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go y hasta con zapatos relucientes.<br />
Aquel escenario custodiaba la más esperada<br />
de las visitas, y venía escondida<br />
bajo una mitra, un báculo y un anillo.<br />
«Estoy muy contento por poder estar<br />
aquí un año más…». Fueron las primeras<br />
palabras del cardenal arzobispo de<br />
Madrid, quien volvía a la cárcel a celebrar<br />
la misa de Navidad con ellos. Poco<br />
a poco y bajo el abrigo de un Cristo encarcelado<br />
y pobre, la capilla improvisada<br />
se iba inundando de más claridad.<br />
Cuerpos musculosos, rostros desdentados<br />
y miradas empapadas de sangre<br />
adulterada y viciada cantaban con entusiasmo<br />
a ese Cristo que cumple con<br />
ellos su condena. Yo no podía pestañear,<br />
no quería apagar mis ojos por<br />
miedo a desvestir uno solo de aquellos<br />
segundos. Cuando mi ritmo cardíaco<br />
desbordaba cualquier medidor de sensaciones,<br />
llegó el Padre Nuestro… Fantástico,<br />
bellísimo, increíble. Solo puedo<br />
confesar que fue el Padre Nuestro más<br />
bonito que he visto y oído en mi vida.<br />
Asesinos, drogadictos y delincuentes de<br />
todo tipo alababan a Dios con una fe<br />
asombrosa, y Él, henchido de misericor-<br />
Colaboración<br />
Otra imagen de la misma celebración desarrollada en la pasada Navidad.<br />
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dia, bajaba de la Cruz para abrazar su<br />
desconsuelo y liberar sus cadenas. Concluyó<br />
la misa y, tras su beso emocionado<br />
al Niño Jesús, pude compartir con<br />
algunos su tristeza. Un fuerte apretón<br />
de manos acompañado de un deseo<br />
mutuo y sincero de feliz Navidad con<br />
un preso por tráfico de drogas fueron<br />
las últimas palabras que me despidieron<br />
de aquella prisión.<br />
De camino a casa, descubrí que todas<br />
mis sospechas se habían hecho<br />
realidad: esa mañana había descolocado<br />
mis sentidos mejor planchados y el<br />
armario entero que viste mi vida. Percibí<br />
que no me quedaban balas y que estaba<br />
completamente indefenso ante<br />
aquella desgarradora batalla. Estaba tocado,<br />
pero inmensamente feliz. Feliz<br />
porque descubrí que Dios se hace grande<br />
en los más pobres y desfavorecidos<br />
del reino, porque es capaz de hacerse<br />
misericordia infinita bajo la sombra de<br />
una jeringa, una papelina o un solitario<br />
y triste chabolo, y porque experimenté<br />
la más bonita de las oraciones escondida<br />
en un Padre Nuestro, que está en la<br />
cárcel. ■<br />
Número 3.609 ■ 11 de febrero de 2012<br />
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