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Leopoldo Alas Clarin - La Regenta - v1.0 - Bibliotecas Públicas

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confianza con que trataban a los marqueses,<br />

y los jóvenes se despidieron. Quedaban en el<br />

gabinete la Marquesa, el Magistral y Glocester.<br />

Hubo un momento de silencio. El Arcediano<br />

se dio un minuto de prórroga para ver<br />

si el otro se despedía también. En el salón se<br />

oyó la voz de algunos que decían adiós al<br />

Marqués… ya no quedaban en la casa más<br />

que los convidados… Glocester, sacando<br />

fuerzas de flaqueza, se levantó, tendió la<br />

mano a doña Rufina, y salió diciendo chistes,<br />

haciendo venias y prodigando risas falsas.<br />

Iba ciego; ciego de vergüenza y de ira.<br />

«¡Convidar al otro… a un prebendado de oficio…<br />

y desairarle a él… que era dignidad!<br />

¡Siempre el enemigo triunfante!… Pero ya las<br />

pagaría todas juntas.»<br />

En el portal, mientras se echaba el manteo<br />

al hombro (y eso que hacía calor), pensó<br />

esta frase: «¡esta señora Marquesa es una…<br />

trotaconventos, es una Celestina!… ¡Se quiere<br />

perder a esa joven! ¡se quiere metérselo<br />

por los ojos!…» Y salió a la calle pensando

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