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Acequias 55 - Torreón - Universidad Iberoamericana

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36<br />

Ensayo<br />

mexicanos (19<strong>55</strong>) de María Elvira Bermúdez. Esto es: en la época dorada, la primera, la pionera,<br />

de esta literatura en el país, porque cuenta con editores que la apoyan y con lectores que la buscan<br />

y se identifican con ella.<br />

Es entonces cuando escritores del mainstream literario se acercan a este género por medio de<br />

ensayos eruditos (Alfonso Reyes) o a través de su incursión en esta narrativa: José Revuelta con<br />

Los motivos de Caín (1957), Vicente Leñero con Los albañiles (1964) y Asesinato. El doble crimen<br />

de los Flores Muñoz (1985); Jorge Ibargüengoitia con Los relámpagos de agosto (1964) Maten al<br />

León (1969), Las muertas (1977) y Dos crímenes (1979), o Carlos Fuentes con La cabeza de la Hidra<br />

(1978), sólo para nombrar algunos de los autores más representativos. En los últimos veinte<br />

años, a ellos se han sumado Sergio Pitol, Luis Arturo Ramos, Fernando del Paso, Enrique Serna<br />

y un larguísimo etcétera.<br />

Pero el escritor que representa al San Juan Bautista de la nueva narrativa policiaca mexicana<br />

es Rafael Bernal. Con su última novela, al igual que Manuel Payno, modificó para siempre las<br />

reglas del género en la literatura nacional. Por vez primera, el investigador-protagonista tiene<br />

dudas sobre la justicia que dice respaldar, ya que en la intriga internacional en que se ve envuelto,<br />

donde la CIA y la KGB lo desdeñan, no hay donde cubrirse, no hay en quién confiar. Por vez<br />

primera sentimos que estamos, como el protagonista de Bernal, en terreno abierto y que somos<br />

el blanco móvil de todos los involucrados en la trama. La certeza en el estado mexicano, el honor<br />

personal, el amor o la amistad ya no tiene, en El complot mongol, razón de ser. Estamos solos<br />

e indefensos porque somos ciudadanos de segunda en una nación de tercera. Comparsas en la<br />

fiesta de las balas. Cadáveres invitados al banquete de la muerte.<br />

El detector de mentiras<br />

Lo que sigue es, cosa curiosa, el regreso del detective mexicano, pero ya no del investigador<br />

metódico y racional, aunque sus hábitos o apariencia lo nieguen, que no pierde ningún detalle<br />

de la escena del crimen, como sucede con Máximo Roldán, el detective de Antonio Helú; o<br />

Armando Zozaya, el de María Elvira Bermúdez; o Teódulo Batanes, el de la primera época de<br />

Rafael Bernal. Ahora el punto de referencia no es el investigador sagaz a la Hércules Poirot o<br />

Miss Maple, sino el detective duro y sin piedad, que conoce en carne propia la violencia citadina,<br />

los rincones oscuros de la gran ciudad, y que vive en esa zona fronteriza entre la ley y el crimen,<br />

entre sus compromisos solidarios y sus instintos de supervivencia. Un hombre individualista, al<br />

margen de la sociedad, pero que no carece de su propio código de honor, que sabe qué es lo justo<br />

y qué lo injusto. ¿Para qué decir más? Estamos ante el primer detective a la medida del México<br />

contemporáneo: Héctor Belascoarán Shayne, que vive en el centro de la ciudad de México y<br />

comparte su oficina con un plomero, un tapicero y un ingeniero especialista en los subterráneos<br />

del Distrito Federal.<br />

Nacido gracias a la pluma de Paco Ignacio Taibo II, Belascoarán Shayne se da a conocer en<br />

Días de combate (1976) y logra el estrellato, es decir, la empatía con los lectores mexicanos, a<br />

partir de Cosa fácil (1977). Su aparición marca un hito en la narrativa policiaca nacional. Viene,<br />

en todo caso, a sustituir a los investigadores nacionales a la antigua usanza que buscaban las<br />

claves del crimen en el propio criminal y no en el entorno, no en la red de complicidades que<br />

hace del ladrón o del asesino sólo una pieza más de la maquinaria del poder en turno. Y es esa<br />

maquinaria, ese poder, lo que busca revelar la novelística policial de Paco Ignacio Taibo II. Y lo<br />

que éste descubre por medio de su detective, lo lleva a cabo también Federico Campbell a partir<br />

de ir desmenuzando lo criminal como parte indisoluble del quehacer del estado moderno en su<br />

novela Pretexta y en sus diversas colecciones de ensayos sobre la sicilianización de la sociedad<br />

mexicana. De nueva cuenta, lo policiaco se transfigura en lo político. Juego de sombras chinas<br />

que van desde León Toral en La Bombilla hasta Mario Aburto en Lomas Taurinas.<br />

Reconozcámoslo: Héctor Belascoarán es un personaje prototípico de la generación del 68<br />

-antiautoritario, vehemente luchador por la justicia plena en aras de un ideal social, solitario<br />

desconfiado de las trampas del poder-; un héroe a la medida de la izquierda no dogmática que<br />

comienza a surgir en los años setenta. Aún hay en él un culto por la violencia, pero Paco Ignacio<br />

Taibo II apuesta por la cultura popular como un refugio solidario ante las crisis interminables en<br />

que se va deslizando el país. Con la aceptación masiva que logra su detective, la novela policiaca<br />

mexicana se robustece durante las décadas siguientes, en íntima relación con el surgimiento de<br />

la sociedad civil en todos los ámbitos de la vida nacional.<br />

A fines de los años setenta y en el transcurso de los años ochenta, la narrativa policiaca se<br />

consolida definitivamente en México. Autores como Rafael Ramírez Heredia, Malú Huacuja,<br />

Edmundo Domínguez Aragonés, Luis Arturo Ramos, Orlando Ortiz, Myriam Laurini<br />

<strong>Acequias</strong> <strong>55</strong> Primavera/Verano 2011 Ibero <strong>Torreón</strong>

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