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II. Assez animé.<br />
En la catedral del espacio gutural: las migraciones explosivas de los pájaros, los tañidos de<br />
una plegaria dando las amonestaciones al día, los fantasmas que entonan el coro de grandes<br />
himnos y el lampadario que gotea luz bajo las enormes naves que amplifican las pisadas.<br />
Lejos, los pescadores en el retorno de sus barcas hacen la pesquisa y escuchan atentos como<br />
si nunca hubieran tenido la facultad de oír antes. Y todo les resulta claro por vez primera:<br />
Tempestades y remolinos, truenos y mar. Tsunamis y labios de agua alcanzan a Dios<br />
durante el Djam karet o “la hora que se dilata”. Por cuanto ya nadie es ese homero sino la<br />
división de sumas menos la resta de las multiplicaciones de un fallido sueño, aunque<br />
<strong>con</strong>tinúan los servicios del faro bajo la bóveda del paladar y su cantinela hacia la tierra<br />
prometida. Aún ahora, aún en la hora que se dilata, el viento se recoge en silencio y aguarda<br />
la razia de los profundos para no ser olvidado. ¿Te encuentras escuchando o prefieres<br />
hallarte perdido, en medio del mar, para siempre?<br />
III. Assez lent<br />
El hombrecillo se sentó al resguardo en una estructura <strong>con</strong>struida aproximadamente unos<br />
2,500 años a su época, tan acústicamente perfecta que cada palabra dicha desde el escenario<br />
puede ser escuchada <strong>con</strong> claridad en cualquiera de los 13,000 asientos de piedra, por lo que<br />
no haya mayor problema en brindar atención al niño ubicado al nivel del redondel, cuyo<br />
murmullo está muy cerca de su cráneo y le acaba de recitar a Rilke y silbar una Obertura de<br />
Schumman. El hombrecillo miró por encima de su peine que le acaricia la cabeza hasta el<br />
extremo doloroso de hacer soportable la calvicie y que cubre <strong>con</strong> un sombrero antes de que<br />
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