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quemando cromo.pdf

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—Así se queda usted solo, querido coronel, solo con<br />

sus enemigos.<br />

—Cuando tú te hayas ido, ellos también se irán —le<br />

dijo Korolev—. Y yo dependo de la publicidad que<br />

tú hagas. Tienes que comprometer al Kremlin para<br />

que me mantenga vivo, aquí.<br />

—¿Y qué he de decir en Tokio, coronel? ¿Tiene<br />

usted un mensaje para el mundo?<br />

—Diles que... —y de pronto se le ocurrieron todos<br />

los clichés, con tanta claridad que tuvo ganas de<br />

reírse histéricamente: Un pequeño paso... Hemos<br />

venido en son de paz... Trabajadores del mundo...<br />

—Diles que lo necesito —dijo, pellizcándose la<br />

muñeca tullida—, que lo necesito hasta la médula.<br />

Tatjana lo abrazó antes de marcharse.<br />

Esperó solo en la esfera de acoplamiento. El<br />

silencio le crispaba los nervios; el colapso de los<br />

circuitos había desactivado el de ventilación, con<br />

cuyo zumbido había vivido durante veinte años.<br />

Finalmente oyó el ruido del Soyuz de Tatjana que se<br />

desacoplaba.

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