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Cautividad Babilónica De La Iglesia - Escritura y Verdad

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<strong>La</strong> <strong>Cautividad</strong> <strong>Babilónica</strong> <strong>De</strong> <strong>La</strong> <strong>Iglesia</strong><br />

de la que ni un ápice podrá aducir en apoyo de sus sueños, mientras que ellos están lanzando<br />

tantos rayos para defender su fe.<br />

Levantaos todos los aduladores del papa a una, aprestaos, defendeos de la impiedad, de<br />

esa tiranía, de esa lesa majestad del evangelio, de la injuria que supone tal oprobio frailuno,<br />

vosotros, que fulmináis como herejes a quienes no opinan a tenor de la ensoñación de vuestro<br />

cerebro, a pesar de tantas y tan poderosas razones de la <strong>Escritura</strong>. Si alguien ha de ser calificado<br />

de cismático, no lo sean los bohemos, no los griegos, puesto que parten de la sagrada <strong>Escritura</strong>;<br />

vosotros, los romanos, que no escucháis más que vuestras ficciones contra la evidencia de la<br />

palabra de [)¡os, vosotros sois los herejes y cismáticos impíos. ¡Purificaos de esto, hombres!<br />

¿Qué cosa más ridícula y más en consonancia con el cerebro ese frailuno que decir que el<br />

apóstol escribió lo antedicho y que lo permitió sólo a una iglesia particular, la de los corintios,<br />

pero no a la iglesia universal? ¿<strong>De</strong> dónde saca pruebas para afirmarlo? <strong>De</strong> la despensa consabida,<br />

es decir, de su propia e impía mollera. Si la iglesia universal acepta como suya esta carta, la lee,<br />

la sigue en todo, ¿por qué no ha de hacerlo en lo que a nuestro propósito se refiere? Porque si<br />

admitimos que una de las cartas paulinas, una sola de sus perícopas, no se refiere a la iglesia<br />

universal, se está aniquilando la autoridad entera de Pablo. Dirían los corintios que a ellos no<br />

tenía por qué atañerles lo que sobre la fe enseña en la carta a los Romanos. ¿Puede inventarse<br />

locura más blasfema y descabellada? Lejos, lejos de nosotros sospechar que en todo Pablo haya<br />

una tilde que no deba seguirse y observarse en toda la iglesia universal. No tuvieron este<br />

sentimiento los padres que precedieron a estos tiempos peligrosos, refiriéndose a los cuales<br />

predijo Pablo que se darían blasfemos, ciegos e insensatos; uno de ellos, o el primero, es ese<br />

fraile.<br />

Concedamos por un momento esta intolerable insania; según tu propio testimonio, y si<br />

Pablo permitió esto a una iglesia particular, los griegos y los bohemos están en lo cierto, al ser las<br />

suyas iglesias particulares. Les basta con la convicción de no oponerse a lo que por lo menos<br />

Pablo permitió. Por otra parte, nunca pudo permitir Pablo nada que se opusiera a lo instituido por<br />

Cristo. A ti, Roma, y a todos tus aduladores, echo en cara estas palabras de Cristo y de Pablo en<br />

defensa de los griegos y de los bohemos. Jamás ni por nada podrás demostrar que te ha sido<br />

conferida la potestad de mudar éstos y mucho menos la de condenar como herejes por el hecho de<br />

oponerse a tu presunción. Sólo tú eres digna de ser acusada del crimen de impiedad y de tiranía.<br />

A este respecto leemos en Cipriano (y él solo es más que suficiente para rebatir a todos<br />

los romanistas), en el libro quinto de su Tratado sobre los lapsi, que en aquella iglesia existía la<br />

costumbre de dar a muchos laicos e incluso a niños la comunión bajo las dos especies, llegando<br />

hasta a dársela en la mano, conforme lo prueba con muchos ejemplos. Entre otras cosas,<br />

apostrofa a algunos del pueblo «porque se irritan sacrílegamente contra los sacerdotes, ya que<br />

éstos no se avienen a darles sin más el cuerpo en sus manos impuras y a beber la sangre en sus<br />

bocas contaminadas». Ahí puedes ver que se refiere a seglares sacrílegos, empeñados en que los<br />

sacerdotes les diesen el cuerpo y la sangre. ¿Qué refunfuñas ahora, miserable adulador? Anda, sal<br />

con que este santo mártir, único doctor de la iglesia con espíritu apostólico, era un hereje y que se<br />

trata de otra concesión a una iglesia particular.<br />

Allí mismo narra un hecho del que fue testigo presencial: dice con toda claridad cómo un<br />

diácono ofreció el cáliz a una niña y cómo, a pesar de resistirse la criatura, le hizo beber la<br />

sangre. Algo parecido se cuenta a propósito de san Donato, a quien se le rompió el cáliz.<br />

Adulador miserable, ¡con qué escasa convicción eludes las cosas al decir «leo que se rompió el<br />

cáliz, pero no veo que se diese la sangre»! No me extraña; muy bien puede leer en la historia lo<br />

que mejor le venga quien en las <strong>Escritura</strong>s lee lo que le da la gana. ¿Esta es la manera de afirmar<br />

el arbitrio de la iglesia y de confutar a los herejes?<br />

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