MUHAMMAD YUNUS MUHAMMAD YUNUS

Documentación
económico sobre la base de un sano
principio de subsidiariedad, esta implicación
local puede impulsar hacia
adelante la economía. A un nivel básico,
el factor que pone en marcha la
economía es la creación de nuevos
puestos de trabajo. La participación
activa en el trabajo libera las capacidades
y las energías creativas de cada
persona en el momento y nivel específicos
del desarrollo de un país. Paso
a paso se va reduciendo la pobreza;
de necesidad que era, la emigración se
convierte en opción; los valores sociales
empiezan a desarrollarse y las personas
se ven libres del círculo vicioso
de la miseria y de unas condiciones
indecentes de vida. Resulta patente
que «el primer fundamento del valor
del trabajo es el hombre mismo»
(Juan Pablo II, Laborem exercens, n. 6:
ECCLESIA, núm. 2.047 [1981/II], pág.
1185).
Para que las sociedades atenazadas
por el desempleo puedan alcanzar
ese objetivo, la ayuda destinada a
la construcción de capacidad deberá
adaptarse al nivel de desarrollo de
cada país, con el fin de evitar malgastar
recursos. Los países donantes verán
que su ayuda resulta productiva
para los países receptores y, más a
largo plazo, también para ellos mismos.
En nuestra actual situación de
interconexión, a la necesidad de preparar
productos para el mercado
mundial le corresponde la responsabilidad
de ayudar a las personas pertenecientes
a las sociedades menos
desarrolladas a darse una formación
y unos conocimientos técnicos que
les brinden la justa posibilidad de
competir. Una colaboración realista
sabrá dar prioridad a las opciones
basadas en posibilidades locales de
iniciativas económicas caracterizadas
por emplear numerosa mano de
obra y gestionadas con honradez y
capacidad responsable; se trata de
opciones capaces de sacar de un
agobiante callejón sin salida. Enfocar
así la creación de empleo evita el
efecto involuntario de ciertas ayudas
oficiales al desarrollo que acaban enriqueciendo
a grupos reducidos de
empresas o de personas que tienden
luego a detener el proceso de democratización
e incluso a tolerar la corrupción.
32 Número 3.333 ■ 28 de octubre de 2006
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Una vez que el proceso de
transformación de la sociedad
está arraigado, el trabajo decente
aporta otra dimensión importante:
la de un sentido de futuro esperanzador
que ofrece la oportunidad de
recobrar protagonismo y autoestima
y que fomenta una estructura social
más integrada. En efecto, con él la familia
puede sentirse apoyada; los niños
no se ven obligados a trabajar y
pueden en cambio acceder a la educación,
y se asimilan los valores de la
organización y la participación. Sobre
esta base, el trabajo se revela un
elemento importante para la realización
de cada mujer y de cada hombre.
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El camino a seguir parece ser,
pues, el de la aceptación política
de condiciones que permitan un
empleo local caracterizado por una
mano de obra numerosa; se trata de
una creación de trabajo que combate
la pobreza y pone en marcha el cambio
social. Sin embargo, en el marco
de la actual globalización, al tiempo
que aumenta la riqueza no desaparece
la brecha entre ricos y pobres. Una
convergencia o coherencia entre los
agentes internacionales en ámbito
económico y de desarrollo puede
multiplicar los resultados de la creación
de empleo, lo que implica una
mejor coordinación de las políticas de
inversión financiera, de reforma agraria
y acceso al mercado y de buen gobierno.
Como consecuencia de esta
estrategia tendremos entonces una
eliminación progresiva de la deuda
exterior.
Si la ronda de negociaciones comerciales
de Doha terminara sin alcanzar
algunos acuerdos positivos,
los pobres y los hambrientos del
mundo pagarán las consecuencias, y
su oportunidad de crecer, de desarrollarse
y de tener un trabajo decente
se desvanecerá durante mucho
tiempo. En cambio, la valentía y
la imaginación política precisas para
alcanzar los compromisos necesarios
pueden conducir a una renovación
de la acción común y dar fe de
un compromiso concreto con vistas
a la eliminación de la pobreza mundial,
que sigue siendo un escándalo
y una amenaza para la paz y la seguridad.
En esta coyuntura histórica en la
que la familia internacional de las
naciones desea promover «mejores
niveles de vida en más amplias libertades»,
los intereses particulares de
organismos y países deben concienciarse
de la oportunidad de una acción
coherente por el bien común,
por un compartir justo por parte de
todos en el comercio, en la toma de
decisiones y en los beneficios del
desarrollo.
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El trabajo y el desarrollo demandan
un cambio de atención
y de prioridades, de forma que
un entorno propicio de paz, diálogo,
respeto de la subsidiariedad y participación
permita que aumente el trabajo
decente y, en última instancia,
el desarrollo de cada persona. La
propuesta de una «Década por el
pleno empleo productivo y por el
trabajo decente para todos» podría
servir como período de reflexión y
acción en torno a estas prioridades.
Las reglas de la economía y del comercio,
el avance técnico del que
diariamente somos testigos, el compromiso
político por un orden internacional
justo, son todos ellos componentes
de un entorno propicio
encaminado a salvaguardar la dignidad
y la creatividad de toda persona
humana y a asegurar un futuro de
justicia y de paz para toda la familia
humana. ■
(Original inglés procedente del archivo
informático de la Santa Sede;
traducción de ECCLESIA)
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