Cautividad Babilónica De La Iglesia - Escritura y Verdad
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<strong>La</strong> <strong>Cautividad</strong> <strong>Babilónica</strong> <strong>De</strong> <strong>La</strong> <strong>Iglesia</strong><br />
palabra no está con nosotros» 92 . Por tanto, si ni siquiera los santos pueden negar su pecado, con<br />
mayor motivo tendrán que confesarlo quienes están expuestos a pecados públicos y mucho<br />
mayores. Donde la institución de la confesión se prueba con toda eficacia es en el capítulo 18 de<br />
Mateo, cuando Cristo nos dice que hay que corregir al hermano pecador, que hay que<br />
denunciarle, acusarle, y, si no hiciere caso, excomulgarle. Escuchará cuando, cediendo a la<br />
corrección, reconozca y confiese su pecado.<br />
Pero la confesión secreta, tal como se practica, y aunque no pueda probarse por la<br />
<strong>Escritura</strong>, es algo estupendo y digno de aprobación. Es útil, yo diría que hasta necesaria, y no me<br />
gustaría que desapareciera. Es más, me alegro de que exista en la iglesia, puesto que es el único<br />
remedio para las conciencias atribuladas. Porque, al descubrir nuestra conciencia al hermano y<br />
revelarle familiarmente el mal que estaba oculto, recibimos de sus labios la palabra divina que<br />
consuela. Si la recibimos con fe, encontraremos la paz en la misericordia de Dios que nos habla<br />
por medio del hermano.<br />
Sólo hay una cosa que detesto en todo ello: que la confesión se haya sometido a la tiranía<br />
y a las exacciones de los pontífices. Se reservan pecados ocultos y después mandan que se<br />
revelen a confesores nombrados especialmente por ellos para tormento de las conciencias. No<br />
hacen más que pontificar, despreciando totalmente los verdaderos oficios de los pontífices, es<br />
decir, el oficio de evangelizar y curar a los pobres. Con la peculiaridad de que dejan a los<br />
sacerdotes corrientes las cosas que tienen real importancia y se guardan para sí las<br />
intrascendentes, como son las ridiculeces consignadas en la bula <strong>De</strong> coma Domini. Más aún: para<br />
evidenciar más meridianamente lo perverso de su impiedad, no sólo no se reservan los pecados<br />
cometidos contra el culto de Dios, contra la fe y los mandamientos primordiales, sino que los<br />
inculcan y los aprueban. Este es el caso de las correrías que llaman peregrinaciones, de los cultos<br />
perversos de los santos, de las falaces leyendas de los mismos santos, de la confianza en obras y<br />
ceremonias así como su ejercicio, con todo lo cual se extingue la fe y se alienta la idolatría. Así se<br />
ha abocado a la situación actual, en que nuestros pontífices en nada se diferencian de los<br />
ministros de becerros de oro que Jeroboán estableció en Dan y Bethe1 93 , ya que ignoran la ley de<br />
Dios, la fe, todo lo que se requiere para apacentar las ovejas de Cristo, y se dedican a inculcar en<br />
los pueblos sus invenciones a fuerza de temor y de poder.<br />
Por mi parte, aconsejo que se sufra esta violencia de las reservas, al igual que cualquier<br />
otra tiranía que Cristo nos ordena soportar, y que obedezcamos a estos exactores. No obstante,<br />
rechazo que tengan el derecho de reservar, y estoy convencido de que no pueden probarlo en un<br />
ápice ni en una jota. Yo, sin embargo, probaré lo contrario.<br />
En primer lugar, Cristo (Mt 18), cuando habla de los pecados públicos, dice que hemos<br />
ganado el alma del hermano si le hemos corregido y ha hecho caso de nuestra corrección, y que<br />
no tiene que ser entregado a la iglesia a no ser que rehúse escucharnos, de forma que el pecado<br />
pueda enmendarse entre hermanos. Con cuánta mayor razón se le perdonarán los pecados ocultos,<br />
si espontáneamente el hermano los confiesa al hermano, de manera que no haya necesidad de<br />
entregarle a la iglesia, es decir, al prelado o al sacerdote, contra lo que ellos se empeñan en<br />
vociferar a tenor de su interpretación. Esta sentencia se ve reforzada por la autoridad de Cristo<br />
que dice «todo lo que atareis en la tierra será atado en los cielos, y todo lo que desatareis en la<br />
tierra será desatado en los cielos» 94 . Estas palabras van dirigidas a todos los cristianos. E insiste<br />
en lo mismo: «Os lo repito: si dos de entre vosotros se ponen de acuerdo sobre la tierra, mi padre<br />
92 Mt 3, 6; 1 Jn 1, 9-10.<br />
93 1ª Re 12, 29-30.<br />
94 Mt 18, 18.<br />
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