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DIOS EN LA CÁRCEL

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ién debemos reconocer que el peligro<br />

de un falso irenismo y de un indiferentismo<br />

—totalmente ajeno a la<br />

intención del Concilio Vaticano II—<br />

exige nuestra vigilancia. Dicho indiferentismo<br />

está causado por la opinión<br />

—cada vez más extendida— según la<br />

cual la verdad no sería accesible para<br />

el hombre, por lo que habría que limitarse<br />

a encontrar reglas para una<br />

praxis capaz de mejorar el mundo. La<br />

fe se vería así sustituida por un moralismo<br />

sin fundamento profundo.<br />

Por el contrario, el centro del ecumenismo<br />

auténtico es la fe, en la que el<br />

hombre se encuentra con la verdad<br />

que se revela en la Palabra de Dios.<br />

Sin la fe, todo el movimiento ecuménico<br />

quedaría reducido a una forma<br />

de «contrato social» al que adherirse<br />

por un interés común, a una «praxeología»<br />

con vistas a crear un mundo<br />

mejor. La lógica del Concilio Vaticano<br />

II es completamente distinta: la<br />

búsqueda sincera de la plena unidad<br />

de todos los cristianos es un dinamismo<br />

animado por la Palabra de<br />

Dios, por la Verdad divina que en dicha<br />

Palabra nos habla.<br />

El problema crucial, que atañe<br />

transversalmente a los diálogos ecuménicos,<br />

es, por lo tanto, la cuestión<br />

de la estructura de la Revelación: la relación<br />

entre la Sagrada Escritura, la<br />

Tradición viva en la Santa Iglesia y el<br />

ministerio de los sucesores de los<br />

Apóstoles como testigo de la verdadera<br />

fe. Queda implícita, aquí, la problemática<br />

de la eclesiología que forma<br />

parte de este problema: cómo llega la<br />

verdad de Dios hasta nosotros. En ello<br />

se revela fundamental, entre otros elementos,<br />

el discernimiento entre la Tradición<br />

con mayúscula y las tradiciones.<br />

No quisiera entrar en detalles;<br />

bastará una observación. Un paso importante<br />

en dicho discernimiento fue<br />

el que se dio en la preparación y en la<br />

aplicación de las normas para grupos<br />

de fieles procedentes del anglicanismo<br />

que deseen entrar en la plena comunión<br />

de la Iglesia, en la unidad de la<br />

común y esencial Tradición divina,<br />

conservando las propias tradiciones<br />

espirituales, litúrgicas y pastorales<br />

conformes a la fe católica (cf. Const.<br />

Anglicanorum cœtibus, art. III: ECCLE-<br />

SIA 3.493 [2009/II], pág. 1745). Existe,<br />

201<br />

efectivamente, una riqueza espiritual<br />

en las diferentes confesiones cristianas<br />

que es expresión de la única fe y<br />

don que éstas han de compartir y de<br />

encontrar juntas en la Tradición de la<br />

Iglesia.<br />

Hoy, además, una de las cuestiones<br />

fundamentales la constituye la problemática<br />

de los métodos adoptados en<br />

los diferentes diálogos ecuménicos,<br />

métodos que también deben reflejar<br />

la prioridad de la fe. Conocer la verdad<br />

es derecho que asiste al interlocutor<br />

en todo diálogo auténtico, y es<br />

la propia exigencia de la caridad hacia<br />

el hermano. En este sentido, también<br />

hay que afrontar con valentía las<br />

«En el diálogo<br />

ecuménico no<br />

se pueden ignorar<br />

las grandes<br />

cuestiones<br />

morales»<br />

cuestiones controvertidas, siempre<br />

con espíritu de fraternidad y de respeto<br />

recíproco. Importa, además, dar<br />

una interpretación correcta de ese<br />

«orden o “jerarquía” de las verdades<br />

de la doctrina católica» que pone en<br />

evidencia el Decreto Unitatis redintegratio<br />

(n. 11) y que no significa en<br />

modo alguno reducir el depósito de la<br />

fe, sino permitir que aflore su estructura<br />

interna, la organicidad de su única<br />

estructura. También tienen gran importancia<br />

los documentos de estudio<br />

generados por los diferentes diálogos<br />

ecuménicos. Dichos textos no pueden<br />

ser ignorados, dado que constituyen<br />

un fruto importante —aun cuando<br />

provisional— de la reflexión común<br />

madurada a lo largo de los años. No<br />

obstante, deben ser reconocidos en<br />

su justo significado como contribuciones<br />

aportadas a la autoridad competente<br />

de la Iglesia, única instancia<br />

que está llamada a enjuiciarlos de manera<br />

definitiva. Atribuir a tales textos<br />

una importancia vinculante o práctica-<br />

Número 3.609 ■ 11 de febrero de 2012<br />

Documentación<br />

mente concluyente en relación con las<br />

espinosas cuestiones de los diálogos,<br />

sin la debida valoración por parte de<br />

la autoridad eclesial, no facilitaría, en<br />

última instancia, el camino hacia una<br />

plena unidad en la fe.<br />

Una última cuestión que quisiera<br />

mencionar para concluir es la problemática<br />

moral, que constituye un nuevo<br />

reto para el camino ecuménico. En<br />

los diálogos no podemos ignorar las<br />

grandes cuestiones morales acerca de<br />

la vida humana, la familia, la sexualidad,<br />

la bioética, la libertad, la justicia y<br />

la paz. Importará hablar sobre estos<br />

temas con una sola voz, recurriendo<br />

al fundamento de la Escritura y a la<br />

tradición viva de la Iglesia. Esta tradición<br />

nos ayuda a descifrar el lenguaje<br />

del Creador en su creación. Al defender<br />

los valores fundamentales de la<br />

gran tradición de la Iglesia, defendemos<br />

al hombre, defendemos la creación.<br />

Concluyendo estas reflexiones,<br />

hago votos por una colaboración estrecha<br />

y fraterna entre la Congregación<br />

para el Doctrina de la Fe y el<br />

competente Pontificio Consejo para la<br />

Promoción de la Unidad de los Cristianos,<br />

con el fin de promover eficazmente<br />

el restablecimiento de la plena<br />

unidad entre todos los cristianos. En<br />

efecto, la división entre los cristianos<br />

«contradice clara y abiertamente la voluntad<br />

de Cristo, es un escándalo para<br />

el mundo y perjudica la causa santísima<br />

de predicar el Evangelio a toda<br />

criatura» (Decr. Unitatis redintegratio,<br />

n. 1). La unidad no es, pues, solo el<br />

fruto de la fe, sino también un medio<br />

y casi una condición previa para<br />

anunciar de manera cada vez más<br />

creíble la fe a quienes no conocen aún<br />

al Salvador. Jesús oró: «Como tú, Padre,<br />

en mí, y yo en ti, que ellos también<br />

sean uno en nosotros, para que<br />

el mundo crea que tú me has enviado»<br />

(Jn 17, 21).<br />

Al reiteraros mi gratitud por vuestro<br />

servicio, os aseguro mi constante<br />

cercanía espiritual y os imparto de corazón<br />

a todos la bendición apostólica.<br />

Gracias. ■<br />

(Original italiano procedente del archivo<br />

informático de la Santa Sede;<br />

traducción de ECCLESIA)<br />

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