Cautividad Babilónica De La Iglesia - Escritura y Verdad
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<strong>La</strong> <strong>Cautividad</strong> <strong>Babilónica</strong> <strong>De</strong> <strong>La</strong> <strong>Iglesia</strong><br />
podrá llegar a la recta comprensión de la satisfacción verdadera, esa satisfacción consistente en la<br />
renovación de la vida. En segundo lugar, la urgen con tal ahínco y la hacen tan imprescindible,<br />
que no han dejado hueco alguno para la fe en Cristo. En consecuencia, y atormentada la<br />
conciencia con el escrúpulo miserable, el uno corre hacia Roma, el otro viene aquí, el otro se<br />
marcha allá, aquél se recoge en la Cartuja, el de más allá en otro sitio, éste se flagela con<br />
disciplinas, aquél está matando su cuerpo a fuerza de ayunos y vigilias, y todos a una gritan con<br />
el mismo frenesí: «Aquí, aquí está Cristo y el reino de Dios, ya está entre nosotros» 98 ,<br />
convencidos de que llegará en virtud de estas prácticas. A ti, sede de Roma, y a tus leyes y ritos<br />
homicidas debemos tales monstruosidades. Con ellas has destruido, has sumergido al mundo en<br />
perdición tan profunda, que hasta has hecho creer que por medio de obras se puede satisfacer ante<br />
Dios por los pecados. A Dios sólo se le satisface por la fe sola del corazón contrito; por esa fe que<br />
no sólo acallas a fuerza de tumultos, sino que la oprimes para que tu insaciable sanguijuela tenga<br />
a quienes decir «trae, trae», a cambio de los pecados con que trafica.<br />
Fiándose en esto, algunos de los dedicados a preparar esas máquinas de desesperación de<br />
las almas llegaron a arbitrar que era necesario volver a confesar todos los pecados por los que no<br />
se había cumplido la penitencia impuesta. ¿A qué no se atreverían quienes nacieron para reducir<br />
todo a cautiverio decuplicado? ¿Cuántos hay convencidos de que se encuentran en gracia, de que<br />
satisfacen por sus pecados con sólo silabear oralmente las oracioncillas impuestas por un<br />
sacerdote, aunque ni se les pase por las mientes cambiar de vida? Creen que su vida ha cambiado<br />
en el momento escueto de la contrición y de la confesión, y que su existencia posterior no tiene<br />
más sentido que el de estar satisfaciendo por los pecados pretéritos. ¿Pero cómo van a pensar de<br />
otra forma, si es esto lo único que les han enseñado? No se valora en nada la mortificación de la<br />
carne, para nada vale el ejemplo de Cristo, que, al absolver a la adúltera, le dijo: «Vete y no<br />
vuelvas a pecar» 99 , imponiéndole la cruz de mortificar la carne.<br />
Esta perversidad ha sido motivada en buena parte porque damos la absolución a los<br />
pecadores antes de que hayan cumplido la penitencia; se les da así ocasión para que se muestren<br />
más solícitos por cumplir la penitencia que perdura, que por la contrición que creen se termina<br />
con la confesión. Habría que retornar a la práctica de la iglesia primitiva, cuando la absolución se<br />
daba después de haber satisfecho la penitencia, con lo cual se conseguía que, al haber cesado la<br />
obra, después se ejercitaban más en la fe y en la vida renovada.<br />
Con esto he repetido ya suficientemente lo que al hablar de las indulgencias traté con más<br />
detenimiento. En ello tienes también resumido lo que se refiere a estos tres sacramentos, que se<br />
tratan -y no se tratan- en tantos y tan nocivos libros, en tantos «Sentenciarios» y tratados<br />
jurídicos. Hay que decir algo sobre los restantes sacramentos para que no parezca que los rechazo<br />
sin fundamento.<br />
DE LA CONFIRMACIÓN<br />
Realmente, me maravilla la ocurrencia que han tenido de convertir en sacramento de<br />
confirmación la imposición de las manos. Leemos que con la imposición de manos Cristo tocó a<br />
los niños, los apóstoles comunicaron el Espíritu santo, ordenaron presbíteros y curaron enfermos,<br />
como dice Pablo a Timoteo: « No impongas a nadie las manos precipitadamente» 100 . ¿Por qué no<br />
98 Lc 17, 21-22.<br />
99 Jn 8, 11.<br />
100 1ª Tim 5, 22-23.<br />
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