Cautividad Babilónica De La Iglesia - Escritura y Verdad
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<strong>La</strong> <strong>Cautividad</strong> <strong>Babilónica</strong> <strong>De</strong> <strong>La</strong> <strong>Iglesia</strong><br />
harían también del pan un sacramento, si en los Hechos (cap. 9) está escrito: « En cuanto tomó<br />
alimento se sintió reconfortado» 101 , en el Salmo 103: «Y el pan confortará al corazón del<br />
hombre», y de esta suerte se abarcarían tres sacramentos: el del pan, el del orden y la propia<br />
confirmación? Si todo lo que hicieron los apóstoles es sacramento, la predicación sería el mejor<br />
fundamentado. ¿Por qué, entonces, no han hecho de ella otro sacramento?<br />
No intento negar la existencia de los siete sacramentos, sino afirmar que es imposible<br />
probarlos por la <strong>Escritura</strong>. ¡Ojalá perdurase aún en la iglesia la imposición de manos del tiempo<br />
de los apóstoles, no importa se llamase confirmación o curación! Nada de ello ha quedado; sólo<br />
lo que hemos inventado como ornato del oficio episcopal, y eso, para que los obispos tengan algo<br />
que hacer. Porque una vez que dejaron para los inferiores los sacramentos costosos juntamente<br />
con la predicación de la palabra, como si fuesen más viles (es natural que el hombre desprecie lo<br />
que instituyó la divina majestad), fue justo que diésemos con algo que no resultase molesto a<br />
héroes tan grandes, tan delicados, y que no se pudiese encomendar a los inferiores, cuya<br />
competencia son obras menos dignas. Que lo que estableció la humana sabiduría conviene que<br />
sea honrado por los hombres. Tiene que existir, en consecuencia, una correlatividad entre la<br />
calidad de los sacerdotes y la del ministerio y el oficio. Pero un obispo que evangeliza, que no<br />
tiene cura de almas, ¿en qué se distingue de un ídolo con nombre y figura de obispo?<br />
Por nuestra parte, los sacramentos que buscamos son los divinamente instituidos y no<br />
vemos por qué motivo haya que encuadrar entre ellos a la confirmación. Lo primero que se<br />
requiere para la constitución de un sacramento es la palabra de la promesa divina, en virtud de la<br />
cual se ejercite la fe. Ahora bien, en ningún pasaje leemos que Cristo pronunciase esta promesa a<br />
propósito de la confirmación, pese a que él mismo impusiera las manos a muchos y aunque<br />
Marcos (capítulo último) lo incluya entre los signos: «Impondrán las manos a los enfermos y los<br />
curarán» 102 . No obstante, nadie relacionó esta imposición, ni pudo relacionarla, con ningún<br />
sacramento.<br />
Basta con que la confirmación se acepte en calidad de rito eclesiástico, de una ceremonia<br />
sacramental similar a la de consagrar el agua u otros objetos. Si cualquier criatura se santifica por<br />
la palabra y la oración 103 , ¿por qué no podrá ser santificado el hombre con más motivo por estas<br />
realidades, aunque, por no entrañar la promesa divina, no puedan adscribirse a los sacramentos de<br />
la fe? Estos actos no incluyen la salvación; los sacramentos salvan a los que creen en la promesa<br />
divina.<br />
EL MATRIMONIO<br />
En ningún lugar de la <strong>Escritura</strong> se considera al matrimonio como sacramento. No sólo<br />
eso: precisamente las tradiciones humanas aducidas para proponerlo como sacramento lo que<br />
hacen es convertirlo en objeto de irrisión. Veamos algo a este propósito.<br />
Hemos dicho ya cómo el signo solo no puede constituir un sacramento y cómo en todo<br />
sacramento tiene que darse la palabra de una promesa divina, a la que preste su asentimiento el<br />
que recibe el signo. Ahora bien, en ningún pasaje se lee que reciba gracia alguna de Dios el que<br />
se casa, que en el matrimonio se dé signo alguno instituido por Dios ni que haya sido establecido<br />
por el mismo Dios con miras a una significación especial, pese a que todas las realidades visibles<br />
101 Hech 9, 19.<br />
102 Mc 16, 18.<br />
103 1ª Tim 4, 4-5.<br />
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