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La luna dormida - Foro de Literatura

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<strong>La</strong> Luna <strong>dormida</strong> Enric Herce Escarrà<br />

Me cuesta recordar con exactitud qué fue lo que sucedió<br />

aquel día. Dejando <strong>de</strong> lado lagunas puntuales, no tengo ningún problema<br />

para evocar todo lo que vino <strong>de</strong>spués, imposible olvidarlo, sin embargo,<br />

aquel día me regresa siempre borroso, como si una extraña neblina llenara<br />

todas sus horas <strong>de</strong> principio a fin.<br />

Recuerdo que llovía… o tal vez no… creo recordar que era un día gris sin<br />

sol, uno <strong>de</strong> esos que cualquiera se imagina al escuchar el Everyday is like<br />

Sunday <strong>de</strong> Morrissey; aunque quizá han sido los posteriores<br />

acontecimientos los que confun<strong>de</strong>n mi recuerdo y le empujan a teñirlo con<br />

un filtro gris <strong>de</strong> fatalidad.<br />

Fue a media mañana cuando la llamada <strong>de</strong> Merche me sorprendió<br />

holgazaneando en el sofá, quizá bostezando <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> cualquier programa<br />

estúpido o tal vez rompiéndome la cabeza con el sudoku <strong>de</strong>l periódico.<br />

Recuerdo que cuando Merche me saludó con su habitual tono jovial le solté<br />

el inevitable «¿Ya habéis vuelto?».<br />

Quedamos aquella misma tar<strong>de</strong> en una cafetería <strong>de</strong>l centro para que me<br />

enseñaran las fotos y me contaran qué tal les había ido su periplo africano.<br />

«Te diría que vinieras a cenar pero entonces tendrás que tragarte las seis<br />

horas <strong>de</strong> película que Ricky ha filmado y no te quiero tanto mal. Mejor<br />

esperar a que haya editado la peli, al menos entonces la tortura será más<br />

corta».<br />

Conocí a Merche y a Ricky en el instituto cuando éramos unos críos, <strong>de</strong><br />

hecho fue mi primera novia quien me los presentó. Por aquel entonces yo<br />

pensaba que eran la parejita perfecta, cursi y pija, que cualquiera se<br />

imaginaría como reyes <strong>de</strong>l baile en una graduación yanqui. Ella era la rubia<br />

espectacular <strong>de</strong> piernas interminables que lucía con <strong>de</strong>sparpajo a base <strong>de</strong><br />

faldas cortas y tejanos ceñidos. Una monada <strong>de</strong> ojos azules <strong>de</strong> belleza tan<br />

estereotipada como resultona, la chica, en resumen, a cuya salud se la<br />

meneaba medio instituto. Él, Ricardo Sánchez, Ricky para los amigos, era la<br />

estrella <strong>de</strong>l equipo <strong>de</strong> baloncesto, un morenazo <strong>de</strong> metro noventa y por<br />

aquel entonces todavía incipiente musculatura, presente en los sueños<br />

húmedos <strong>de</strong> gran parte <strong>de</strong>l personal femenino <strong>de</strong>l centro, profesorado<br />

incluido.<br />

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