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Cautividad Babilónica De La Iglesia - Escritura y Verdad

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<strong>La</strong> <strong>Cautividad</strong> <strong>Babilónica</strong> <strong>De</strong> <strong>La</strong> <strong>Iglesia</strong><br />

papa se empeña en establecer leyes? Pues que lo haga consigo mismo, pero que deje tranquila mi<br />

libertad o habrá que recuperarla con subterfugios.<br />

Pero volvamos a la impotencia y consideremos el caso siguiente. Supongamos que una<br />

mujer está casada con un marido impotente; no quiere, o quizá no puede, probar judicialmente la<br />

impotencia del cónyuge a causa de los testimonios y del ruido que exige el proceso jurídico, y,<br />

sin embargo, está deseosa de tener hijos o imposibilitada para guardar continencia. Yo la<br />

aconsejaría que solicitase al marido el divorcio para poderse casar con otro, con la convicción de<br />

que la conciencia y la experiencia de ambos son testigos más que suficientes de la impotencia del<br />

esposo. Si el marido accediese, seguiría aconsejando que con el consentimiento del marido -que<br />

ya no es tal, sino un simple y soltero compañero de habitación se uniese a otro o al hermano del<br />

esposo en matrimonio secreto y que la prole se atribuyese al padre que denominan putativo. ¿Se<br />

salvaría esta mujer, estaría en gracia? Mi respuesta es afirmativa, y se basa en que, en este caso,<br />

la ignorancia de la impotencia del hombre impide el matrimonio y en que las leyes tiránicas no<br />

admiten el divorcio; la mujer está libre por ley divina y no puede verse forzada a guardar<br />

continencia. Por eso el marido debe otorgar a la mujer el derecho que tiene y permitir que otro<br />

tome por esposa a la que en apariencia le pertenece a él.<br />

El caso puede complicarse si el marido se empeña en no consentir en esta solución y en<br />

no compartir estos derechos. Pues bien, antes de permitir que la mujer se vea abrasada por la<br />

concupiscencia o que se convierta en adúltera, yo la aconsejaría que contrajese matrimonio con<br />

otro y que se escapase con él a cualquier lugar desconocido y lejano. ¿Qué otra cosa cabría<br />

sugerir a quien se encuentra acuciada por el peligro constante de la carne? Sé muy bien que<br />

algunos piensan que la prole de este matrimonio secreto es una heredera injusta del padre<br />

putativo. Si el marido ha dado su consentimiento, no habrá lugar a tal injusticia; si lo ignora o se<br />

opone, que la razón, o mejor, la caridad libre y cristiana decida cuál de los dos perjudica más al<br />

otro: la mujer enajena una herencia, pero el marido engañó a la mujer y la estará defraudando con<br />

todo su cuerpo y a lo largo de toda la vida. ¿Será menor el pecado del marido que sustrae el<br />

cuerpo y la vida a la esposa que el de ésta, que no hace más que enajenar bienes temporales del<br />

marido? Que se avenga al divorcio o que aguante herederos que no son suyos quien por su culpa<br />

engañó a una joven inocente, quien la defraudó totalmente en su vida y en el uso de su cuerpo,<br />

quien, además, la lanzó a un riesgo casi insuperable de adulterio. Que se pesen ambas situaciones<br />

en la misma balanza. Es cierto que, en justicia, el fraude tiene que recaer sobre quien defrauda y<br />

que tiene que compensar el mal quien lo hizo; pero ¿en qué se diferencia un marido así de una<br />

persona que tiene secuestrada a una mujer con un esposo? Un tirano de este estilo estaría<br />

obligado a alimentar a la mujer, al marido y a los hijos o a dejarlos a todos en libertad. ¿Por qué<br />

no tiene que medirse lo mismo esta otra circunstancia? Estoy convencido de que habría que<br />

obligar al marido a conceder el divorcio o a alimentar al heredero ajeno; esta es la sentencia que<br />

indudablemente dictaría la caridad. El impotente -que no ya marido- alimentará en este caso al<br />

heredero de la mujer con el mismo afecto con que atendería a su mujer enferma o aquejada de<br />

cualquier mal, a costa de muchos e importantes gastos; porque no es culpa de la mujer, sino del<br />

marido la desgracia que la acomete.<br />

He traído a colación todo esto por el deseo que tengo de enderezar las conciencias<br />

escrupulosas y de consolar, en lo que de mí dependa, a los hermanos que gimen en este<br />

cautiverio.<br />

También se discute sobre la licitud del divorcio. Lo detesto hasta tal extremo, que,<br />

personalmente, prefiero la bigamia al divorcio. No obstante, ni yo mismo me atrevo a definirme<br />

sobre su licitud. Cristo, príncipe de los pastores, dice en Mateo (cap. 5): «Si alguien despidiese a<br />

su mujer, a no ser por motivo de fornicación, la obliga a adulterar; y el que se casa con una<br />

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