INTRODUCCION: Té con SIR ENDIPITY

VIII. Epilogue. Modéré
El camión se detuvo y las puertas se abrieron, permitiendo al grupo de escolares bajar los
cuestionarios y la formación por parejas a la explanada sobre la Plaza de la Concordia, para
rendir un tributo a Salvatore Accardo, el fino violinista de la Real Orquesta Filarmónica,
quién presentaría a los neófitos en música con 11 y 12 años de edad en promedio, la Sonata
Movimento Perpetuo de Nicolo Paganini, un tour de force para la mano derecha donde ésta
se halla obligada a tocar las 2,242 notas en 3 minutos con 3 segundos que la composición
exige y a una velocidad de 12 notas por segundo. El anfitrión, acallando con mueca amable
los aplausos de la concurrencia, adquiere la rigidez del arco voraz sobre la cuerda de mi, la
más alta, y una vez cercenadas las partículas de aire no queda más que música...pero ese
auditorio favorable solo distingue un ronroneo sordo y constante; O se encontraba un motor
diesel arrastrando el mar o la acústica del lugar les jugaba a esos oídos una mala pasada. La
cabeza del músico se dobla hacia atrás con la alegría de un compás victorioso y concluye su
actuación resolviendo la espiga sobre un costado de su sombra. Es innegable que ese
público de pie, alza la mirada e imagina a un pingüino enorme que se levanta del asiento y
que da cuenta del comentario que quiso conjurar un ballet de sensaciones al mediodía:
“¿Saben lo que decía el hombre que compuso esto, lo soñó y lo llevó a cabo en buena lid?”.
La masa muda de cabecitas niega al unísono. “Pues decía: ¡Establece enigmas, no
explicaciones!”. Los niños se miran unos a otros, cuando entonces la inesperada pala de una
excavadora se arroja encima del virtuoso, convirtiéndolo en la rueda perfecta de un disco
acetato encerrando los ribetes del smoking y cuyo entusiasta equilibrio de canto sobre el
pavimento acaba paulatinamente de girar hasta detenerse y caer con irrepetible ¡ay!, Moto
perpetuo...
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