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Leopoldo Alas Clarin - La Regenta - v1.0 - Bibliotecas Públicas

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aban por tomarlo a broma. El Marqués en<br />

cuanto se sintió fuerte, merced al sabio equilibrio<br />

gástrico de líquidos y sólidos que él<br />

establecía con gran tino, insistió en su espíritu<br />

de reformista de cal y canto. «¡Ea! que<br />

quería derribar a San Pedro; y que no se le<br />

hablase de sus ideas; aparte de que él no<br />

era un fanático, ni el partido conservador<br />

debía confundirse con ciertas doctrinas ultramontanas,<br />

aparte de esto, una cosa era la<br />

religión y otra los intereses locales; el mercado<br />

cubierto para las hortalizas era una<br />

necesidad. ¿Emplazamiento? uno solo, no<br />

admitía discusión en esto, la plaza de San<br />

Pedro; ¿pero cómo? ¿dónde? Mediante el<br />

derribo de la ruinosa iglesia.»<br />

Doña Petronila protestaba invocando la autoridad<br />

del Magistral. El Magistral votaba con<br />

doña Petronila, pero no esforzaba sus argumentos.<br />

Ripamilán, que tenía los ojillos como<br />

dos abalorios, gritaba: -¡Fuera ese iconoclasta!<br />

¡<strong>La</strong>s hortalizas, las hortalizas! ¿Eso quiere<br />

decir que a V. E., señor Marqués, la religión,

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