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Cautividad Babilónica De La Iglesia - Escritura y Verdad

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<strong>La</strong> <strong>Cautividad</strong> <strong>Babilónica</strong> <strong>De</strong> <strong>La</strong> <strong>Iglesia</strong><br />

su conciencia, los retienen en cautiverio, los devoran, fingiendo que ya se ha dado el con<br />

sentimiento, y como si el voto, que fue nulo, se hubiera ratificado con el correr de los años.<br />

Personalmente creo que es una necedad que se empeñen en establecer los límites<br />

temporales del voto ajeno quienes no pueden fijarlo para sí mismos. Tampoco acabo de ver el<br />

motivo de que sea válido un voto emitido a los dieciocho años y no lo sea el emitido a los diez o<br />

doce. No es convincente la razón de que a los dieciocho se siente el aguijón de la carne. ¿Qué<br />

sucederá con los que sientan la concupiscencia a los veinte o treinta años o con quien la sienta<br />

más vigorosa a los treinta que a los veinte? ¿Por qué no ponen tanto empeño en determinar los<br />

límites de la pobreza y de la obediencia? ¿Qué tiempo tendrás que fijar para percibir la avaricia y<br />

la soberbia, cuando incluso los muy espirituales apenas si son conscientes de estos efectos? En<br />

consecuencia, sólo podrá ser verdadero y legítimo el voto cuando nos hayamos tornado en<br />

espirituales, que es precisamente cuando para nada necesitamos ya los votos. Puedes percibir lo<br />

inseguras y arriesgadas que resultan todas estas cosas. Por eso, el consejo más saludable sería que<br />

estas formas sublimes de vida se liberasen de los votos, se abandonasen a la dirección única del<br />

Espíritu, como sucedía antaño, y que no se trocasen en manera perpetua de vivir.<br />

Baste con lo dicho acerca del bautismo y de su liberación. Posiblemente trataremos en su<br />

tiempo oportuno, y con más detenimiento, de los votos, tan necesitados de un estudio especial.<br />

DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA<br />

Hablemos, en tercer lugar, del sacramento de la penitencia. Sobre este particular he<br />

incomodado ya lo suficiente a muchos y he expuesto con amplitud mi pensamiento en algunos<br />

tratadillos y disputas. Conviene repetir en compendio lo ya apuntado, para que se desvele la<br />

tiranía que se ceba en este sacramento con no menor fuerza que en el sacramento del pan. Como<br />

de estos dos sacramentos se han originado el lucro y la ganancia, la codicia de los pastores se ha<br />

abalanzado sobre las ovejas de Cristo montando un negocio increíble, mientras que el bautismo -<br />

como vimos al hablar de los votos- perdía todo su valor en los adultos precisamente en aras de<br />

esta misma avaricia.<br />

El mal primero y principal con que han viciado este sacramento estriba en que han<br />

borrado hasta su rastro. Han destruido la promesa divina y la fe nuestra, elementos ambos de que<br />

se compone este sacramento como los dos anteriores. <strong>La</strong> palabra de promesa consta en Mateo<br />

(cap. 16 y 18), cuando Cristo dice: «Todo lo que atares, etc.», «todo lo que atareis», y en el<br />

último capítulo de Juan: « A quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados, etc.». Pues<br />

bien, han acomodado a su tiranía estas palabras que suscitan la fe de los penitentes para impetrar<br />

la remisión de los pecados. No se han preocupado en todos sus libros, en todos sus estudios y<br />

sermones, de enseñar la promesa que a los cristianos se hace en estas palabras, lo que deban<br />

creer, el consuelo grandioso que entrañan; de lo que se han preocupado, amplia, larga,<br />

profundamente, es de tiranizar el sacramento con fuerza y violencia. Algunos han llevado su<br />

osadía hasta intentar dar órdenes a los ángeles, y se pavonean con inaudita y furiosísima<br />

impiedad de haber recibido poder sobre el imperio celeste y terrestre, de que su potestad de atar<br />

se alarga hasta el cielo. Todo lo que vociferan se refiere a la tiránica potestad de los pontífices,<br />

nada dicen al pueblo sobre la fe saludable, cuando Cristo no se preocupó para nada del poder,<br />

sólo de la fe.<br />

No instituyó en la iglesia imperios, potestades, dominaciones, sino ministerios, conforme<br />

aprendimos del apóstol: «Que los hombres nos miren como ministros de Cristo y dispensadores<br />

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