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El flâneur guarda algunas similitudes con la prostituta. Ambos van al espacio<br />

público a venderse. El primero, cuando es escritor, ofrece su fuerza de<br />

trabajo y su ideología a la empresa periodística; la segunda, su propio cuerpo.<br />

No debe extrañarnos que, en algunas ocasiones, el flâneur periodista<br />

adoptara a la prostituta, junto con el trapero, como alegoría de su propia<br />

actividad. Al comentar la crónica ‘París nocturno’, de Rubén Darío, Ramos<br />

(2003: 180) señala que<br />

“en la prostituta el cronista proyectaba algunas de las condiciones de posibilidad<br />

de su propia práctica. Porque, ¿no es la crónica, precisamente, una<br />

incorporación del arte al mercado, a la emergente industria cultural? ¿Y no<br />

era la mercantilización, según el idealismo profesado por muchos modernistas,<br />

una forma de prostitución?”.<br />

En cambio, Gilloch (1996: 163) considera que son más significativas las<br />

diferencias que las similitudes entre el flâneur y la prostituta: el primero es<br />

un voyeur que puede elegir libremente escudriñar las ‘zonas oscuras de las<br />

ciudad’, mientras que la prostituta, aunque asume también este papel visual,<br />

está obligada a habitarlas; no es libre para mirar, sino que, como mercancía,<br />

es objeto de la mirada masculina. Gleber (1999:183) realiza los mismas precisiones:<br />

“A diferencia del flâneur masculino y su mirada [gaze] la<br />

prostituta no es su equivalente femenino, sino más bien la imagen y el objeto<br />

de esta mirada.”<br />

El voyeur se define, más que todo, por la adopción de una actitud: la de<br />

observar a personas que no toman conciencia de ser escrutadas. Se trata de<br />

una mirada furtiva, donde entra en juego la clandestinidad (Sanabria, 2011).<br />

El flâneur, cuando sigue a las personas en persecuciones visua<strong>les</strong> y, en ocasiones,<br />

auditivas, asume la disposición del voyeur. La observación y la<br />

escucha se convierten en materia prima para su escritura.<br />

La multitud es su medio social. Pasa a simbolizar, a mediados del siglo<br />

XIX, el enigma de una sociedad disgragada, fragmentada, sujeta a los vaivenes<br />

de intereses impredecib<strong>les</strong>, todos ellos efímeros. Es así como desde la<br />

primera mitad del siglo XIX pasa a convertirse en una amenaza para el orden<br />

social burgués: “La multitud de la gran ciudad despertaba miedo,<br />

repugnancia, terror, en los primeros que la miraron de frente.” (Benjamin,<br />

1972: 146). En estas condiciones socia<strong>les</strong>, una de las funciones del flâneur<br />

costumbrista es convertirla en entidad familiar para la ideología burguesa.<br />

Sólo la microsociología ha prestado atención constante, desde la segunda<br />

mitad del siglo XIX, a la figura del transeúnte. En todo caso, las colecciones<br />

costumbristas ya nos ofrecieron lúcidas reflexiones sociológicas sobre este<br />

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