INTRODUCCION: Té con SIR ENDIPITY

EL OCASO DEL GUERRERO
Atari pegó la espalda contra la pared.
Con brazos extendidos en ropa de trabajo cubre la piedra a tientas. Un indicativo de
que la pared se curva. Es menester que la pared haga curva.
Los dedos escudriñan cualquier trampa que se incline sobre sí misma y cumpla el
recodo, para hacer posible dar un rodeo a la bruma y la carroña que le son periódicas.
¿Dará este foso con una ulterior dimensión o la salida?.
El minotauro sigue de cerca sus pasos, hiriendo el pasillo terracota con fieras
zancadas y olfateando, casi infligiendo su aliento en el rostro de Atari. Este parpadea con
repulsa ante los ojos de la creatura tan rojos como el suelo de su coceadura. La enorme
cabeza de toro, el atlético cuerpo de aire y agua cubre su grito. El minotauro distensiona el
abdomen y brama, explotando con un sonido de arrebato casi humano pero inevitablemente
reducido a gruñido bestial. El conteo del reloj se detiene. Pausa. La tregua pudo haber sido
en cualquier sitio, pero de algún modo, por algún inexplicable continuum, Atari, un hombre
sin particular talento, no regresa de allí adentro porque no es fácil que los laberintos se
desprendan de algo que necesitan y porque la solución universal para todo juego de galería
consiste en hacer trampa durante la prueba.
La mayor prueba de resistencia es entregarse al dios equivocado.
Estos dédalos de la tablilla de silicón son el complot de mentes en otro plano de
existencia para medir un cese al fuego entre los humanos. O sea, cabezas de playa
destinadas al día que, alevosamente, su civilización atraviese cierta barrera ideal para
conquistar este planeta. La misión inmediata, una vez arrancados los vectores de
supervivencia, será tomar el registro de iniciales escrito en toda orden de juego, y que
32