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Leopoldo Alas Clarin - La Regenta - v1.0 - Bibliotecas Públicas

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derse en su pecho, sopló con fuerza y barrió<br />

el dolor tierno… «¡Venganza! ¡venganza! -se<br />

dijo- o soy un miserable, un ser digno de<br />

desprecio…»<br />

Sintió pasos sobre la arena, levantó la cabeza<br />

y vio a su lado a Frígilis. -¡Hola! parece<br />

que se ha madrugado -dijo Crespo, que gustaba<br />

de ser siempre el primero.<br />

- Vamos, vamos -contestó don Víctor, volviendo<br />

a levantarse y después de colgar la<br />

escopeta del hombro.<br />

<strong>La</strong> presencia de Frígilis le había asustado;<br />

sacó fuerzas de flaqueza para tomar un partido<br />

de repente.<br />

Se resolvió por fin. Resolvió callar, disimular,<br />

ir a caza. «Allá en los prados de las marismas,<br />

cuando se quedara solo en acecho,<br />

en todo aquel día triste que iba a ser tan<br />

largo, meditaría… y a la vuelta, a la vuelta<br />

acaso tendría ya formado su plan, y consultaría<br />

con Tomás y le mandaría a desafiar al<br />

otro, si era esto lo que procedía. Por ahora<br />

callar, disimular. Aquello no podía echarse a

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