MORIR LO IMPRESCINDIBLE - Poemaria
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totalidad del ser. En lo más hondo de la estructura ontológica del hombre penetra la<br />
ardiente raíz de lo poético como impulso y don compartidos entre autor y lector. La poesía<br />
se afianza en el nudo consciencial y humano que cruza al ser que llama y al ser llamado en<br />
un dinamismo trascendente. Soporte y expresión de presencias inalienables, comporta<br />
también un acto cognoscitivo válido fundamentalmente por el impulso de simpatía que lo<br />
gobierna y lo vuelve azar, aventura. Va por esos “caminos extraviados de magia” aludidos<br />
por Ester de Izaguirre en “Coleccionista”, un poema clave para penetrar en las complejas<br />
vivencias que nutren su obra lírica. Una intensa búsqueda estética se concreta en este libro<br />
dictado por una lúcida vocación. Aunque los límites de lo muy personal parezcan apremiar<br />
a la autora, su palabra devela gradualmente un mundo virtual y esquivo que va más allá de<br />
la intuición generadora, como si su voz fuese sumándose a otras voces dormidas en los<br />
prodigiosos yacimientos de lo arcaico y con ellas se fundiese.<br />
La doble vertiente de lo personal y de lo significativamente humano nutre a No está vedado<br />
el grito. Si comparamos estos poemas con los de libros anteriores de Ester de Izaguirre<br />
observaremos que se mantiene la tensión extrema, la urgencia de una escritora que nunca<br />
crece discursivamente, pero ahora el ímpetu se ordena hacia la conceptuación, y las<br />
imágenes son más universales. Así, al profundizar un contexto más amplio, supera una<br />
dependencia demasiado exterior a la imagen. La soltura rítmica, cierta facilidad que a veces<br />
la traiciona, esa mesurada melancolía tan suya, guían a Ester de Izaguirre para sacar de la<br />
penumbra el sentido prístino de momentos y situaciones irrepetibles. Prepondera el tono<br />
grave, sin resquicios para la nota lúdica ni el rasgo irónico. Ester de Izaguirre es fiel a una<br />
suerte de inmanencia reveladora y sutil que inquiere con ansia y revela con pasión. No es su<br />
poesía sin embargo un muestrario de extremas vivencias personales. Se abre a la<br />
experiencia de los otros, a los signos de lo eterno, más preocupada por la amplitud<br />
comunicativa que por lo ornamental. En tal sentido parece fiel a una observación certera de<br />
Thomas Mann “No es el don de invención lo que hace al poeta sino el don de animación”.<br />
Antes que exhibir el acontecimiento íntimo, Ester de Izaguirre intenta la osada<br />
transfiguración. Las suyas son “palabras en libertad”, frescas, vivas, que rehuyen la rigidez<br />
de cualquier codificación estática. Sus poemas no son una “abreviatura muerta” (Cassirer)<br />
sino símbolos de estremecida búsqueda, “senda recién inaugurada” (“La verdad”). No valen<br />
pues en la dimensión estricta de los contenidos de que son portadores. Su fuerza consiste en<br />
su poder desencadenante, en las atmósferas tensas que dejan ver tras la palabra el temblor<br />
de la vida.<br />
Ester de Izaguirre continúa esa búsqueda “en el insomnio del tiempo” (“Mis vestigios”) y<br />
quizá sea ésta la búsqueda de todo poeta auténtico. Lo que en sus libros anteriores –<br />
Trémolo (1960), El país que llaman vida (1964)– parecía prueba, alternativa, es ahora una<br />
fuerza que ha encontrado su centro vivo, una lucidez afinada y penetrante. Nunca el<br />
hallazgo resulta alarde, pues el verso brota de una hondura estremecida de sentido. Es cierto<br />
que el adjetivo “cuando no da vida, mata” (Huidobro).<br />
Al revelarse a sí misma sin esa contención parca y vigilada que suele limitar nuestra poesía,<br />
descubre Ester de Izaguirre la sustancial diversidad del ser. Palpitantes, desgarrados,<br />
teñidos de esa pátina de sugestión que el poeta rescata de la opacidad de los días, estos<br />
poemas alcanzan su nota máxima cuando, desasidos, pero nutridos por la situación personal<br />
que conllevan, se abren hacia los enigmas y riesgos del existir. Aunque entonces su poesía<br />
sea menos “literaria” está más cerca del hombre. Algunos poemas llenos de sinceridad<br />
anecdótica, sirven de contraluz para que se recorten nítidamente aquellos donde la