crónica de la guardia civil - orden y ley asoc. duque de ahumada de ...

Todas las causas referentes a los siervos de Dios
que se habían santificado con sus vidas ejemplares,
y muchos con su muerte, en la guerra española
de 1936-1939 quedaron paralizadas en tiempo
de Pablo VI, porque, según le aconsejaron, podían
influir o ser influidas por cuestiones políticas, ajenas
a estos procesos, que deben tener total independencia
de los asuntos seculares. Las Órdenes
religiosas y las Diócesis hubieron de esperar hasta
que se removiera este obstáculo, entre ellas la del
P. Huidobro. Era el año 1964.
Pasaron los años con todos los procesos empantanados
hasta que subió al solio pontificio el Papa
Juan Pablo II, felizmente reinante, que dijo que
las circunstancias aquellas habían desaparecido y
que podían ponerse en marcha dichos procesos.
Así ha acontecido, que ya han subido a los altares
varios centenares de Beatos y algunos Santos. La
voz de nuestros prelados nos lo está recordando
con insistencia.
Hace pocos días la Comisión permanente de la
Conferencia Episcopal española, con motivo del
25 aniversario de la elección del Papa, nos repetía:
“Al proclamar tantos santos y beatos, muchos de
ellos contemporáneos y compatriotas nuestros, y,
significativamente, tantos mártires del siglo XX de
todas las partes del mundo, Juan Pablo II nos ha
recordado (...) que la santidad es posible para
todos y que es necesario aspirar a ella (...)”
¿Qué ha pasado con los jesuitas, en general, y con el
P. Huidobro, en particular? Sé que su proceso está en
Roma. ¿paralizado? ¿atascado? ¿empantanado?
¿desestimado? No lo sé. La palabra que empleó el P.
Molinari, cuando se lo pregunté fue “archivado”,
aunque mostraba por él grandes simpatías.
Antes de escribir mi obra quise hablar con el P.
Provincial de aquí, Madrid, y me contestó que todo
el archivo del P. Huidobro estaba bajo llave y lo referente
a su proceso era secreto. Hube de echar mano
de otras fuentes al alcance de cualquier lector.
Quiero añadir, aunque le canse, que soy un admi-
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Opinión
rador de la Compañía de Jesús. He estudiado el
bienio de derecho canónico en la Universidad de
Comillas, en Santander, y defendí mi tesis doctoral
en la misma. Los PP. Regatillo, Lodos, Wahner,
Nieto fueron mis maestros y directores. A ellos les
estoy profundamente agradecido.
Por otra parte, en los frente del Ejército no fue el
P. Huidobro el único capellán, fueron muchísimos
en cantidad y calidad; solicitaron los puestos más
arriesgados. Y no fueron porque sí. Los animó el
Prepósito General de entonces P. Ledochowski.
Opino que si por las causas mencionadas lo
archivó el P. Arrupe, por otras causas, igualmente
legítimas, lo puede poner en marcha el P.
Kolvenbach. Ni es capricho mío, ni sería ajeno a
la marcha de la Iglesia de nuestro tiempo. Ahí
tenemos ya en los altares al italiano P. Secondo
Pollo, capellán en la II guerra mundial, que
murió en circunstancias parecidas.
Y, por último, y esto es una petición personal. No
quisiera morir -tengo ya 78 años- sin ver expeditas
las puertas de la beatificación a un jesuita a quien
admiro y venero. Por los clavos de Cristo, cuya
imagen llevó siempre colgada al cuello, y con la
que abrió a tantos las puertas del cielo, no se cierre
a las súplicas de este humilde capellán.