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MARTES 2 DE AGOSTO DE 2011
El naufragio de una isla
El caso de Cuba no es simplemente el de expulsar del poder a una tiranía, es la responsabilidad de
reconstruir una nación. Los explotadores que controlan todos los resortes del poder en Cuba podrán
ser destituidos, eliminados y sometidos a la justicia, pero la simple ausencia de ellos no restaura los
valores históricos y sagrados de la patria.
estos días cuando se ha vuelto a poner sobre
En
el tapete el tema de los viajes a Cuba me
siento en la obligación de explicar por qué
apoyo la propuesta de ley, ya aprobada por
la Cámara Baja, pero con riesgo de ser pirateada
en el Senado, de nuestro querido
legislador Mario Díaz-Balart.
Probablemente el hecho de que pertenezca al llamado
“exilio histórico” sea la razón de mi rechazo a que liberen
los viajes a la Isla cautiva; pero creo que todo cubano, independientemente
de la fecha en que por vez primeras puso
sus pies en esta tierra de libertad, si tiene la dignidad suficiente
para reconocer que huyó de un régimen que lo oprimía
y le coartaba todos sus derechos, debe reflexionar sobre
la humillación que representa regresar a las cadenas y al
cautiverio.
Volver a Cuba cargada la maleta de regalos, los bolsillos
de monedas y al amparo de una libertad de la que no gozan
nuestros compatriotas, es un acto de traición a los verdaderos
ideales de democracia e independencia que todo cubano
honrado debe desear para su patria. Conozco algunos de los
argumentos de que se sirven los que viajan a la naufragada
Isla del Caribe: nexos familiares que se desconocieron a la
hora de la partida, nostalgias por los sitios dejados atrás, por
miedo a los esbirros de la tiranía, y la necesidad de ayudar
a los que padecen pobreza y necesidades incontables, algo
que puede hacerse sin tener que llenar de dólares las fauces
insaciables del régimen con viajes costosos y humillantes.
No debemos dejar sin mencionar a los que viajan a Cuba
por intereses mezquinos, como son la ostentación, la búsqueda
del sexo barato y ocasional, y la diversión desordenada
y enloquecida. Para estos no invocamos el deber para con
la patria, porque patria no tienen, ni aquí ni allá.
Yo repito lo que decimos los que ya hemos gastado más
de la mitad de nuestra vida en el destierro. La Cuba que
dejamos ya no existe. Geográficamente nuestra Isla sigue
siendo la reina del Caribe, sus bellezas naturales, opacadas
por el descuido, siguen siendo altivas y sus playas siguen
besando de olas los contornos costeros; pero la realidad
interna del país es un caos doloroso, una irresponsabilidad
absurda y un sufrir de opresión inflexible y cruel.
Los que dentro del asustado caimán conservan los ideales
y el espíritu de lucha representan el decoro, en pocos, que
debiera corresponder a muchos. Para ellos, nuestro agradecido
respeto y nuestra justificada admiración. A menudo nos
preguntamos si tanto ellos, los de allá, como los de acá,
estamos seguros de la ciclópea tarea que nos espera en el
proceso de la restauración de Cuba. La solución no está en
arreglos cosméticos ni en la aceptación del sistema imperante
bajo la falsa premisa de que cambiando a sus ejecutores
se rescataría su eficacia. No en un gobierno “provisional”
de mano dura que pretenda instalarse indefinidamente,
ni en la imposición de un militarismo gobernante que desafíe
los valores de la libertad y de los derechos inherentes al
ser humano. La única solución es la libertad plena, la organización
de partidos políticos, el restablecimiento institucional,
la celebración de elecciones y la colocación en
manos talentosas, honestas y trabajadoras de la organización
del sistema democrático en el que se basó, con altas y
bajas, nuestra preciada República.
El caso de Cuba no es simplemente el de expulsar del
poder a una tiranía, es la responsabilidad de reconstruir una
nación. Los explotadores que controlan todos los resortes
del poder en Cuba podrán ser destituidos, eliminados y
sometidos a la justicia, pero la simple ausencia de ellos no
restaura los valores históricos y sagrados de la patria. Para
lograr este objetivo el camino es difícil y colosal la tarea.
Sabemos que hay planes, programas, recursos, ideas, proyectos,
esquemas resolutivos y estrategias definidas; pero a
menos que haya un espíritu de coordinación y una unidad de
trabajo, el proceso de rescate de Cuba del naufragio en que
se ha hundido será tardío y confuso.
En la Cuba inmediata, la que surja tras el despojo perpetrado
por la perversidad comunista, hay que retomar necesariamente
glorias del pasado sin repetir errores costosos ni
caer en vacíos retardadores. Lo primero es acatar una
Constitución, y el consenso generalizado es el de la instalación
de la Constitución de 1940, a sabiendas, por supuesto,
que la misma deberá estar sujeta a los factores de su actualización.
Sin pretender ser un estadista ni un estratega, y sin querer
dar la impresión de que el exilio sea la voz cantante en la
Cuba del mañana, me atrevo a señalar algunos puntos que
no debieran ser ignorados, aclarando que lo hacemos a título
de ejemplo, porque lo que habrá que hacer en nuestra
patria rescatada del naufragio no cabría en una lista de centenares
de páginas.
Lo primero es recobrar la civilidad ciudadana, abriéndoles
las puertas a las organizaciones e instituciones a las que
el castrismo ha amordazado. Proclamarle al cubano que
tiene derecho a pertenecer al grupo que decida, sin imposiciones
ni otras limitaciones que las que requiera el orden
público. Esto implica la devolución de locales, edificios y
templos que fueron, no tan solo ilegítimamente incautados,
sino profanados.
Un paso básico es restaurar la libertad de prensa. Quisiera
estar vivo cuando llegue el momento en que saquen a patadas
a los comunistas que se robaron las instalaciones del
Diario La Marina y de los demás periódicos que se publicaban
normalmente en la Isla. Habrá que “desinfectar” los
micrófonos contaminados de maldad en todas las estaciones
y cadenas radiales de la Isla y devolverle a la televisión su
calidad y su esplendor.
Las escuelas parroquiales, y las privadas en general, tienen
que reabrir sus aulas. Los maestros deberán limpiar la
historia de mentiras y alteraciones. La enseñanza en Cuba,
desde la universitaria hasta la elemental, tiene que revitalizarse
y para ello hará falta pedagogos, maestros, historiadores,
sicólogos y escritores. El exilio es la fuente propicia
para proveer líderes capacitados en estos campos de la educación
y la reordenación mental de los estudiantes víctimas
del adoctrinamiento de que han sido objeto.
Una tarea que debe asumirse con premura es el de la disolución
del sistema de gobierno marxista implantado en la
Isla y la reanudación del sistema político democrático, con
la resurgencia de partidos políticos, la reapertura del
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Rev. Martín N.
Añorga
Capitolio y la renovación total del poder judicial.
La economía cubana tiene que rehacerse. A las claras se ha
demostrado que una economía anclada en el control estatal se
paraliza y se corrompe. La libre empresa, la oportunidad para
el ciudadano de buscar y encontrar libremente el sitio donde
hallar empleo justamente remunerado constituyen un estímulo
al desarrollo que moverá de progreso a la Isla.
Es de obligación reponer los derechos del trabajador, conculcados
por una tiranía que se trepó al poder en nombre de
los trabajadores. La creación de sindicatos, la legalidad de
los movimientos obreros y la justicia empresarial habrán de
ser temas ineludibles de los que dirijan los destinos de la
nueva República.
Es increíble que en la Cuba mal herida por el marxismo el
café esté racionado, y el poco que se hace llegar al pueblo
sea una mezcla degradante del básico producto.
Inconcebible es que en la histórica “azucarera del mundo”,
el azúcar se venda en cuotas exiguas y que viandas comunes
como la malanga, la papa y la yuca se ofrezcan a precios
exorbitantes y suelan desaparecer de los anaqueles de
las paupérrimas tiendecitas a las que tiene acceso el pueblo.
No sabemos cuánto dinero hará falta ni cuánto esfuerzo
humano será necesario para desarrollar en Cuba una industrialización
productiva y asequible. No tenemos idea de
cuánto serían los costos para renovar la producción azucarera
cubana, rehaciendo centrales desmantelados, destruidos
o abandonados. Evidentemente hará falta ayuda, y corresponderá
a los Estados Unidos gran parte de esa responsabilidad,
compartida con los cubanos triunfadores y ricos que
en el ámbito de la libertad norteamericana han logrado
escalar altas posiciones económicas.
No quisiéramos que la renovación de Cuba empezara con
los compromisos de empréstitos de intereses desoladores
que comprometan el futuro de la nueva patria.
Un punto final es el de la identidad del cubano que en la
Isla se ha visto forzado a desechar valores tradicionales para
adoptar actitudes que serían desaprobadas en una nueva
sociedad basada en el orden, la decencia pública y la libertad
individual. Devolver los ideales a los jóvenes, las ilusiones
a las personas aptas para mejorar el rumbo de sus vidas
y la fe a los corazones de los creyentes es tarea de los conductores
de la Cuba rescatada del abismo.
Mi pregunta final es ésta: ¿en qué contribuyen al cambio
en Cuba los que ayudan a mantenerla en el pantano en que
se hunde con visitas cordiales al campo de concentración en
que la ha convertido la tiranía castrista?.
Contribuir a que Cuba siga siendo esclava, es una traición.
Alimentar a los miserables que la oprimen es una cobardía.
Asumir el deber que nos cabe de luchar por el rescate de
su libertad, es elevar la dignidad a la altura de la bandera y
abrazar con patriotismo la memoria de nuestros mártires y
héroes.
Para Cuba, el cambio. Nunca el conformismo ni la complicidad.
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