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Colaboración<br />
Padre Nuestro,<br />
que estás en la cárcel…<br />
Carlos González García<br />
Periodista del Gabinete de Prensa del arzobispado de Madrid y colaborador de la Cadena COPE<br />
La inquietante aventura de celebrar una<br />
eucaristía en un Centro Penitenciario:<br />
un auténtico milagro hecho vida<br />
y convertido en realidad.<br />
Siempre he pensado que, dentro de<br />
la cárcel, existe un mundo distinto,<br />
un espacio amenazador donde<br />
solo viven los más fuertes y que allí,<br />
cualquiera que no es tu amigo, es tu<br />
enemigo. Recuerdo perfectamente<br />
cuando, con tan solo 14 años, vi la primera<br />
película de supuesta acción de mi<br />
vida. Hasta entonces, solo había percibido<br />
atisbos de melodramas que apuntaban<br />
a meras escenas de burlesca acción,<br />
pero nada realmente emocionante.<br />
Se llamaba «Pena de muerte» y narraba<br />
la historia de un homicida que había<br />
sido condenado a muerte en 1982 en el<br />
estado de Louisiana por asesinar a dos<br />
adolescentes. Me asombraban los tatuajes<br />
del asesino, su cara de miedo<br />
ante un dolor desmedido y el terror<br />
desproporcionado que inundaba, a manos<br />
llenas, la cárcel que le condenaba a<br />
muerte. Sin embargo, lo que más me<br />
impresionaba es que aquella leyenda<br />
estaba basada en un hecho real…<br />
Desde entonces —y más allá de Susan<br />
Sarandon, de Sean Pean y del sistema<br />
judicial criminal norteamericano<br />
de aquel largometraje—, siempre han<br />
llamado mi atención de una manera<br />
desproporcionada las historias relacionadas<br />
con cárceles, presos y cualquier<br />
corazonada que palpite al son de la palabra<br />
libertad. No puedo evitarlo, la libertad<br />
es la obediencia a la ley que Dios<br />
me ha trazado. Pero, desgraciadamente,<br />
como reza en voz alta una vieja canción<br />
de amor, ¡qué pequeña es la luz de los<br />
faros de quien sueña con la libertad!<br />
Hoy, cuando todavía tropezamos entre<br />
los retales de la resaca navideña y<br />
mientras recorremos los albores de un<br />
Misa del cardenal Rouco en el centro<br />
penitenciario de Soto del Real.<br />
camino con dirección a un nuevo año,<br />
permanecen vivas todas y cada una de<br />
las caras que me encontré el 27 de diciembre<br />
en el Centro Penitenciario de<br />
Soto del Real. Yo iba a trabajar, pero<br />
dos o tres días antes de aquella supuesta<br />
visita laboral, ya intuía que esa mañana<br />
descolocaría por completo la ropa<br />
de mis sentimientos más profundos.<br />
Entre pensativo y tembloroso, la noche<br />
anterior le contaba a un amigo que al<br />
día siguiente iba a visitar la cárcel y que<br />
tenía una sensación de extraña alegría.<br />
«Pero no te dejarán allí, ¿no?», fue su<br />
respuesta. Merced a mi condición de rebelde,<br />
con o sin causa, no pude evitar<br />
hacer un paréntesis en mi vida ordinaria<br />
para descubrirme como un hijo mimado,<br />
elegido, afortunado.<br />
Número 3.609 ■ 11 de febrero de 2012<br />
Una experiencia necesaria<br />
No sé si en algún rincón de las prisiones<br />
queda sitio para guardar algo<br />
especial, pero aquella cárcel esconde un<br />
«algo» único. Era mi segunda vez, y ya<br />
se sabe que la segunda es siempre mejor<br />
que la primera —¡o eso dicen!—. Sin<br />
embargo, un hormigueo digestivo<br />
constante volvía a acompañar mis pasos<br />
desde el aparcamiento hasta la<br />
puerta de acceso. De nuevo, percibía<br />
que mi licenciatura en Periodismo y mi<br />
frenética curiosidad por aprender de lo<br />
desconocido, estaban restaurando los<br />
platos rotos de una profesión que no<br />
siempre es agradecida con sus pupilos<br />
literarios. Acompañado por un fotógrafo,<br />
un cámara y un redactor, nos adentramos<br />
en este infierno improvisado de<br />
hormigón, rejas y alambres de espino.<br />
Horas antes me enteraba que, cada día,<br />
20 personas ingresan en alguna cárcel<br />
española. Aquella mañana ingresábamos<br />
nosotros y, aunque nuestra visita<br />
era provisional, nadie está a salvo en<br />
una jaula repleta de trampas y escondites<br />
por todas partes. Sin embargo, yo<br />
no sentía miedo. Sí una especie de anónima<br />
ansiedad ante lo desconocido,<br />
pero que no era capaz de paralizar ni<br />
uno solo de mis agudizados sentidos. Y<br />
aunque nunca nadie está lo suficientemente<br />
preparado para entrar en una<br />
cárcel, yo ya había entrenado a mis nervios<br />
para que no me traicionaran.<br />
La misa comenzaba a las 11:00 horas.<br />
A golpe de pandilla, goteando por<br />
módulos y a pequeños puñados, iban<br />
incorporándose al salón de actos los<br />
presos de la prisión de Soto. No les esperaba<br />
su chabolo (como llaman a su<br />
habitación), ni la celda de aislamiento, ni<br />
siquiera un vis a vis íntimo. Sin embargo,<br />
iban con ilusión, vestidos de domin-<br />
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