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Un profeta della carità _spagnolo_ - Beato Luigi Monza

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DON LUIGI MONZA - LA FATIGA DE NACER 12<br />

atribuirse únicamente a las adversidades familiares. Con sus quince años, estaba en<br />

realidad meditando la posibilidad de consagrarse al Señor en el sacerdocio. Cuando este<br />

deseo se patentizó, el párroco hizo lo posible por que llegara a efectuarse, y desde aquel<br />

instante no cesó de estar a su lado todo el decurso de una vida que le reservaba tantas<br />

alegrías, pero también sorpresas tan amargas.<br />

La atribulada familia, en situación económica grave, procuraba como podía salvar las<br />

temporadas, y el ir <strong>Luigi</strong> al seminario habría equivalido a un ingreso menos, pero sobre todo<br />

sustraería el apoyo moral a la madre, que se las había con un hijo pequeño y un marido<br />

inválido. Este estado de cosas desgarraba el alma de <strong>Luigi</strong> y creaba en él una tensión difícil<br />

de sostener. La generosidad y la fe de la madre eliminaron toda dilación. Esta mujer sencilla<br />

y fuerte animó al hijo a darse al Señor y no preocuparse, pues el Señor mismo proveería a la<br />

familia. En septiembre de 1913 Don Vismara lo enviaba con otros dos paisanos al instituto<br />

misionero salesiano de Penango Monferrato, cerca de Asti. Don <strong>Luigi</strong> recordaba a menudo<br />

con gran regocijo la partida del tren, y a la madre de otro chico que le urgía insistente: Come,<br />

come; mientras decía a <strong>Luigi</strong> la suya:Tú vas para el Señor.<br />

El período de tres años, de septiembre de 1913 a junio de 1916, pasado en el<br />

instituto de Penango, dejó una fuerte impronta en la formación intelectual y espiritual de <strong>Luigi</strong>,<br />

que aprendió en la escuela de los salesianos las primeras lecciones del arte de educar.<br />

El párroco continuaba siguiéndole con interés, y así escribía más tarde: «Provisto de<br />

un patrimonio escolar apenas superior al tercer curso elemental, dotado de buena<br />

inteligencia, pero sobre todo de una voluntad perseverante, fija en el ideal, y merced a un<br />

espíritu de sacrificio nada común, pudo hacer en un curso los dos primeros del gimnasio» 5 .<br />

Todos los años pasaba <strong>Luigi</strong> los meses veraniegos con su familia, pero vuelto a casa<br />

al finalizar el curso 1915/1916, halló empeorada la situación familiar. El padre estaba<br />

totalmente impedido y no dejaba el lecho; se había llamado al hermano mayor para combatir<br />

en el frente oriental italiano (con el estallido de la primera guerra mundial); Giuseppa, la<br />

hermana, había entrado en un convento. Para no descargar el peso de la familia sobre las<br />

espaldas de la madre, <strong>Luigi</strong> desistió de volver a Penango. Ni el párroco ni los demás<br />

sacerdotes le abandonaron en este trance, sino que siguieron ayundándole en los estudios y<br />

dándole lecciones nocturnas. El plan de ingresar en el seminario parecía a aquella sazón<br />

tener los cimientos minados.<br />

En el umbral del futuro<br />

En junio de 1916 <strong>Luigi</strong> cumplía dieciocho años, y Don Vismara entendió que, si el<br />

joven deseaba hacerse sacerdote, debía en absoluto reanudar los estudios. Dada la<br />

situación familiar, el párroco actuó para que entrase en un seminario de la diócesis, de<br />

suerte que continuase cercano a los suyos y no gravase sobre sus economías. Así le<br />

consiguió la admisión en el Colegio Villoresi de <strong>Monza</strong>, donde <strong>Luigi</strong> comenzaba cuarto de<br />

gimnasio el 1º de octubre de 1916.<br />

<strong>Luigi</strong> fue desde su ingreso clérigo-prefecto, posición que le permitía estudiar sin que<br />

el presupuesto de la familia se resintiera. El trabajo de los jóvenes prefectos consistía en<br />

vigilar a los alumnos, mayoritariamente internos, fuera de las horas de clase. A cada prefecto<br />

tocaba una o más clases: dormía en el dormitorio de los muchachos, durante la tarde les<br />

ayudaba a hacer cuentas, con ellos jugaba y oraba; pero por la mañana, mientras aquellos<br />

asistían a clase, todos los prefectos recibían lecciones según el año que cursaran. <strong>Un</strong><br />

profesor o maestro de prefectos tenía encomendada la dirección de sus estudios. Él<br />

enseñaba la casi todalidad de las materias, todas las cuales requerían examen. Era, pues, la<br />

5 Vismara, o. c., p. 10.

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