crónica de la guardia civil - orden y ley asoc. duque de ahumada de ...

la primera línea enemiga eran
inagotables. Los partos, que resultaron
no ser los ignorantes
bárbaros por los que Craso los
había tomado, usaban caravanas
de camellos para llevar
constantemente al frente arqueros
de refresco y más munición.
Craso ordenó entonces el contraataque
desesperado de la caballería
romana, con su hijo Publio
al frente. Los jinetes galoparon
hacia la vanguardia, pero
pronto desaparecieron envueltos
en una gigantesca nube de
polvo que se alejaba cada vez
más. Luego, de repente, la nube
de polvo volvió a hacerse cada
vez más grande y el estruendo
del combate cada vez más fuerte.
Los cascos de los caballos
atronaban, los escudos y petos
relucían, y los oficiales arengaban
brutalmente al ataque. Eran
los gritos victoriosos de los partos.
Un solo jinete avanza hacia
los romanos desde la línea de
ataque. Llevaba algo negro colgando
de la punta de su lanza:
la cabeza de Publio.
Pero Craso no se doblegó de
inmediato. Aún tuvo fuerzas
para resistir con éxito el ataque
enemigo y, ya de noche, organizar
la retirada .ordenada de su
maltrecho ejército. Sin embargo,
ya era un hombre destrozado.
Cuando los victoriosos partos
le invitaron a negociar,
aceptó, aun intuyendo que
iban a tenderle una trampa.
Con una reducida escolta, fue a
caballo hasta el campamento
enemigo, donde fue abatido en
circunstancias extrañas y todavía
no esclarecidas.
Un par de días después, durante
una velada de teatro en la
corte, un soldado cubierto de
polvo irrumpió en mitad de la
representación. Agitaba una
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Orden y Ley Guardia Civil
NOTAS PARA LA HISTORIA
cabeza gris que lanzó al público.
Inmediatamente, uno de
los actores recogió la cabeza de
Craso y citó un verso de Eurípides:
“Desde las montañas
traemos el brote recién cortado
al palacio, ¡qué feliz hallazgo!”.
Los presentes gritaban de
júbilo. Roma, la gran potencia
de la Antigüedad, había fracasado
ante Mesopotamia.
EL COMIENZO DE UNA
JUSTICIA PECULIAR
“Cuando un hombre destroza el
ojo del hijo de otro, así hay que
destrozarle también a él su ojo.
Cuando alguien le rompe un
hueso a una persona, entonces
hay que romperle a él también
un hueso.” Este despiadado
principio básico del Código de
Hammurabi no se aplicaba a esclavos
ni siervos. Mientras la
mutilación de uno de ellos se
saldaba con una pena monetaria,
si se sospechaba que hubiera
agredido a un hombre libre,
se le cortaba inmediatamente
una oreja. Por otra parte, si una
mujer embarazada moría a consecuencia
de una paliza, el autor
no recibía el castigo directamente:
para su expiación, se
ajusticiaba a una de sus hijas.
EXCELENCIA
PROFESIONAL
Pero los realmente castigados
eran dos gremios profesionales:
los médicos, a pesar de
percibir unos honorarios en
monedas de plata establecidos
con total exactitud cuando tenían
éxito, estaban abocados a
que se les cortara una mano si
un paciente moría o se quedaba
ciego. Ya las taberneras se
las ahogaba en el Éufrates si
eran declaradas culpables de
haber servido mal.
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Sin embargo, para sus contemporáneos
Hammurabi fue benévolo
y equitativo, a pesar de
que la estela de piedra que le
inmortaliza augure a quien no
siga su ejemplo maldiciones
como “una herida que no cure
jamás” o “la pérdida de su
fuerza viril”.
LA VERSIÓN ASIRIA
Los asirios también regularon a
su manera los conflictos interpersonales.
En caso de adulterio:
“si el marido asesina a su
esposa, también podrá matar al
hombre. Si le corta la nariz a su
mujer, le está permitido castrar
al amante y desfigurarle todo el
rostro. Pero si deja sin castigo a
la mujer, también deberá dejar
libre al hombre. Si una mujer
lesiona los testículos de un
hombre durante una pelea, se
le cortará un dedo.” La pena
por incumplir un acuerdo era
recoger con la lengua uno a
uno un litro de granos de mostaza
esparcidos por el suelo o,
en casos graves, comer una libra
de algodón y beber al mismo
tiempo cantidades ingentes
de agua, para que explotaran
los intestinos. Si en un juicio
no se probaba la culpabilidad
de un acusado, el demandante
era ejecutado.