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Lourdes Azorín Ortega<br />
Secretaria de la Federación de Movimientos<br />
de Acción Católica<br />
Seguramente conocéis el chiste: Va<br />
un señor en el vagón de un tren<br />
oyendo a unas señoritas hablar y<br />
en un momento dado les pregunta:<br />
—Señoritas, ¿preguntar es ofender?<br />
Ellas sorprendidas le contestan: —No,<br />
señor. Y, a renglón seguido, el señor:<br />
—¿Ustedes son..., se dedican a la...<br />
prostitución?<br />
Me venía a la cabeza el susodicho<br />
chiste a propósito de lo difícil que resulta<br />
dialogar y, en ocasiones, cuando<br />
hay desacuerdos, lo doloroso que es.<br />
Yo me reconozco una persona apasionada<br />
y con la sangre más<br />
bien caliente y esto es, en unas<br />
ocasiones, una ventaja y, en<br />
otras, una dificultad grande para<br />
el diálogo. Como en todo lo humano,<br />
no hay caracteres perfectos,<br />
todo tiene su cruz y su gloria.<br />
Reconozco que cuando me<br />
caliento digo cosas con mala…,<br />
con mal humor y «cabreada».<br />
También reconozco que, quizá<br />
por mi profesión, estoy especialmente<br />
entrenada para<br />
ponerme en el lugar del otro y<br />
esto me ayuda muchísimo.<br />
Puede que, en ocasiones, esto<br />
sea una defensa que yo me<br />
aplico para «sobrevivir» en estas<br />
batallas dialécticas. Pero el caso es<br />
que, casi siempre, logro entender al<br />
otro («dice esto porque ha vivido esto<br />
otro») o, lo siento asustado y desde<br />
ahí entiendo su prevención y su rechazo<br />
ante lo que sea. Puede que me<br />
equivoque en muchos casos, pero, si<br />
entiendo, comprendo o me explico las<br />
situaciones, puedo salvar a las perso-<br />
nas y seguir queriéndolas aunque<br />
considere que sus palabras son equivocadas<br />
e injustas o insultantes.<br />
Cuando uno se siente<br />
ofendido<br />
Hay ocasiones en las que esto produce<br />
mucho dolor e impotencia,<br />
cuando tienes por un lado, tu propio<br />
sentimiento de ofendida y, por otro<br />
lado, estás viendo y haciéndote cargo<br />
del daño del otro. En tales situaciones<br />
me dan ganas de salir corriendo a<br />
donde sea. Supongo que en algunas<br />
ocasiones lo habré hecho. Voy aprendiendo<br />
poco a poco a asumir esa impotencia<br />
de no poder solucionar ni<br />
aclarar ni razonar y de permanecer<br />
confiando con la conciencia de que<br />
también la esperanza es un don.<br />
Anoche cuando llegué a casa tuve<br />
una «pelotera» con mi sobrino, una<br />
discusión doméstica y tonta de las<br />
que se dan muchas en las familias. Iba<br />
la cosa de por qué había tendido la<br />
ropa si iba a llover, que qué pasa porque<br />
la recojas, que si no soy tu criado,<br />
que si te vas a lavar tú tu ropa… Al final<br />
terminé diciéndole: Bueno, pero<br />
que sepas que te quiero. Se lo dije con<br />
el mismo tono y gesto que si le estuviera<br />
mandando a paseo. Incluso una<br />
38 Número 3.333 ■ 28 de octubre de 2006<br />
Aprender a dialogar<br />
verdad fundamental como ésa («te<br />
quiero»), llamada a suscitar amor y<br />
comprensión, se puede convertir en<br />
un arma arrojadiza.<br />
Malentendidos<br />
Cuando hay un poquito menos de<br />
cariño de por medio, la cosa puede<br />
ser mucho más sutil, cruel y cínica,<br />
como aquel señor del tren del chiste...<br />
Hoy me dan ganas de hacer como<br />
Mafalda y subirme a mi silla y hacer<br />
un llamamiento mundial a la caridad<br />
fraterna que se exprese en la libertad<br />
para hablar de todo con todos; evitando,<br />
constantemente y lo más que<br />
podamos, hacer juicios de intenciones;<br />
partiendo de la confianza en el<br />
otro, abriendo paso al deseo de escuchar<br />
lo que tenga que decirme, haciendo<br />
sitio al juicio favorable como<br />
que es cierto lo que dice, y si hay<br />
error es por un malentendido o una<br />
falta de información o una razón<br />
que seguramente nos hace<br />
entenderle. Escuchar combatiendo<br />
nuestras susceptibilidades<br />
para que, en la medida de<br />
lo posible, podamos trascender<br />
las formas y no cojamos el rábano<br />
por las hojas. También<br />
hacer los mayores esfuerzos<br />
por cuidar las formas y procurar<br />
establecer una dinámica<br />
constructiva y propositiva.<br />
Humildad ante<br />
las «meteduras de pata»<br />
También me digo a mí misma<br />
que hay que tener paciencia y que hay<br />
que asumir la impotencia de no poder<br />
en muchas ocasiones hacer o solucionar<br />
o aportar… Que hay que tener<br />
humildad en primer lugar para reconocer<br />
mis «meteduras de pata» y poder<br />
perdonarme, asumiendo el mal<br />
que me sale con tanta frecuencia, incluso<br />
cuando quiero hacer el bien. ■<br />
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