia la puerta, miraban ávidamente el cortejo que comenzaba a penetrar en la iglesia.<br />

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