12.05.2013 Views

DIOS EN LA CÁRCEL

DIOS EN LA CÁRCEL

DIOS EN LA CÁRCEL

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

36<br />

Colaboración<br />

Padre Nuestro,<br />

que estás en la cárcel…<br />

Carlos González García<br />

Periodista del Gabinete de Prensa del arzobispado de Madrid y colaborador de la Cadena COPE<br />

La inquietante aventura de celebrar una<br />

eucaristía en un Centro Penitenciario:<br />

un auténtico milagro hecho vida<br />

y convertido en realidad.<br />

Siempre he pensado que, dentro de<br />

la cárcel, existe un mundo distinto,<br />

un espacio amenazador donde<br />

solo viven los más fuertes y que allí,<br />

cualquiera que no es tu amigo, es tu<br />

enemigo. Recuerdo perfectamente<br />

cuando, con tan solo 14 años, vi la primera<br />

película de supuesta acción de mi<br />

vida. Hasta entonces, solo había percibido<br />

atisbos de melodramas que apuntaban<br />

a meras escenas de burlesca acción,<br />

pero nada realmente emocionante.<br />

Se llamaba «Pena de muerte» y narraba<br />

la historia de un homicida que había<br />

sido condenado a muerte en 1982 en el<br />

estado de Louisiana por asesinar a dos<br />

adolescentes. Me asombraban los tatuajes<br />

del asesino, su cara de miedo<br />

ante un dolor desmedido y el terror<br />

desproporcionado que inundaba, a manos<br />

llenas, la cárcel que le condenaba a<br />

muerte. Sin embargo, lo que más me<br />

impresionaba es que aquella leyenda<br />

estaba basada en un hecho real…<br />

Desde entonces —y más allá de Susan<br />

Sarandon, de Sean Pean y del sistema<br />

judicial criminal norteamericano<br />

de aquel largometraje—, siempre han<br />

llamado mi atención de una manera<br />

desproporcionada las historias relacionadas<br />

con cárceles, presos y cualquier<br />

corazonada que palpite al son de la palabra<br />

libertad. No puedo evitarlo, la libertad<br />

es la obediencia a la ley que Dios<br />

me ha trazado. Pero, desgraciadamente,<br />

como reza en voz alta una vieja canción<br />

de amor, ¡qué pequeña es la luz de los<br />

faros de quien sueña con la libertad!<br />

Hoy, cuando todavía tropezamos entre<br />

los retales de la resaca navideña y<br />

mientras recorremos los albores de un<br />

Misa del cardenal Rouco en el centro<br />

penitenciario de Soto del Real.<br />

camino con dirección a un nuevo año,<br />

permanecen vivas todas y cada una de<br />

las caras que me encontré el 27 de diciembre<br />

en el Centro Penitenciario de<br />

Soto del Real. Yo iba a trabajar, pero<br />

dos o tres días antes de aquella supuesta<br />

visita laboral, ya intuía que esa mañana<br />

descolocaría por completo la ropa<br />

de mis sentimientos más profundos.<br />

Entre pensativo y tembloroso, la noche<br />

anterior le contaba a un amigo que al<br />

día siguiente iba a visitar la cárcel y que<br />

tenía una sensación de extraña alegría.<br />

«Pero no te dejarán allí, ¿no?», fue su<br />

respuesta. Merced a mi condición de rebelde,<br />

con o sin causa, no pude evitar<br />

hacer un paréntesis en mi vida ordinaria<br />

para descubrirme como un hijo mimado,<br />

elegido, afortunado.<br />

Número 3.609 ■ 11 de febrero de 2012<br />

Una experiencia necesaria<br />

No sé si en algún rincón de las prisiones<br />

queda sitio para guardar algo<br />

especial, pero aquella cárcel esconde un<br />

«algo» único. Era mi segunda vez, y ya<br />

se sabe que la segunda es siempre mejor<br />

que la primera —¡o eso dicen!—. Sin<br />

embargo, un hormigueo digestivo<br />

constante volvía a acompañar mis pasos<br />

desde el aparcamiento hasta la<br />

puerta de acceso. De nuevo, percibía<br />

que mi licenciatura en Periodismo y mi<br />

frenética curiosidad por aprender de lo<br />

desconocido, estaban restaurando los<br />

platos rotos de una profesión que no<br />

siempre es agradecida con sus pupilos<br />

literarios. Acompañado por un fotógrafo,<br />

un cámara y un redactor, nos adentramos<br />

en este infierno improvisado de<br />

hormigón, rejas y alambres de espino.<br />

Horas antes me enteraba que, cada día,<br />

20 personas ingresan en alguna cárcel<br />

española. Aquella mañana ingresábamos<br />

nosotros y, aunque nuestra visita<br />

era provisional, nadie está a salvo en<br />

una jaula repleta de trampas y escondites<br />

por todas partes. Sin embargo, yo<br />

no sentía miedo. Sí una especie de anónima<br />

ansiedad ante lo desconocido,<br />

pero que no era capaz de paralizar ni<br />

uno solo de mis agudizados sentidos. Y<br />

aunque nunca nadie está lo suficientemente<br />

preparado para entrar en una<br />

cárcel, yo ya había entrenado a mis nervios<br />

para que no me traicionaran.<br />

La misa comenzaba a las 11:00 horas.<br />

A golpe de pandilla, goteando por<br />

módulos y a pequeños puñados, iban<br />

incorporándose al salón de actos los<br />

presos de la prisión de Soto. No les esperaba<br />

su chabolo (como llaman a su<br />

habitación), ni la celda de aislamiento, ni<br />

siquiera un vis a vis íntimo. Sin embargo,<br />

iban con ilusión, vestidos de domin-<br />

208

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!