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Leopoldo Alas Clarin - La Regenta - v1.0 - Bibliotecas Públicas

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<strong>La</strong> <strong>Regenta</strong> notó la ausencia de su marido;<br />

la dejaba sola horas y horas que a él le parecían<br />

minutos.<br />

Cuando las congojas la anegaban en mares<br />

de tristeza, que parecían sin orillas; cuando<br />

se sentía como aislada del mundo, abandonada<br />

sin remedio, ya no llamaba a Quintanar,<br />

aunque era el único ser vivo de quien<br />

entonces se acordaba; prefería dejarle tranquilo<br />

allá fuera, porque si venía le hacía daño<br />

con aquel desdén gárrulo y absurdo de los<br />

padecimientos nerviosos.<br />

Una tarde de color de plomo, más triste por<br />

ser de primavera y parecer de invierno, la<br />

<strong>Regenta</strong>, incorporada en el lecho, entre murallas<br />

de almohadas, sola, obscuro ya el fondo<br />

de la alcoba, donde tomaban posturas<br />

trágicas abrigos de ella y unos pantalones<br />

que don Víctor dejara allí; sin fe en el médico<br />

creyendo en no sabía qué mal incurable que<br />

no comprendían los doctores de Vetusta,<br />

tuvo de repente, como un amargor del cerebro,<br />

esta idea: «Estoy sola en el mundo.» Y

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