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Cautividad Babilónica De La Iglesia - Escritura y Verdad

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<strong>La</strong> <strong>Cautividad</strong> <strong>Babilónica</strong> <strong>De</strong> <strong>La</strong> <strong>Iglesia</strong><br />

hacerlo (que hasta esos extremos alcanza la temeridad audaz de los impíos). Si el voto es<br />

susceptible de dispensa, cualquier hermano podrá dispensarse a sí mismo y dispensar a los<br />

demás; si el prójimo no puede hacerlo, tampoco el papa tiene derecho alguno para ejercer esa<br />

facultad. Porque ¿de dónde le proviene esta autoridad? ¿de las «llaves»? Ahora bien, este poder<br />

es común a todos y aplicable sólo a los pecados (Mt 18) 84 . Si están de acuerdo en que los votos<br />

son de derecho divino ¿por qué arrojar al abismo y a la perdición a las pobres almas, al dispensar<br />

de un derecho divino que no admite dispensa? Neciamente vocea el «título» dedicado a los votos<br />

y a su redención que el papa puede conmutarlos, al igual que en los tiempos de la ley el<br />

primogénito del asno podía ser sustituido por una oveja. Muy bonito; como si fuese lo mismo un<br />

primogénito de asno que un voto, cuyo cumplimiento se exige constante y universalmente, o<br />

como si del hecho de que el Señor determine en su ley el cambio de una oveja por un asno se siga<br />

automáticamente que el papa tiene la misma potestad en una ley que no es suya sino del mismo<br />

Dios. No fue el papa, fue un asno disfrazado de papa, el que promulgó ese decreto; que tan<br />

tremendos son este delirio y esta impiedad.<br />

El segundo error consiste en decidir que el matrimonio se anula si, antes de haber sido<br />

consumado, uno de los cónyuges ingresa en un monasterio, aunque el otro no esté de acuerdo.<br />

Por favor, ¿qué demonio inspira al papa monstruosidades semejantes? Dios ordena la fidelidad y<br />

veracidad mutuas y que cada uno haga el bien con lo que es suyo, pero, como dice Isaías,<br />

aborrece los holocaustos que proceden de la rapiña 85 . Los cónyuges, en virtud de lo acordado, se<br />

deben fidelidad mutua, una fidelidad que ningún derecho puede disolver; no les pertenece, y por<br />

eso mismo equivale a un robo, lo que contra ella se haga sin el consentimiento del otro cónyuge.<br />

¿Por qué entonces, y en virtud de la misma norma, no entra en religión ni es recibido en ella el<br />

que está acosado por sus acreedores, para librarse de las deudas y poder anular su compromiso?<br />

¡Ciegos, más que ciegos! ¿Qué es más importante, la fidelidad ordenada por Dios o el voto<br />

inventado y elegido por el hombre? ¿Tú, papa, te dices pastor de las almas? ¿Y vosotros, que<br />

enseñáis todas esas cosas, os llamáis doctores en sagrada teología? ¿Qué razones os mueven para<br />

impartir esa enseñanza? Habéis presentado, en efecto, el voto como obra más engalanada que el<br />

matrimonio, no ensalzáis la fe, capaz ella sola de magnificar todo, sino que os dedicáis a exaltar<br />

las obras, esas obras que no valen nada ante Dios y que, por lo que al mérito se refieren, son todas<br />

iguales.<br />

No me cabe la menor duda de que ni los hombres ni los ángeles pueden dispensar los<br />

votos, si cumplen todas sus condiciones. <strong>De</strong> lo que no estoy convencido es de que todos los votos<br />

que se emiten hoy día sean verdaderamente votos. Entre éstos entraría el voto ridículo y estulto<br />

que hacen los padres de ofrecer la prole aún nonata o al niño tierno a una orden religiosa o de<br />

obligarle a la castidad perpetua; es evidente que aquí no se trata de ningún voto y que tiene todos<br />

los visos de estarse mofando de Dios, al prometer lo que no depende de su potestad. Pero vamos<br />

a los religiosos, cuyos tres votos, cuanto más los considero, menos los entiendo; no deja de<br />

admirarme el arraigo de tal exacción. Menos inteligible se me hace discernir la edad adecuada de<br />

emitir estos votos para que se puedan decir legítimos y válidos. Todos están de acuerdo en que<br />

son inválidos los emitidos antes de alcanzar la pubertad, aunque engañen a tantos niños que<br />

ignoran los condicionantes de su edad y la realidad que prometen. En efecto, no se atienen a este<br />

límite de la pubertad cuando les hacen emitir los votos, y, una vez profesos, a base de atemorizar<br />

84 Mt 18, 15 ss.<br />

85 Is 61, 8.<br />

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