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Acequias 55 - Torreón - Universidad Iberoamericana

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44<br />

Ensayo<br />

La mutación de la parricida<br />

que suscribe<br />

Si todo escritor o escritora joven es parricida, tal y como<br />

dice Eduardo Lizalde, he de confesar que necesitaré aprender<br />

de las más sutiles estrategias para llevar a cabo dicha tarea.<br />

Me sentaré ante el teclado, la hoja de papel o el teléfono móvil<br />

para ejecutar tal crimen, como si de ello dependiera la vida, y<br />

depende: la de los padres y madres, y las hijas e hijos que vienen<br />

a generar el equilibrio entre las pulsiones que dialécticamente<br />

buscan nuevos ciclos y transformaciones en las historias.<br />

He de matar entonces, porque como dice Rubén Bonifaz<br />

Nuño: “para los que están armados, escribo”. Y armada iré<br />

por el camino del caos guiñándole el ojo a quien con valentía<br />

ha tomado como arma a la palabra, y a la palabra vive y a la<br />

palabra fallece. Porque todo muere y todo nace, esa es la<br />

existencia, y en ella, la mutación parricida dará frutos, y será el<br />

viento que limpie con cautela, el polvo añejo de quienes tienen<br />

que agonizar para que los hijos asciendan y sean.<br />

¿Acaso no es esto la poesía? Ser: nacer, crecer, reproducirse<br />

y morir. Morir en la letra última del primer verso, para dar<br />

paso a la sílaba inicial del nuevo pensamiento. Ser, aunque<br />

en este hecho se cometan las peores violaciones: decirle al<br />

amado que se le idolatra con el espejo de la verdad, terminar el<br />

idílico placer del sufrimiento, enaltecer batallas, crecimientos,<br />

modas, distancias, descontento, groserías, alabanzas, pasiones,<br />

orgasmos, impotencias o indiferencias. Todo en el agridulce<br />

sabor de la palabra escrita y declamada, en la conjunción de<br />

una dualidad que se imanta para coexistir. Ser, siempre ser, sin<br />

inclinar la balanza hacia lo malo o lo bueno. No hay crimen que<br />

se adjetive. Solo es.<br />

Y cuando se cruza la línea entre asesinar con la delicadeza<br />

de la mente y el momento en que se lleva a cabo, entonces cada<br />

acción debe de ser visible para todos. Porque no hay asesinato<br />

que no se descubra, mucho menos que se silencie. ¡Mientras<br />

más lo sepan, más alharaca se hará y más visitantes se tendrán!<br />

El espectáculo de la literatura, -por momentos mórbido y<br />

personal-, será el canal de comunicación que permita la<br />

sublimación del peor de los eventos: convenciones de poetas<br />

muertos, poetas vivas, declamaciones políticas, sonetos cursis,<br />

cartas de amor en catorces de febrero, versos de odio para quien<br />

se aleja, y botellas de alcohol que se confunden con mariachis<br />

y guitarras. Después, nada. La muerte de la poesía barata, y el<br />

renacer de la poesía parricida, a la que me entrego.<br />

<strong>Acequias</strong> <strong>55</strong> Primavera/Verano 2011 Ibero <strong>Torreón</strong><br />

Brenda Navarro<br />

Ya lo decía Anne Sexton en su poema El asesino: La muerte<br />

correcta está escrita/Colmaré la necesidad/Mi arco está tenso/<br />

Mi Arco está listo/Soy la bala y el garfio/estoy amartillada y<br />

dispuesta/.<br />

Porque al reconocerme como la ejecutante del asesinato<br />

inicial y del último, -no importa el orden en que la madre y el<br />

padre mueren- no hago más que reconocer mi esencia, y con<br />

ella, la naturaleza de todos. Y permito así, el reflejo coqueto<br />

de saberme humana y como humana, dueña de pequeños<br />

fragmentos de pensamiento, emoción, verdad, mentira, etc.<br />

Que se verterán en dos o tres haikus, o cuatro o cinco sonetos<br />

para desencadenar en la poesía libre, la que es, la que existe, la<br />

que vive en el transcurso de la voz y desaparece en el silencio de<br />

la soledad que me permitirá una y otra vez seguir. Hasta morir.<br />

¿No es entonces, así la poesía? Matar a quién nos da vida,<br />

aunque esa vida misma sea la nuestra; Enriqueta Ochoa lo<br />

expresaba mucho mejor que yo cuando decía: Pienso en la<br />

fecha de mi suicidio/ y creo que fue en el vientre de mi madre/<br />

aún así, hubo días en que Dios me caía/ igual que gota clara<br />

entre las manos/.<br />

Quiero entonces, asesinar y suicidarme un poco si con<br />

ello tengo la oportunidad de desplegar mis inconscientes y<br />

razonamientos en palabras que emerjan de mis manos, los<br />

dedos de los pies, las pupilas, las piernas cansadas de andar,<br />

de las cicatrices que me hice cuando niña y de las heridas<br />

que laceran de adulta. Que al morir y renacer salga a relucir<br />

abruptamente de cada fibra que me compone lo que soy, como<br />

la lágrima que se escapa del ojo en el llanto, como la sangre que<br />

huye de la herida. Que nazca y muera lo que “es” en mí para<br />

poder ser otras y otros. Ser entonces, no la joven que destaza<br />

por placer, sino la poeta que se tiene que ser: la mutación de la<br />

parricida que suscribe hacia una poeta, poeta de carne y hueso,<br />

de amor y odio, de vida y muerte. Poeta sin más.

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