VE-02 MAYO 2014
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VALENCIA ESCRIBE<br />
La revista<br />
Número 2 – Mayo <strong>2014</strong>
© Eulalia Rubio Pérez (Valencia)<br />
©de los textos: Amparo Hoyos, Concha García, Rafa Sastre, Puri Otero,<br />
David Rubio, Lucho Bruce, Luis A. Molina, Asun Ferri, Jorge Martínez,<br />
Adrián García, Marco A. Torres, Manuel A. Ramos, Lu Hoyos, Marisol<br />
Santiso, Carmen Ferrer, Benjamín Blanch, Lidia Castro, Malén Carrillo,<br />
Mariam Bronchal, Eric Grants, Meryross, Alberto Casado, Pernando<br />
Gaztelu, Germán Repetto, Ricardo Mazzoccone, Eva C. Franco, Elena<br />
Casero.<br />
Foto portada: Read - Karin Dalziel (https://www.flickr.com/photos/nirak/)<br />
Colaboradoras (fotografías e imágenes):<br />
Eulalia Rubio (http://jardinesrioturia.blogspot.com.es/)<br />
Fuensanta Niñirola (http://lamiradadeariodante.blogspot.com.es/ y<br />
http://fninirola.blogspot.com.es/)<br />
Diseño y edición: Rafa Sastre<br />
Para ver y descargar esta revista en formato pdf (5.33 mb):<br />
http://www.mediafire.com/view/2eij3i58x7z3xf5/<strong>VE</strong>-<strong>MAYO</strong>.pdf
Índice<br />
Vivos y coleando (Rafa Sastre) Pág. 1<br />
Otro cuento… (Amparo Hoyos) Pág. 3<br />
Por una palabra (Concha García) Pág. 5<br />
Ajuste de cuentas (Rafa Sastre) Pág. 7<br />
La noche en el puente (Puri Otero) Pág. 9<br />
Secretos maritales (David Rubio) Pág. 11<br />
Su propia autopsia (Lucho Bruce) Pág. 13<br />
Silencio (Luis A. Molina) Pág. 17<br />
Quizás la ingravidez pulverice la tristeza (Asun Ferri) Pág. 19<br />
Las fotos del muertito (Jorge Martínez) Pág. 21<br />
El alma escindida –Parte I (Adrián García) Pág. 25<br />
Norman Daves (Marco A. Torres) Pág. 29<br />
El campo de batalla es el cielo (Alejandro Ramos) Pág. 31<br />
Voluntad de vivir (Lu Hoyos) Pág. 33<br />
El poeta (Marisol Santiso) Pág. 35<br />
Entre tonos de gris (Carmen Ferrer) Pág. 39<br />
Rebalsadors (Benjamín Blanch) Pág. 41<br />
Aburrimiento (Lidia Castro) Pág. 43<br />
Paseo imaginario (Malén Carrillo) Pág. 45<br />
Llora la noche (Mariam Bronchal) Pág. 47<br />
Anoche tuve un sueño (Eric Grants) Pág. 49<br />
Detrás de las paredes (Meryross) Pág. 53<br />
Siempre seré la misma (Alberto Casado) Pág. 55<br />
Nuevo mundo (Pernando Gaztelu) Pág. 57<br />
Noche en el cinematógrafo (Germán Repetto) Pág. 61<br />
El hijo de la montaña (Ricardo Mazzoccone) Pág. 63<br />
Lágrimas en el mar (Eva Franco) Pág. 67<br />
Su mejor salto (Elena Casero)<br />
Pág.69
© Eulalia Rubio Pérez (Valencia)
Vivos y coleando<br />
Dicen que la primavera, la sangre altera. Y alterados estamos ante el<br />
número 2 (la tercera entrega) de nuestra revista digital.<br />
¡Que nadie diga que no somos generosos! 27 textos que 27 autores<br />
entregan a cambio de nada, que regalan por el sencillo pero insustituible<br />
placer de compartir. En esta ocasión, damos la bienvenida a nuevos<br />
compañeros como Jorge Martínez, Adrián García, Marisol Santiso y<br />
Ricardo Mazzoccone, que deleitarán al lector con sus trabajos. Y no<br />
olvidemos a Eulalia y Fuensanta, que con sus imágenes no solo ayudan a<br />
ilustrar esta publicación, sino que la dotan de un incalculable valor<br />
añadido.<br />
Nos hemos visto obligados a guardar en ese extraño cajón del disco duro<br />
otras aportaciones, que estamos convencidos tendrán su oportunidad el<br />
próximo mes.<br />
Queremos aprovechar este imaginario estrado para declarar que nuestra<br />
publicación es abierta, por lo que animamos a cualquier aficionado a la<br />
escritura, ya sea en prosa o en verso, a remitir sus colaboraciones<br />
literarias, las cuales serán debidamente valoradas. Hemos de seguir<br />
alimentando a la criatura para que continúe creciendo.<br />
Os esperamos en Junio. Mientras, ya sabéis: leed, escribid, difundid<br />
nuestra publicación y nunca, nunca, os olvidéis de ser felices. Aunque<br />
hayan berzotas que se empeñen en ponérnoslo francamente difícil.<br />
Rafa Sastre<br />
1
© Eulalia Rubio Pérez (Valencia)<br />
2
Otro cuento…<br />
Snowy, 2008 - Dina Goldstein (http://dinagoldstein.com)<br />
Blanca trabajaba clandestinamente para una familia formada por siete<br />
hermanos varones. Ya sé que esto, hoy en día, no es ninguna novedad<br />
(me refiero al hecho de trabajar de forma clandestina, claro; otro cantar<br />
es encontrar a siete hermanos varones y además enanos, que trabajen<br />
juntos sin discutir). A lo que íbamos, Blanca recibía todos los meses de la<br />
mano de Sabio (no se podía llamar de otra forma) un sobre color marrón<br />
con una cantidad ridícula de dinero que no le daba más que para comer.<br />
Para vestir se las tenía que ingeniar para lavar, día sí y día no, las únicas<br />
prendas que tenía: la maldita falda amarilla y el corpiño azul.<br />
Mientras barría el patio de la casa de los siete explotadores, acertó a<br />
pasar por delante y fijarse en ella un joven quien dijo ser el hijo del rey,<br />
3
así, sin más. Blanca flipó en colores y se esforzó en resultar simpática,<br />
agradable y hospitalaria. Tan hospitalaria resultó ser que, después de su<br />
primer encuentro, la tripa le comenzó a crecer de forma sospechosa<br />
hasta el extremo de que los siete hermanos comenzaron a discutir entre<br />
ellos sobre la identidad del causante. Al final, fue ella quien salió<br />
perjudicada y Gruñón (tampoco podía ser otro) la despidió sin finiquito<br />
alguno, tan siquiera en diferido.<br />
Blanca buscó a su príncipe por todos los castillos y mansiones del reino.<br />
Después de muchas pesquisas, lo encontró, por casualidad, viviendo de<br />
alquiler en un pisito de soltero sucio y desordenado, sin apenas espacio.<br />
Temió ser despedida de nuevo, pero no fue así. El joven noble, le explicó<br />
que había sido desheredado por mantener principios más próximos a los<br />
ideales republicanos y que había tenido que esconderse, ya que su vida<br />
corría peligro. Finalmente, encontró trabajo en un taller de mecánica<br />
para el automóvil propiedad de quien, en otros tiempos, había sido su<br />
chófer.<br />
Desde luego que no resultó ser el príncipe soñado, pero sí el príncipe<br />
soñador, que tampoco estaba mal. Actualmente compagina su trabajo<br />
con la plataforma no al desahucio, se dedica a organizar escraches y<br />
tiene pensado encabezar una petición para que los palacios y<br />
mansiones, propiedad de su familia y demás nobleza, paguen el IBI de<br />
una puñetera vez. Blanca, sin trabajo, cuida de los niños además de<br />
mantener la casa limpia y ordenada.<br />
Autora: Amparo Hoyos (Valencia)<br />
4
Por una palabra<br />
Scrabble 1 – Derbeth (https://www.flickr.com/photos/derbeth/)<br />
Siempre he intuido el poder de las palabras, por eso he tratado de llevarme<br />
bien con ellas.<br />
Empezó como un juego. Inventemos una palabra, me dijiste al oído. El<br />
resultado nos hizo reír. Esa palabra nos gustó, nos gustó tanto que<br />
buscamos otra y otra. Cualquier ocasión era buena para inventar, para<br />
experimentar una nueva. Y así fue creciendo un lenguaje propio,<br />
alimentándose de ti y de mí.<br />
Y un día, tras muchas palabras, conseguimos la definitiva. Ansiada, más<br />
nuestra que ninguna. Esa que cada vez que pronunciamos recorre<br />
electrizante tu mente, la mía, la nuestra. La que se expande, en oleadas<br />
suaves y certeras, por cada rincón de tu cuerpo, del mío, del nuestro. Esa<br />
poderosa palabra que nadie más conoce.<br />
Autora: Concha García Ros (Cartagena, Murcia)<br />
http://nosvemosenkairos.blogspot.com.es/<br />
5
Under the sheets 15 – Nico Gees (http://500px.com/nicogees)<br />
6
Ajuste de cuentas<br />
De súbito, despiertas. Abres los ojos, acostado al lado de una mujer<br />
desnuda a la que no conoces. Sobre un colchón que tortura tus<br />
vértebras. En la infame habitación de un mísero motel. Te levantas con<br />
dificultad, encogiéndote de dolor. Descorres las cortinas. Fuera, bajo el<br />
sol naciente, un paisaje árido en tonos ocres. Estás en medio del<br />
desierto que a lo lejos atraviesa una carretera solitaria. Te vuelves y<br />
reparas en la insólita belleza de esa misteriosa mujer. También en su<br />
palidez extrema. Te acercas y cuando compruebas que no reacciona a<br />
tus llamadas, que parece no respirar, la abofeteas. Nada. Verificas su<br />
pulso y decides que está muerta. Te entra el canguelo. No hay sangre,<br />
tampoco marcas de violencia en ningún rincón de su preciosa anatomía.<br />
Pero te acobardas porque, además, no logras recordar. No sabes dónde<br />
te hallas ni cómo has podido llegar allí. Ignoras quién es la diosa muerta.<br />
Lo ocurrido durante las anteriores veinticuatro horas sencillamente se<br />
ha desvanecido, ya no forma parte de tu vida, de tu historia. Entonces<br />
observas alrededor. Sobre una pequeña mesa, tumbada y vacía,<br />
descansa una botella de bourbon; a su lado, un cenicero repleto de<br />
colillas. En el suelo una vieja máquina de escribir, destrozada. Y la<br />
papelera, llena de folios estrujados. Tomas uno de ellos y lees la única<br />
línea que hay mecanografiada en él. A continuación despliegas otro que<br />
muestra la misma leyenda. Y luego otro y otro más, hasta vaciar la<br />
cubeta. Comienzas a temblar. En todos aquellos papeles, las mismas<br />
palabras: “Hoy encontré a mi musa; va a pagar por todo lo que no hizo”<br />
Autor: Rafa Sastre (Valencia)<br />
http://rafasastre.blogspot.com.es<br />
7
© Fuensanta Niñirola (Valencia)<br />
8
La noche en el puente<br />
La noche cubría con su manto negro la ciudad y los habitantes luchaban<br />
con sus culpas. Uno de ellos decidió redimir las suyas, se subió al puente<br />
que cruzaba el río y desde lo alto gritó: “¡No puedo más!” y sin esperar la<br />
respuesta a su agonía, se lanzó al vacío. En el otro extremo, una niña<br />
jugaba con su pelota y al percatarse de lo ocurrido asomó su cabeza para<br />
lanzar unas palabras de consuelo, pero el hombre no llegó a escuchar los<br />
sonidos que le hicieran cambiar de opinión, ya que su cuerpo había<br />
entrado en contacto con el agua y su cabeza estaba incrustada en las<br />
profundidades.<br />
Al día siguiente la noticia corrió como la pólvora, llegando hasta la casa<br />
de Susana, a la que se desplazó la policía para que ésta identificara el<br />
cuerpo aparecido en el fondo del río, ya que le habían encontrado una<br />
alianza con su nombre.<br />
- Yo ayer por la noche vi cómo un hombre se tiraba desde el puente<br />
-comentó la niña, que se agarraba fuertemente a su madre-, le quise<br />
decir cosas bonitas para que no lo hiciera, pero él no me escuchó.<br />
- Lo siento mucho, contestó Susana, no conozco a esa persona, mi<br />
marido está a punto de llegar y por favor me gustaría que se marchasen.<br />
Días después, la niña fue encontrada también en el fondo del río, con<br />
una nota: “Vete con tu padre”.<br />
La autopsia descubrió que había sido violada repetidas veces, se<br />
encontraron restos de semen del hombre que decía ser su padre; el ADN<br />
era el mismo que el del sujeto que días atrás se había suicidado.<br />
Autora: Puri Otero Domarco (Vigo, Pontevedra )<br />
http://puri-dulcinea.blogspot.com.es/<br />
9
Oscar Wilde painted portrait – Thierry Ehrmann<br />
(https://www.flickr.com/photos/home_of_chaos/)<br />
10
Secretos maritales<br />
—¿Su marido leía? —Preguntó el inspector al otro lado de la mesa.<br />
—¿Leer? ¿A qué viene eso? Como mucho esos periódicos deportivos.<br />
—¿Está segura? —El agente abrió el cajón y le mostró un libro— ¿Lo<br />
reconoce?<br />
La viuda arqueó las cejas. Cogió el volumen y lo hojeó con premura.<br />
—Sí… es una novela romántica… la leí hace mucho.<br />
—La aferraba cuando encontramos su cuerpo. Es raro para alguien que<br />
no leía, ¿no le parece?<br />
—Jamás lo hubiera imaginado… Parece que nunca conocemos del todo a<br />
las personas —comentó mientras jugueteaba con las páginas—. ¿Me lo<br />
puedo llevar?<br />
—Por supuesto. El forense ya ha confirmado que la causa de la muerte<br />
ha sido un infarto. La investigación está cerrada.<br />
El inspector se levantó y acompañó a la mujer hasta la puerta. Allí, a<br />
modo de despedida, le dijo:<br />
—¿Son buenas? Las novelas de detectives ya me empiezan a aburrir.<br />
—Hay de todo… disculpe, tengo prisa.<br />
La mujer se marchó. El agente volvió a la mesa y extrajo unas fotos del<br />
cajón. Las observó tratando de reconocer en ellas a la respetable esposa<br />
que se acababa de marchar.<br />
“Es verdad, nunca sabemos lo que nos podemos encontrar en un libro”,<br />
se dijo.<br />
Autor: David Rubio (Sant Adrià de Besòs, Barcelona)<br />
http://elreinorobado.blogspot.com.es/<br />
11
Road to nowhere – Guillaume Rouger (http://500px.com/rougerguillaume)<br />
12
Su propia autopsia<br />
© Fuensanta Niñirola (Valencia)<br />
Encendió las luces, apagadas y desprovistas de vida... blancas y<br />
palpitantes sobre la mesa de acero en la cual trabajaba a diario y en la<br />
cual le esperaba la víctima diaria de esa señora llamada Muerte.<br />
Se colocó el traje provisto y los guantes de gruesa goma, como si ese<br />
cuerpo exánime y mustio pudiera contagiarle algún germen de muerte,<br />
pero no, la muerte no es contagiosa una vez que se cobija en el cuerpo<br />
de alguien que alguna vez tuvo vida.<br />
Esta vez le esperaba trabajar sobre el cuerpo de una víctima muy joven,<br />
temerosamente hermosa y agraciada, pero sus ojos cansados bajo la luz<br />
mortecina ya habían encallecido su mirada y sólo atendía y obraba en<br />
consecuencia...<br />
Apartando la sábana clara que cubría el cuerpo -detalle feroz e<br />
insultante esa sábana blanca sobre un cuerpo ya en estado de<br />
putrefacción-, dejó salir un suspiro y se abocó a observar el cuerpo.<br />
13
Joven y hermoso, seguro e implacable aún en su rigor mortis, pero<br />
llamativamente conocido y familiar... restregándose los ojos y<br />
dirigiéndose al lavabo mojó sus ojos con abundante agua como si ese<br />
frescor le diera claridad a sus ojos y a sus sentidos.<br />
El mejor promedio en su cátedra, medalla de honor y alumno<br />
sobresaliente sólo en lo que respectaba a la medicina forense, hijo de<br />
madre desconocida y padre alcohólico, le quedaba solamente subir o<br />
descender en la cadena alimenticia y eligió ascender a como diera lugar,<br />
a cualquier costo y a fuerza de no dormir y no conocer otra cosa que no<br />
fueran los libros y la noche...<br />
Seca sus manos en su pelo, arrojándolos hacia atrás en una compulsión<br />
mecánica y eléctrica, como descargando los demonios que anidaban<br />
sobre su frente y sus hombros, saliendo del lavabo y dirigiéndose hacia<br />
la mesa de trabajo.<br />
Hermoso y resplandeciente, en su último fulgor yacía ese cuerpo que<br />
alguna vez hubo de tener una vida plena de lágrimas y orgasmos,<br />
adolescente y bella como una Supernova que no sabe que lo es...<br />
viviendo el día, aspirando el aire a doscientos kilómetros por hora<br />
sabiendo que podría aspirarlo a trescientos si quisiera, pero no... a<br />
ciento veinte kilómetros por hora y sin el cinturón de seguridad no hay<br />
cuerpo viejo ni joven que soporte el impacto, agregando que su viejo<br />
auto carecía de airbag.<br />
Con cinta adhesiva levanta los párpados de la joven y en un repentino<br />
rayo de vacío ve en los ojos yertos imágenes y flashes de colores que lo<br />
encandilan y que hacen que deba aferrase con toda la fuerza de su mano<br />
derecha a la camilla de acero. Mareado y atontado, empieza a ver a<br />
través de los ojos muertos una película vívida y que le pega en el pecho,<br />
subido a un carrusel de cinema, sentado en primera fila y único y<br />
exclusivo espectador en la pesadilla ajena.<br />
14
Siente el aire circular por su nuca y sus orejas, el motor del deportivo<br />
rugiendo bajo sus nalgas y algo parecido a la delicia se apodera de sus<br />
sentidos, feromonas y suspiros anhelantes se disparan hacia los planetas<br />
mientras el motor ruge y pide que su pie derecho lo provea de más<br />
combustible, insaciable y poderoso.<br />
Entre sus párpados entrecerrados, vislumbra colores e imágenes<br />
centrífugas que azotan los costados de su visión periférica, contrayendo<br />
sus pupilas, dilatando todos los poros de su cuerpo.<br />
Está en el cuerpo de esa joven, en su auto, en su vida, y no puede parar<br />
de acelerar disfrutando el pisar el pedal y que las figuras y colores pasen<br />
fugaces en derredor... y pisa fuerte apretando las muelas , disfrutando<br />
los vientos, entrecerrando de más sus ojos que le impiden ver que esa<br />
curva que él creía era a la derecha era inexorablemente a la izquierda y<br />
en un espasmo de luces blancas y la nada misma, se encontró de<br />
repente yacente en una fría mesa de morgue... de acero y con alguien<br />
con gruesos guantes de goma que comenzaba a abrirlo en dos... para<br />
realizarle SU autopsia.<br />
Autor: Lucho Bruce (Mar del Plata – Argentina)<br />
15
Silence! – Eivind Hamran (http://500px.com/eivindh)<br />
16
Silencio<br />
La luz de la tarde ya se estaba diluyendo<br />
la vi entrar, llegó hasta mí con pasos quedos.<br />
No me miró, bajó la cabeza avergonzada,<br />
se sentía culpable.<br />
Respiraba agitada, demostrando su miedo.<br />
Quedé parado en medio de la habitación,<br />
silencioso y preocupado.<br />
Tendría que ser ecuánime.<br />
¿La perdonaría?<br />
Algo dentro de mí se rebelaba.<br />
Ya junto, a escasos pasos, temblando,<br />
no dijo nada.<br />
Mi mente lo adivinó.<br />
Los perros no hablan…<br />
Autor: Luis Alberto Molina (Rosario, Argentina)<br />
http://www.luismolin.blogspot.com.es/<br />
17
Voyage a la lune. Lithograph, between 1865 and 1870<br />
(https://www.flickr.com/commons)<br />
18
Quizás la ingravidez pulverice la tristeza<br />
Imagen de Pulo (http://loscuatroelementos.wordpress.com/)<br />
Quizás la ingravidez pulverice la tristeza, la rabia, la impotencia, quizás el<br />
primer hombre en la luna descubrió ese gran secreto, quizás las misiones<br />
a Marte transporten en las bodegas, las angustias, las venganzas, las<br />
envidias, la codicia. Quizás los extraterrestres nos contemplen<br />
alucinados, ‘qué complicados, con lo fácil que sería que volaran de vez<br />
en cuando’. Quizás por eso lloramos cuando llegamos al mundo, en el<br />
primer cumpleaños insuflamos aire en los globos, llorando<br />
desconsolados si alguno es desinflado, continuamos en la niñez volando<br />
nuestras cometas, cuando somos adolescentes saltamos<br />
aguerridamente, en cataratas, en trampolines, desde los puentes,<br />
también desde balcones en los hoteles; con el tiempo y cantinelas, nos<br />
19
aferran bien a la tierra, contemplando boquiabiertos las hazañas de<br />
argonautas, los únicos autorizados por la asumida cordura a transitar por<br />
los sueños. Quizás todas las claves se encuentren en el espacio y allí nos<br />
estén esperando. Tal vez algún día la tierra en una gran vibración, nos<br />
expulse abruptamente, cansada de prodigar mimos a unos hijos<br />
consentidos.<br />
‘Según el astronauta Andrew Feustel, es imposible llorar en el espacio, pues la<br />
falta de gravedad impide que las lágrimas caigan, adhiriéndose dolorosamente en<br />
forma de pequeñas bolas a los ojos, hasta que adquieren el tamaño suficiente y se<br />
desprenden, admirando así el espectáculo de ver flotar tus propias lágrimas.’<br />
Autora: Asun Ferri (Valencia)<br />
http://patadeelefanta.wordpress.com/<br />
20
Las fotos del muertito<br />
:P – Esparta Palma (https://www.flickr.com/photos/esparta/)<br />
(Hecho de la vida real)<br />
En los tiempos que aún se usaban los rollos fotográficos, la doctora<br />
legista del ministerio público en Jiquilpan, telefónicamente se comunicó<br />
con uno de los reporteros del periódico La Verdad para que fuera a<br />
fotografiar el cadáver de una persona que había muerto ahogada en un<br />
canal de aguas para regadío en el municipio de Villamar, del estado<br />
michoacano, en México.<br />
Serían las nueve de la noche cuando el periodista llegó a las pequeñas<br />
instalaciones del SEMEFO (a un costado del Hospital Civil Lázaro<br />
Cárdenas), que, por cierto, tenía servicios higiénicos deprimentes.<br />
21
La doctora le dijo que antes de que ella hiciera la autopsia, él le tomara<br />
fotos el cuerpo para efectos de una posible posterior identificación, ya<br />
que se trataba de alguien desconocido.<br />
La Médico forense se salió de la pequeña sala y se fue a la patrulla<br />
policiaca a tomarse un refresco con los policías que habían llevado el<br />
cadáver.<br />
Mientras, el reportero hacía su trabajo… oprimía el disparador para<br />
fotografiarlo de un lado, del otro, de cuerpo entero, del rostro, y cuando<br />
se había adosado a la pared tratando de tener más espacio (ya que<br />
entre ésta y la mesa mortuoria no existía más que medio metro de<br />
distancia) escuchó un prolongado lamento emitido por el difunto.<br />
En cuanto nuestro personaje escuchó el gemido, muy asustado salió a<br />
todo correr para reunirse con los demás.<br />
-¡Doc… Doctora…El mu… muerto!<br />
-¿Qué ocurre con él?<br />
-Que… que… se quejó…<br />
-Está bien, está bien, no se preocupe, es el aire acumulado en el vientre,<br />
pues falleció, al parecer, hace unos diez días; y mire, antes de que usted<br />
se vaya, sáquenos una a nosotros, para la sección de sociales.<br />
Y ella y los policías se acomodaron, con el fondo de la pequeña sala de<br />
destazamiento oficial de los fallecidos por causas no naturales.<br />
Al otro día, como en el rollo apenas se habían tomado quince<br />
impresiones, nuestro reportero sacó las restantes (de veinticuatro) entre<br />
parientes, amigos y conocidos, y lo llevó a revelar en Farmacias<br />
Guadalajara.<br />
-Estarán en una hora .<br />
22
-Gracias, señorita.<br />
Se retiró y regresó cuando le indicaron. Abrió el paquete para apartar las<br />
fotos que le había pedido la doctora y… ¡Qué terrible sorpresa la que se<br />
llevó, pues todas habían salido bien, menos las que le había tomado al<br />
muerto.<br />
-¿Usaste el flash? .<br />
-Pues claro, si no soy tan wei.<br />
-La cámara tendría alguna pequeña ranura por donde hubiese entrado la<br />
luz…<br />
-¡Por supuesto que no, patrón; no habría salido ninguna, y aquí tengo las<br />
que tomé antes y después de que fui a fotografiar al muertito.<br />
-Entonces, ¿qué pasaría?<br />
-Yo digo que no quiso que lo retratara para que nadie lo identificara,<br />
pues tal vez había cometido alguna fechoría. Digo, yo nomás digo.<br />
Autor: Jorge Martínez (Sahuayo de Morelos, México)<br />
23
Trastevere – Ross (https://www.flickr.com/photos/syder/)<br />
24
El alma escindida<br />
Anti-Yo – Eriko Stark (http://500px.com/erikomurguia)<br />
PARTE I<br />
Era un día típico de mayo, en que el verano parece asomarse pero el calor<br />
no resulta insoportable, simplemente se posa suavemente sobre tu piel.<br />
Cuando el viento refresca pero no enfría. Perfecto para salir a la calle y<br />
sentirte libre. Había un hombre tumbado en una cama, soñando que<br />
estaba en Trastevere, el barrio medieval de Roma, llamado así por estar<br />
localizado detrás del río Tíber. Caminaba por sus adoquinadas y<br />
pedregosas vías, guiado por los olores de albahaca, harina, tomate… que<br />
impregnaban el ambiente y su olfato perseguía con ansia. Le encantaba esa<br />
barriada sobre todo al atardecer, cuando el sol era transformado en<br />
cientos de farolillos y velas que inundaban todos sus rincones, dándole una<br />
atmósfera cálida a la par que romántica.<br />
25
Sin embargo, no se dirigía a ningún encuentro amoroso, había quedado<br />
con los amigos para reunirse todos en la hora de aperitivi, algo originario<br />
de Milán pero que estaba extendido en muchas ciudades de Italia.<br />
Consistía en pedir una copa o refresco y poder disfrutar la comida que iban<br />
sacando, como si se tratase de un buffet. Claro que estaba mal visto<br />
pedirse tan solo una bebida. Ya podía divisarlos en la lejanía, estaban en la<br />
Plaza de Santa María del Trastevere, un lugar bastante céntrico y fácil de<br />
encontrar, gracias a la basílica del mismo nombre, cuya torre sobresalía<br />
mostrando su gran reloj. No se lo podía creer, no faltaba ni uno; Juan, Eva,<br />
Diego y Marcos. Ya se acercaban, cuando de repente fue transportado a<br />
otra escena. Sangre, mucha sangre, estaba todo empapado, no recordaba<br />
cómo había llegado allí y de quién era esa sangre, se cercioró de que no<br />
fuera la suya propia y con un sobresalto despertó del sueño. Los rayos del<br />
sol se filtraban a través de la ventana, aterrizando directamente en su cara.<br />
Seguramente fue eso lo que le hizo despertar, se sintió tranquilo al saber<br />
que tan solo era un mal sueño, que se encontraba plácidamente en su<br />
cama. Aunque por el tacto no lo parecía, ésta era mucho más dura e<br />
incómoda. Miró a su alrededor y lo recordó todo. Las paredes blancas y<br />
acolchadas, el suelo de un color grisáceo, la maldita ventana de apenas 30<br />
cm. de alto por 30 cm. de ancho, los ruidos que escuchaba todas las<br />
noches, los médicos ataviados con batas, los guardias con las porras…<br />
Ahora todo encajaba, se encontraba en el manicomio de Roma “Julio<br />
César”, sobre la isla Tiberina, un islote en forma de barco. Rodeado por<br />
agua en todos sus costados, exceptuando el puente “Melvio” que la unía<br />
con la civilización.<br />
Se levantó de la cama con dolor de espalda, al ser tan rígida siempre le<br />
causaba molestias que cesaban al cabo de unas horas. Se dirigió hacia la<br />
ridícula ventana y se asomó por ella. Era como un ritual matutino. Para<br />
sentirse menos aislado, menos apartado del mundo. Se deleitaba viendo a<br />
las otras personas pasear, gente libre, que reía, caminaba, se cogían de la<br />
mano, se besaban, corrían rodeando el río, jugaban con una pelota… En fin,<br />
26
hacían cosas para sentirse vivos, cosas que él no podía hacer y que echaba<br />
tanto de menos. Pero una y otra vez, mientras observaba a las personas,<br />
pensaba: algún día yo estaré junto a todo ellos, reiré, cantaré, besaré… Era<br />
una promesa vacía que se hacía a sí mismo, que no sabía si llegaría a<br />
cumplirla, pero presentía que cada vez estaba más cerca, le servía para<br />
levantarse cada mañana y no quedarse tirado, como si estuviera muerto en<br />
vida, respirando por sobrevivir como un objeto que late.<br />
Al principio todo fue diferente, ya llevaba cinco años encerrado en esa<br />
celda. Le dijeron que había sufrido un shock tras haber asesinado a sangre<br />
fría a sus amigos, hecho que era muy posible que no recordara. “El cerebro<br />
se bloquea ante episodios tan crueles para evitar causar más daño a la<br />
persona, lo llaman amnesia funcional”. Esas fueron las palabras que le dijo<br />
el médico. También le informó que no paraba de repetir que fue su<br />
hermano gemelo quien lo hizo, que intentó detenerle, pero no pudo. Por<br />
eso se encontraba en el manicomio y no en la cárcel. Porque él era hijo<br />
único, no tenía ningún hermano. Le diagnosticaron esquizofrenia<br />
indiferenciada, caracterizada por presentar una mezcla de diferentes<br />
síntomas de otros tipos de esquizofrenia, como en su caso violencia,<br />
delirios, alucinaciones, aislamiento social… Su madre fue la primera en<br />
acudir, le explicaron que en muchas ocasiones suele desarrollarse durante<br />
la adolescencia, con los cambios, la autoestima y más factores implicados.<br />
No podía creerlo, pero cuando le explicaron los síntomas empezó a dudar.<br />
“Siempre ha sido un niño un poco retraído, se pasa muchas horas en su<br />
habitación. Hay veces que, de repente, saca su libretita y escribe cosas que<br />
le vienen a la mente, como si oyese una voz que le dicta. En otras<br />
ocasiones ve cosas que los demás no vemos, o se las imagina, como si<br />
tuviera un sexto sentido, pero jamás ha hecho daño a alguien, nunca ha<br />
sido violento”, explicó su madre al médico.<br />
Autor: Adrián García Raga (Valencia)<br />
http://unaestrellaenelcosmos.blogspot.com.es/<br />
27
Bobby Fuller, boxer, ca. 1945 / photograph by Phil Ward<br />
(https://www.flickr.com/commons)<br />
28
Norman Daves<br />
A Journalist writing in his BMW - Zoltán Glass (1934)<br />
(http://www.tumblr.com/tagged/zoltan-glass)<br />
Conocí a Norman Daves en una fiesta que nuestro amigo común, Jay<br />
Gatsby, organizó para dar la bienvenida al invierno. Lo primero que me<br />
sorprendió de Norman fue su capacidad para fumar y hablar al mismo<br />
tiempo, mientras las chicas más guapas hacían cola para conseguir uno<br />
de sus prestigiosos besos o uno de sus míticos piropos. Recuerdo que<br />
ese año los vejestorios de la escuela del resentimiento no tuvieron más<br />
remedio que reconocer el talento de Norman y otorgarle el premio<br />
Pulitzer, logrado con indiscutible autoridad por un artículo sobre la<br />
generación perdida en París. Yo era por aquel entonces un joven<br />
aspirante a escritor que intentaba abrirse camino como corrector de<br />
estilo en una editorial de Brooklyn, y Norman Daves era uno de mis<br />
puntos de referencia. Leí con asombro su crónica del desembarco de<br />
Normandía (sobre la que corría una curiosa leyenda: que el papel en el<br />
que fue escrita aún conservaba manchas de sangre y barro), su libro<br />
29
sobre la ley seca El último trago y su novela Mis últimos días con<br />
Afrodita. Aquella noche, en casa de Jay, Norman hizo algo<br />
verdaderamente extraño. Miró su reloj, apartó de su lado a dos chicas<br />
rubias y cruzó el salón justo hasta donde yo me encontraba.<br />
- Necesito su ayuda -me dijo- y le pagaré bien. Dentro de media hora<br />
Rocky Marciano pelea en el Madison. Debo cubrir el combate y usted va<br />
a coger mi coche y me va a llevar allí.<br />
El combate era un mero trámite para Rocky Marciano. La federación le<br />
obligaba a poner el título en juego cada tres meses y Rocky, ya sin rivales<br />
de entidad, utilizaba verdaderos paquetes para mantener su reinado en<br />
los pesos pesados. El pobre chico de Alabama al que tumbó en el tercero<br />
apenas vio venir la derecha del campeón, y despertó en el hospital dos<br />
días después preguntando por su mamá.<br />
Norman salió por una de las puertas traseras del Madison y se metió en<br />
el coche. Deslizó la mano debajo de su asiento y sacó una vieja<br />
Underwood.<br />
- ¿Sabe donde están las oficinas del New York Times?<br />
Mientras conducía a toda velocidad atravesando la ciudad, los dedos de<br />
Norman golpeaban con furia las teclas de la Underwood. Fue, sin duda,<br />
uno de los días más felices de mi vida. Cruzar la Quinta Avenida con<br />
Norman Daves a mi lado, el sonido de la máquina de escribir, el cigarro<br />
en los labios, las volutas de humo ascendiendo inexorables hacia un cielo<br />
de carteles de neón, Rocky Marciano y su derecha de hierro. Todo<br />
parecía sacado de una novela de Norman Daves.<br />
(Del libro No dejes de escribir, de Paul Banks, McGraw-Hill, 1967)<br />
Autor: Marco Antonio Torres Mazón (Torrevieja, Alicante)<br />
http://itacadeshabitada.blogspot.com.es/<br />
30
El campo de batalla es el cielo<br />
Pinted in the sky – Dave Morrow (http://500px.com/DaveMorrow)<br />
Se decolora el cielo<br />
al igual que tu cabello,<br />
bella musa,<br />
ambos atacados<br />
por ráfagas de tiempo.<br />
Balística repentina<br />
que llena de sabiduría<br />
y derrama el vaso de la vida.<br />
Unas explosiones esporádicas<br />
y el día es atacado.<br />
31
¡Retirada!<br />
El cielo se cubre de oscuridad<br />
tras la huida de la luz.<br />
Los cadáveres de los caídos<br />
brillan tintineantes, azules y rojos,<br />
¿Al cielo o al infierno?<br />
¿A dónde van?<br />
Un herido se aleja del campo de batalla,<br />
estrella fugaz.<br />
La bandera del enemigo mengua<br />
en forma de luto,<br />
su pena la cubre con un par de nubes.<br />
La guerra de la vida,<br />
la guerra del día,<br />
la guerra del amor,<br />
la guerra contra el reloj.<br />
Autor: Manuel Alejandro Ramos Ayala (Naica, México)<br />
http://chatomusik.blogspot.mx<br />
32
Voluntad de vivir<br />
Dark World – Дарья Майер (http://500px.com/daryamayer)<br />
Olvidada de la escritura, permanecí en silencio durante días<br />
interminables. No sabía el motivo de mi desgana general así que me dejé<br />
llevar por mis sentimientos y me fui sumergiendo en una apatía pegajosa<br />
y resistente que se iba apoderando de mí cada día un poco más. La<br />
primavera azotaba con un viento insoportable a la gente y a las cosas y<br />
el mundo se degradaba en miserias incontables e incontrolables. Tuve<br />
que huir de los telediarios e, incluso, sentía miedo de las noticias de la<br />
red. Me vino de pronto la voz de Nietzsche y su “voluntad de poder”, esa<br />
fuerza que nos hace amar la vida y autoafirmarnos en ella sean cuales<br />
sean las circunstancias. Y me dije: estos son los tiempos que me ha<br />
tocado vivir. No puedo salvar al mundo. Solo puedo seguir creando mi<br />
vida hasta el último aliento y compartirla con vosotros.<br />
Autora: Lu Hoyos (Valencia)<br />
http://inventariodelucrecia.blogspot.com.es/<br />
33
Image taken from page 10 of '[Handy Andy, etc.] – Samuel Lover, 1896<br />
(https://www.flickr.com/commons)<br />
34
El poeta<br />
Penélope nació una fría noche del mes de diciembre. Llegó a una<br />
mansión triste, en donde las sombras de los fantasmas acechaban<br />
agazapados en todos los rincones, y en la que sólo se movían, cuando el<br />
viento las rozaba, las hojas perennes de los abetos que habitaban en el<br />
jardín.<br />
Su llegada al mundo antes de tiempo sorprendió a su madre, porque en<br />
el mismo momento que salió del vientre materno, su madre agonizó con<br />
los estertores de la placenta y sucumbió a una hemorragia que le cortó<br />
el aliento. Y angustió a su abuela, a quien no le quedó otro remedio que<br />
hacerse cargo de ella. Una abuela a la que se reflejaba en los ojos la<br />
amargura del pasado y el peso de la tristeza de los años.<br />
Y Penélope fue creciendo entre los susurros de los muertos, el comején<br />
de las maderas, la añoranza de los besos y la falta de caricias. Y con el<br />
paso del tiempo se acostumbró a ser invisible tras las cortinas de la<br />
soledad.<br />
A veces, cuando el miedo se apoderaba de ella, buscaba a su abuela y al<br />
pasar por los altos pasillos veía como se movían los ojos de los retratos<br />
de sus antepasados y se aferraba con las manos, la angustia que le<br />
atenazaba en la garganta.<br />
Y encontraba a su abuela siempre en la vieja mecedora, donde se<br />
balanceaba en la semioscuridad de su habitación, con el mismo viejo<br />
libro entre sus manos, que tenía los lomos de cuero tan cuarteados<br />
como su piel, y entonces, se acurrucaba tras las viejas patas de madera y<br />
le escuchaba recitar en silencio los mismos poemas incompletos. Y así un<br />
día tras otro, con el miedo a su espalda.<br />
35
Cuando tenía doce años, una tarde del mes de abril, encontró un diario.<br />
Tenía el color del otoño estancado entre las hojas y encerrado el secreto<br />
de su abuela. Y lloró al descubrir el pasado. Y su mente anheló conocer<br />
el secreto de la risa.<br />
Fue entonces cuando decidió que no dejaría de buscar la manera de<br />
volver al pasado y cambiar el dolor de su abuela.<br />
Adquirió la costumbre de meterse en el cobertizo todas las tardes para<br />
cambiar su mundo. Y tardó quince años en comprobar la eficacia de su<br />
invento.<br />
Y una tarde de verano apretó el contacto que la arrastró hasta las<br />
puertas del infierno. Sintió como sus entrañas se convertían en una<br />
sustancia líquida, que la llegaba a la garganta para luego retroceder,<br />
dejándole el aroma amargo de la bilis en la nariz, entonces su estómago<br />
le dio un vuelco en un frenético esfuerzo por vaciarse y creyó morir<br />
ahogada en su propio vómito. Estaba desconcertada y era incapaz de<br />
moverse. La cabeza le estallaba en mil pedacitos y le acompañaba un<br />
atronador zumbido que la ensordecía. Poco a poco fue recuperando el<br />
sosiego. Y cuando su corazón se aplacó, percibió el sonido de unas notas<br />
musicales, que el viento arrastraba hacia la ventana del cobertizo.<br />
Salió tambaleándose.<br />
Incrédula vio luces en la fachada de la mansión y supo que lo había<br />
conseguido, había atravesado el tiempo, estaba en el pasado. Deseaba<br />
cambiar los hechos, tenía que impedir que su abuela rechazara al poeta.<br />
Fue al lago a pensar, y de repente le vio sentado sobre una piedra. Algo<br />
metálico que llevaba en la mano refulgió a la luz de la luna. Sofocó un<br />
grito desesperado y corrió hacia él.<br />
36
No supo en qué momento le empezó a recitar sus propios poemas<br />
inacabados, tampoco supo el momento en el que sus ojos se le<br />
prendieron en el corazón y quedó subyugada a su encanto.<br />
Sólo supo que le cogió de la mano y le acarició dulcemente, y él le besó<br />
los labios, confundiéndola con su abuela.<br />
Y abrazados se alejaron de allí.<br />
Autora: Marisol Santiso Soba (Madrid)<br />
37
Jamboree Triphasic Llibert – Josep Tomás<br />
(https://www.flickr.com/photos/thundershead/)<br />
38
Entre tonos de gris<br />
Fotografía de Francisco Mas Manchón<br />
Escondido a una distancia que no le permite ver su rostro con claridad,<br />
ha inventado un jardín para ella. Como cada mañana, espera verla<br />
aparecer. La misma escena pintada con los blancos y negros que se<br />
funden dibujando un silencio eterno entre los dos.<br />
La ve llegar, más o menos a la misma hora de siempre y de pie, desde el<br />
balcón, observa embelesado la sencillez de sus gestos. Observa sus<br />
manos juguetear con las páginas de un libro y un escalofrío de deseo por<br />
sentir esas caricias en su piel recorre su cuerpo.<br />
39
El corazón late fuerte cuando la imagina junto a él, perdidos los dos en<br />
el calor de un abrazo que le pinte las mejillas con el mismo rosado pálido<br />
de esos labios que tanto ansía besar. Apoya las manos en el cristal y las<br />
huellas borrosas de sus dedos dibujan con rabia la impotencia de no<br />
poder tocarla.<br />
Se avergüenza del miedo que le invade al verla. No se atreve a bajar las<br />
escaleras y sentarse a su lado y tampoco acierta a encontrar las palabras<br />
con las que confesar lo que siente. Un día más, otro día más, pintará su<br />
triste y cobarde soledad entre tonos de gris.<br />
Autora: Carmen Ferrer (Barcelona)<br />
40
Rebalsadors *<br />
Desde la magnitud de tu atalaya,<br />
donde se eleva el sentido de la vista<br />
y el horizonte se pierde por lejano,<br />
mientras se va serenando mi latido<br />
y el viento enfría en mis poros<br />
el sudor rebosante del ascenso,<br />
mi mirada desciende por tu falda;<br />
reposa unos segundos reflexiva<br />
en la sobria quietud de la Cartuja,<br />
hasta llegar a la llanura extensa<br />
donde el rio consume su caudal.<br />
Enfrente, el otro flanco de la vega<br />
decrece hasta llegar a la laguna<br />
separada del mar por los pinares,<br />
que permiten la entrada por sus golas<br />
de las aguas del golfo,<br />
vigiladas.<br />
41
Absorbo tanta imagen con deleite<br />
sin más objetivo que mis ojos,<br />
confiado en la bondad de mi memoria.<br />
Me lanzo senda abajo con cautela<br />
atento a la firmeza de mis pasos,<br />
henchido al repasar una vez más<br />
esta viva lección de geografía.<br />
Autor: Benjamín Blanch (Valencia)<br />
* Vértice geodésico 800 m. Serra (Valencia)<br />
Vista de la Cartuja de Porta-Coeli - Rafa Sastre<br />
42
Aburrimiento<br />
Giraffe – Arno Meintjes (https://www.flickr.com/photos/arnolouise/)<br />
Hastiado de las predicciones mayas sin que nada se hiciera ante el<br />
próximo Apocalipsis, Noé viajó al Amazonas. Pasó dos años amigándose<br />
con los animales y finalmente los convenció de elegir una pareja de cada<br />
especie, volar con él a otro planeta en la nave espacial recién montada e<br />
iniciar una civilización. Noé, escéptico respecto del ser humano, no llevó<br />
mujer, pero como le gustaban las jirafas, transportó sólo una hembra, y<br />
un banquito.<br />
Autora: Lidia Castro Hernando (Mar del Plata – Argentina)<br />
http://escritosdemiuniverso.blogspot.com.es/<br />
43
Fotografía empleada en un anuncio coreano del metro<br />
44
Paseo imaginario<br />
Un miedo irracional la invadía cada vez que tomaba el metro, así que<br />
procuraba evitarlo. Aquel submundo en las entrañas de la tierra poseía<br />
una red urbana de pasadizos, galerías, pisos y niveles que constituía por<br />
sí solo otra entidad paralela a la exterior. Cualquier día se derrumbaría<br />
todo ese entramado y quedarían atrapados en él. Fantaseaba con su<br />
claustrofobia. Sin embargo hoy, la atmósfera del vagón era diferente,<br />
como salada y marina. Daba gusto respirar profundamente sin inspirar<br />
ese tufo tan característico de los metropolitanos. Parecía el aire de los<br />
paseos junto a la playa, sentía los pies frescos y una suave brisa allende<br />
los mares envolvió a los extrañados y curiosos pasajeros.<br />
Decidió aprovechar el viaje. Se quitó la ropa, los zapatos y se dedicó,<br />
sencillamente, a disfrutarlo.<br />
Autora: Malén Carrillo, “Maga” (Sóller, Mallorca)<br />
http://enredadaenlaspalabras.blogspot.com.es<br />
45
© Eulalia Rubio Pérez (Valencia)<br />
46
Llora la noche<br />
Llora la noche al no ver tu presencia,<br />
buscando en ella el más elevado pensamiento.<br />
Te extraña el silencio oculto tras el desvelo.<br />
Lloran las horas, los recuerdos,<br />
los momentos perdidos en los callejones de San Lorenzo.<br />
Te anhela el verso que invoca al amor y el desconsuelo.<br />
Te extraña el rincón aquel,<br />
donde acostumbrabas a escribir tus más bellos sonetos.<br />
El café se enfría y un cenicero,<br />
se inquieta por aguantar tu aliento.<br />
Y tú perdido.<br />
Encerrado en ti mismo,<br />
desoyendo el susurrante deseo.<br />
Evitando el más bello momento<br />
en el que la tinta se convierte en verso,<br />
despertando al personaje<br />
del longevo sueño.<br />
Te reclama el cielo,<br />
donde las estrellas mueren naciendo el deseo,<br />
y el trasnochado canta,<br />
con descompasado sello.<br />
47
Llora la noche esperando en silencio,<br />
que algún día,<br />
vuelva a pisar la musa<br />
los callejones de San Lorenzo.<br />
Acompañando al poeta, al pintor de sueños,<br />
a las mágicas manos,<br />
que convierten a la tinta en verso.<br />
Autora: Mariam Bronchal (Sagunto, Valencia)<br />
http://laagujadorada.blogspot.com.es/<br />
48
Anoche tuve un sueño<br />
Nubes nocturnas y viajeras – Miquel González Page<br />
(https://www.flickr.com/photos/miquelgp/)<br />
Me estaba casando con aquella mujer que conocí ocho años atrás en<br />
aquella biblioteca. Tímida, de labios finos, sonrisa delicada, cabello largo y<br />
unos ojos verdes que cuando me prestaron atención, me olvidé de por vida<br />
de las primeras palabras que le dije.<br />
Recuerdo cómo agotamos las excusas para tener nuestra primera cita, y<br />
cómo conseguimos exprimirla hasta el amanecer sin tocarnos. El asiento<br />
trasero del coche me pareció el mejor lugar del mundo para hablar, reír,<br />
pensar y mirarnos en silencio como si aquella fuera la última noche de<br />
nuestras vidas, y tres días después, en el mismo escenario, hicimos el amor<br />
apasionadamente.<br />
49
Recuerdo que dos años después de la boda, tuvimos nuestra primera hija.<br />
Se llamaba Andrea. Fue el mejor regalo que la vida pudo ofrecernos en<br />
tales circunstancias. Disfruté mucho enseñándole el camino a la música, y<br />
con nueve años, era ella la que me enseñaba a mí, se nota que sacó tus<br />
genes. A día de hoy, toca en una orquesta, tiene su propia academia y es<br />
feliz.<br />
Conseguimos establecernos en un apartamento de 35 metros cuadrados<br />
que compartimos con el regalo de su primer cumpleaños, un gatito.<br />
Pasados unos meses tuve que cambiar de trabajo, y con ello, de ciudad, de<br />
gente, de ambiente. De todo.<br />
Todavía recuerdo lo bien que lo afrontaste todo. Fuerte como una<br />
tormenta y siempre sonriendo mientras todo cambiaba a nuestro<br />
alrededor, y tres años después, nació nuestra segunda hija, Paula, con la<br />
que pasamos los peores momentos de nuestra vida. Estuvo muy enferma<br />
desde pequeña y tuvimos que hacer grandes sacrificios para que saliera<br />
adelante. Hoy en día es una de las mejores cirujanas del país y da charlas<br />
motivadoras por todo el mundo. Igual lo hicimos bien ¿verdad cariño?<br />
Recuerdo que en invierno, te tirabas todo el día acurrucada a mí cuando<br />
estaba en casa, y quizás no lo sepas, pero me encantaba. Nunca fui de<br />
muchas palabras, aunque creo que, afortunadamente, y como pasaba con<br />
todo, tú lo sabías, como también sabías que no habría sido capaz de vivir<br />
sin esos abrazos.<br />
Cada San Valentín recuerdo que no hacíamos absolutamente nada, es más,<br />
nos tirábamos todo el día bromeando sobre el supuesto día especial,<br />
haciendo de él una jornada normal en nuestras vidas, de esas que tanto<br />
me gustaban. Porque contigo, nada era normal.<br />
Recuerdo tus series y películas favoritas, y cuántas veces me pedías verlas<br />
una y otra vez, proponiéndome que preparara el salón como yo sabía,<br />
mientras tú cocinabas algo para la velada. ¡Maldita sea! Cuanto te echo de<br />
menos. Tus cartas en la mesa cada mañana contándome algo, el sonido de<br />
tus llaves, tus suspiros mientras hacíamos el amor, tu leve movimiento al<br />
50
caminar, tus ojos en la noche y lo adictiva que se volvió para mí tu sonrisa.<br />
Nunca olvidaré tu sonrisa.<br />
Recuerdo tus primeras noches en vela después de la noticia. Aquellas que<br />
se convirtieron en nuestras y solo nuestras. Todas las lágrimas derramadas<br />
que, algunas veces, por culpa de ser como éramos, convertíamos en<br />
carcajadas. Aún las guardo. Cómo salías a la calle a comerte el mundo cada<br />
día. También recuerdo que cuando llegó el momento, rechazaste ponerte<br />
el pañuelo en la cabeza, diciéndome que no te gustaba ocultar tus ideas,<br />
que el mundo estaba necesitado de ellas. No sabes la razón que tenías.<br />
Seguramente recordarás tan bien como yo que volvimos al lugar donde nos<br />
conocimos. Al lugar donde pasamos esas primeras noches e hicimos el<br />
amor por primera vez. Las vueltas que di para conseguir una réplica de<br />
aquel automóvil en el que nos sentamos antaño y lo que tus hijas me<br />
ayudaron en todo. El asiento trasero del coche me pareció el mejor lugar<br />
del mundo para hablar, reír, pensar y mirarnos en silencio, con la<br />
diferencia de que aquella... Aquella si fue la última noche de nuestras<br />
vidas. Odié y amé a partes iguales que murieras en mis brazos, porque<br />
siempre habías dicho que volviste a nacer en ellos, así que se cerró el<br />
círculo supongo...<br />
Ahora, cariño mío, lo único que recuerdo es el dolor. El dolor que supone<br />
perderte, que te lleves contigo toda mi vida y más de la mitad de mi<br />
alegría. El dolor que produce esta enfermedad que se ha llevado en meses<br />
aquello que tú y yo construimos juntos durante una vida. El dolor de ver a<br />
tus hijas humedecer esos ojos idénticos a los tuyos cada vez que te<br />
recuerdan, es como verte llorar una y otra vez. El dolor de sentir que ya no<br />
soy nadie y que no quiero formar parte de nada si no estás tú. El dolor de<br />
seguir enamorado de ti y que no duermas a mi lado.<br />
El dolor de estar así y no poder contártelo.<br />
Autor: Eric Grants (Málaga)<br />
http://writtenrumors.com/inicio/<br />
51
Cactau Place I – Camil Tulcan (https://www.flickr.com/photos/camil_t/)<br />
52
Detrás de las paredes<br />
Palabras vacías, palabras sin sentido<br />
Soledades…<br />
Hondo vacío<br />
Cuerpos ultrajados<br />
Sordos oídos<br />
Interminables esperas<br />
Eterno abandono<br />
Cadenas que lastiman<br />
Lágrimas contenidas<br />
Claustro con olor a tiempo<br />
Químicos tóxicos<br />
Experimentos sin reglamentos<br />
Corazones de hierro<br />
Brazos que no abrazan<br />
Ojos mirando la nada<br />
Delirios de melancolía<br />
Paredes agrietadas<br />
Paraliza los sentidos<br />
Se enfría el alma<br />
Es la locura que mata.<br />
Autora: Meryross (Rosario, Argentina)<br />
http://www.meryross-meryrosa.blogspot.com/<br />
53
© Eulalia Rubio Pérez (Valencia)<br />
54
Siempre seré la misma<br />
© Fuensanta Niñirola (Valencia)<br />
A pesar de la distancia que nos separa, y de la inmovilidad que me tiene<br />
postrada, tú siempre serás mi mejor amigo y yo tu confidente.<br />
Antes de que te destinasen a Somalia no sabíamos situarla en el mapa, y<br />
mírate ahora, protegiendo a los pesqueros de los piratas y jugándote la<br />
vida en defensa de los intereses nacionales.<br />
Mientras tanto, yo tengo que soportar esta silla de ruedas que me domina<br />
y retiene sin piedad. Cada noche, antes de acostarme, me pregunto por<br />
qué conduje ebria aquel día. Tú te salvaste de milagro y yo… perdí mi<br />
libertad.<br />
La rehabilitación va bien, mas solo sirve para que no se me atrofien los<br />
músculos, pues ambos sabemos que nunca volveré a correr como lo<br />
hacíamos de niños cuando perseguíamos a las gallinas en la granja de tus<br />
abuelos.<br />
A pesar de todo, soy feliz, pues sigo viva y con la imaginación desbordada.<br />
De hecho, acabo de terminar mi primera novela. Cuando vuelvas, tienes<br />
55
que leerla y darme tu opinión. Trata sobre la implacable búsqueda por<br />
parte de Ponce de León de la fuente de la eterna juventud. Si yo la hallase,<br />
me curaría y podría vivir para siempre. Entonces, te contaría lo que<br />
realmente siento por ti, ya que en esta situación no me atrevo; aunque sé<br />
que algo sospechas.<br />
El afecto y la confianza que nos tenemos se han transformado con el<br />
tiempo en un cariño muy especial, Antonio. Nunca te pediré más de lo que<br />
me puedas ofrecer, y si ahora te digo esto, lo hago para acallar la voz de mi<br />
conciencia. Si a ti te pasase algo, no me perdonaría no haberme sincerado.<br />
Mis padres están bien, viejitos, pero amándose como el primer día. Te<br />
envían saludos y rezan todos los días para que estés a salvo. Tú sabes que<br />
para ellos eres el varón que nunca tuvieron, pero que siempre desearon.<br />
Mañana comienzo con las clases de basket adaptado en sillas de ruedas.<br />
No va a ser lo mismo que cuando jugaba en las ligas menores, pero sabré<br />
adaptarme. No vayas a pensar que he dejado mis estudios de derecho, lo<br />
que pasa es que ahora me lo tomo con más calma. Al no asistir a las clases<br />
presenciales, sigo mi propio ritmo, pero cuando lleguen los exámenes,<br />
estaré preparada.<br />
Ayer fui al cine con Pedro e Inés. Vimos la última de Brad Pitt, 12 años de<br />
esclavitud, en la que tiene un papel secundario. La película me encantó,<br />
aunque es muy triste. Imagino que en algunos de los países por donde<br />
andas aún se darán casos como el del protagonista.<br />
No me quiero extender demasiado. Cuídate mucho. Yo estoy bien y estaré<br />
mejor si sé que tú estás a salvo. Ojalá esos piratas fueran como el Capitán<br />
Garfio y tú fueses Peter Pan. Sea como fuere, aquí tienes a tu Wendy.<br />
Te envío un cariñoso abrazo y te recuerdo que, pase lo que pase, y decidas<br />
lo que decidas, siempre seré la misma.<br />
Ana<br />
Autor: Alberto Casado Alonso (Trujillo, Perú)<br />
56
Nuevo mundo<br />
Debajo de las nubes en forma de cono negro brillaba una luz tenue. Era como<br />
si la oscuridad guardara para sí una pequeña fuente de luz. Marcelo conducía<br />
a prisa. Tenía miedo de llegar demasiado tarde. Los rayos se sucedían<br />
alternados a izquierda y derecha del cono invertido y las nubes que lo<br />
rodeaban iban oscureciéndose conforme se acercaban a él. El viento era cada<br />
vez más potente.<br />
Al tomar la curva pensó en Ludmila. Sus tiernos ojos marrones, su sonrisa<br />
simpática, toda ella simpática, su cariño... Debía llegar a tiempo a toda costa.<br />
Marcelo limpiaba las lágrimas de sus ojos mientras la lluvia empapaba el<br />
parabrisas del coche. El volante tomado con las dos manos con fuerza<br />
suficiente para soportar el potente viento y la tormenta, cada vez más cerca.<br />
El cono marcaba horizonte en el camino, indicaba el norte como una aguja<br />
imantada.<br />
Dark road – Manolo Gómez (https://www.flickr.com/photos/verborrea/)<br />
57
No había tenido tiempo de decirle cuánto la quería. Pisó más el acelerador y<br />
el coche derrapó en una curva llena de barro. Marcelo no se asustó, al<br />
contrario. «Lo voy a lograr, lo vamos a lograr nena» se dijo y terminó la frase<br />
con un suspiro. En ese momento un arco pequeño se abría en la punta del<br />
cono invertido, era todo lo que se veía delante de la carretera. Una carretera<br />
recta sin luz, sin verdes praderas a ambos lados, sólo un arco iluminado y<br />
nubes negras. Miles de nubes negras y moradas y toda la gama de oscuros<br />
colores hasta llegar al negro infinito rodeando aquel arco iluminado en el<br />
centro de todo.<br />
Miro por el retrovisor, a sus espaldas también la noche había copado el cielo.<br />
El coche se zarandeaba de izquierda a derecha por el vendaval. La colina<br />
comenzaba a desaparecer a la vez que el arco se hacía del tamaño de un<br />
calcetín. El corazón de Marcelo latía al ritmo del viento, de Ludmila<br />
esperando. Porque seguramente estaba esperando allí en el norte. Ludmila<br />
no podía esperar a nadie más que a él. Se lo habían dicho sus ojos y los ojos<br />
nunca mienten. Un resplandor salía del arco, ahora del tamaño de un niño.<br />
Era como una luz de las que se ponen de noche para que los niños no tengan<br />
miedo: suave, tenue, pero en contraste con el horrible cielo negro que la<br />
enmarcaba. El pie en el acelerador, el motor a cuatro mil revoluciones y los<br />
brazos tensos sosteniendo el vaivén del coche. Los ojos entreabiertos,<br />
arrugados los párpados; los latidos a tope y la respiración frenética, profunda.<br />
Ahora un resplandor directo en sus pupilas, el acelerador a tope y el rugido<br />
del motor y el vendaval y un salto en el punto más alto de la colina y la luz en<br />
los ojos y ya no hay cono y ya no hay lluvia y ya no hay viento y un<br />
estruendo… todo se para, y la luz...<br />
**********<br />
Una hermosa tarde de primavera con un sol de verano y el dorado cabello de<br />
Ludmila. Lloraba. Desconsolada tiritaba respirando entrecortado. Marcelo no<br />
estaba allí y era su culpa. «Marcelo, Marcelo...» Un sol gigantesco en el<br />
horizonte que no servía para nada. El sol no podía volver a salir en el rostro<br />
de Ludmila.<br />
58
La desesperanza la empujó al garaje junto a su moto. Al campo, a volar hacia<br />
el sur. «Maldito buen tiempo, estúpida alegría de todos», no podía<br />
soportarlo. Todos estaban en contra de su amor y ella no había hecho nada<br />
para evitarlo. Apretó a fondo el acelerador. Febo, deslumbrante, caía a su<br />
derecha y por el retrovisor unas nubes comenzaban a cambiar el color del<br />
cielo.<br />
«¿Dónde estarás?¿Dónde voy?» pensó Ludmila mientras tomaba las curvas<br />
una tras otra sin pensar. Un viento suave frenaba su moto, de frente, viento<br />
del sur. Las ondas del terreno le recordaban la tristeza en los ojos de Marcelo.<br />
«Debió decirle cuánto lo amaba, pero por ellos...», esa estúpida chusma que<br />
la rodeaba. Él lo sabría seguramente, tenía que saberlo. «Pero no se lo dije».<br />
El viento del sur, intenso, la empujaba a volver a casa. Volver al sol de verano,<br />
a la primavera insuperable. Ludmila cambió de marcha para emprender la<br />
cuesta y superar la resistencia del viento. A lo lejos una imagen extraña.<br />
En lo alto de la colina se dibujaba una silueta sencilla. Una puerta. ¿Una<br />
puerta? En medio del camino, un arco blanco y una puerta negra. Un arco,<br />
deslumbrante imagen del sol de verano y hacia el sur un agujero negro. Una<br />
puerta de monasterio, antigua, redondeada, negra, oscura. Una puerta para<br />
desaparecer, para buscar a Marcelo…, una puerta al fin del mundo, donde<br />
nunca debió dejarlo ir.<br />
El motor rugía entre sus piernas y el viento casi frenaba la motocicleta<br />
cuando la puerta se hizo del tamaño de una niña. Ludmila escondió el rostro<br />
detrás de la pantalla de la moto, aceleró al máximo y sostuvo el manillar con<br />
todas sus fuerzas. El vendaval era constante y el motor la estremecía y la<br />
colina llegaba a su fin y la noche caía en los retrovisores y la luz se apagaba<br />
alrededor de la puerta negra, cada vez más negra, cada vez más intrigante,<br />
cada vez más grande y oscura. Al llegar a la cima el viento levantó la rueda<br />
delantera de la motocicleta y Ludmila cerró los ojos y aceleró y soltó el<br />
manillar. Voló por encima de la moto. La luz y la oscuridad y Marcelo y ya no<br />
hay viento y un estruendo… todo se para, y la oscuridad...<br />
**********<br />
59
—Te quiero.<br />
Silencio mientras se abrazan llorando.<br />
—Te quiero…<br />
—¡Y yo! No sabes el tiempo que llevaba esperando que me dijeras que...<br />
—¿Y por qué no me decías nada?, tonto.<br />
—Es que estaba en mi mundo, quería decírtelo y no sabía si... Ya sabes...<br />
—No, no sé...<br />
—Tu familia, tus amigos... Tu mundo. Somos muy distintos, tú eres..., y yo<br />
soy...<br />
—Eres un tonto y te quiero. Basta de estupideces, ellos no son ni tú ni yo.<br />
Nosotros somos diferentes. Yo te quiero a ti, no a tu mundo...<br />
—Ni yo al tuyo. Gracias. Gracias por ser como siempre quise que fueras. Es<br />
verdad, no me gusta tu mundo, ni el mío. Te quiero tanto Ludmila, quiero un<br />
mundo para ti...<br />
—El mundo de Marcelo y Ludmila, me gusta. Vámonos.<br />
—¿Adónde?<br />
—Donde estemos siempre juntos, donde nadie pueda separarnos.<br />
—Traje una tienda de campaña.<br />
—Perfecto. Hoy aquí y mañana donde nos lleve el viento. Quiero viajar,<br />
conocer el mundo<br />
—Nuestro mundo… Vamos en tu moto, salgamos mañana al amanecer...<br />
Cuando dejaron ese largo abrazo, Ludmila miró atrás.<br />
—Adiós mundo cruel, adiós.<br />
Autor: Pernando Gaztelu (Iruña, Navarra)<br />
http://lokos-a-disfrutar.blogspot.com.es/<br />
60
Noche en el cinematógrafo<br />
Imagen extraída de http://www.freewords.com.br/category/cinema/<br />
Nadie le vio entrar en medio de aquella oscuridad. Accedió en silencio y<br />
se acomodó en un rincón de la sala contemplando la gran pantalla en la<br />
que se proyectaba la terrorífica escena de un individuo disfrazado con<br />
una careta infernal que se disponía a despedazar con su sierra<br />
motorizada a una aterrorizada mujer, dando gritos de espanto y atada<br />
como estaba por sus extremidades con cuatro oxidadas cadenas encima<br />
de un camastro pringado de sus propias deyecciones y otras<br />
inmundicias. Sus rasgadas ropas, manchadas de una sangre brillante y<br />
pegajosa, dejaban entrever los negros moratones que cubrían la mayor<br />
parte de la delicada piel de sus muslos. Los movimientos de la<br />
desafortunada mujer eran inútiles ante sus intentos de escapatoria y,<br />
mientras el motor de la pesada herramienta rugía con hambre<br />
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mezclándose con aquellos alaridos de terror, sus afilados dientes se<br />
fueron acercando hasta uno de sus brazos con la intención de comenzar<br />
cuanto antes la brutal carnicería. Se notaba que aquel sujeto disfrutaba<br />
con el llanto de la fémina, y reía y reía con gruesas carcajadas,<br />
retorciéndose con lujuria, absorbiendo con placer su sufrimiento. Vio<br />
cómo la cámara enfocaba un primer plano del rostro del individuo y se<br />
detenía durante unos segundos gozando en el rictus de una repulsiva y<br />
casi desdentada boca mientras gritaba algo y se le escapaba un salivajo.<br />
No conocía ese idioma, pero dedujo que aquel psicópata le estaba<br />
exigiendo que se callara de una vez. Él disfrutaba también de la escena<br />
en su rincón, quizás con mayor placer aún, y se dijo que, cuando el<br />
protagonista consiguiera por fin acallar a aquella vociferante rubia,<br />
probaría esos mismos métodos con todas aquellas gentes que miraban<br />
embobados la gran pantalla, sentados frente a él con sus bolsones de<br />
aquella blanca e hinchada materia orgánica que introducían sin descanso<br />
en sus redondas y babeantes bocachas… El repugnante alienígena de<br />
alargadas pinzas en forma de cortantes guadañas no necesitaría de<br />
herramienta alguna; salió con sigilo de su escondrijo y comenzó a reptar<br />
hacia la primera fila…<br />
Autor: Germán Repetto (Albalate de Zorita, Guadalajara)<br />
http://grepettoblog1949.wordpress.com<br />
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El hijo de la montaña<br />
Tatra Mountains – Tadeusz Dziedzina (http://500px.com/TadeuszDziedzina)<br />
La montaña se eleva orgullosa, majestuosa y fría, perenne, eterna con<br />
sus millones de años y sus secretos.<br />
Cientos de leyendas se han escrito sobre ella, la más antigua; dicen que<br />
en los comienzos, la tierra terminaba a sus espaldas, a quien se<br />
aventurara a rodearla solo el abismo lo esperaba.<br />
Y a sus pies, insignificante, el pequeño pueblo con su estación de tren.<br />
En su mejor época llegaron a ser casi 700 almas allí. Habían llegado de<br />
todas partes, algunos escapando quizás de la justicia, otros tal vez de<br />
historias dolorosas y muchas huyendo de un gran amor. De unos pocos<br />
no se sabía nada.<br />
63
Y aquel pueblo tenía una magia ancestral capturada de la montaña<br />
seguramente, pues las historias de amor allí tejidas por sus moradores,<br />
traspasarían los límites y llegarían a los lugares más recónditos del<br />
Planeta. La montaña se encargaba de hacerlas conocer.<br />
María era la joven más bella del lugar; hija del encargado de la estación<br />
del ferrocarril. Con sus cabellos rojizos, su piel de porcelana, su delgadez,<br />
su sonrisa, sus bellísimos ojos en los cuales todo aquel que quisiera<br />
podía ver más allá; su interior, su alma frágil y hermosa como las alas de<br />
una mariposa. Además, su alegría era contagiosa y estaba allí, para quien<br />
quisiera tomarla.<br />
Y José era el joven callado y taciturno y por demás generoso del pueblo;<br />
había llegado un día siendo niño aún y no habló hasta un año después,<br />
jamás se supo de dónde venía y qué había ocurrido con sus padres. Lo<br />
recogió uno de los cazadores del lugar. Creció entre algunos pocos libros<br />
que tan solo sostenía en sus manos, trampas, armas, animales muertos y<br />
sus cueros.<br />
Fueron dejando la adolescencia que cruzó sus vidas, hasta ese momento<br />
solo se miraban con curiosidad y cierto recelo.<br />
Un carro, con su caballo desbocado corriendo por una de las calles de<br />
tierra los unió para siempre; cuando María caminaba distraída y el arrojo<br />
de José, que corrió hacia ella y la empujó hacia atrás, salvándole la vida.<br />
Quedó uno encima del otro mirándose a los ojos, los de ella que dejaban<br />
ver su bella alma, los de él, solitarios. Se enamoraron perdidamente. Él<br />
la acompañó hasta su casa, construida al lado de la estación. Quedaron<br />
en verse al día siguiente.<br />
El sol brillaba y el frío no era tan temible esa mañana. Comenzaron el<br />
ascenso a la montaña tomados de la mano; a medida que avanzaban el<br />
clima era más benévolo, el viento calmo, suave y cálido los abrazaba. Y<br />
los besos no tardaron en llegar y la desnudez en aquella cueva que se<br />
64
ofreció como refugio para su amor los hizo libres, se amaron mientras el<br />
tiempo se detenía. Entre besos apasionados y abrazos profundos se<br />
juraron amor eterno.<br />
Continuaron andando por la montaña, que les ofreció frutos de sus<br />
árboles, agua de sus cascadas y seguridad con animales que los vigilaban<br />
a distancia.<br />
-Debes saber la verdad -dijo en un momento José. María asintió y se<br />
aprestó a escucharla.<br />
-Soy el hijo de la montaña, María. Cuando mis padres me abandonaron<br />
aquí arriba siendo un bebé, fue ella la que me cobijó y protegió,<br />
permitiendo que los rayos del sol me calentaran, que la lluvia no me<br />
mojara, que sus animales me brindaran calor y las hembras su leche, que<br />
sus árboles me colmaran de frutos y sus leños me dieran luz. Y conocí<br />
sus secretos, los cuales me reveló sin pudor y le juré que jamás los<br />
divulgaría. Y fue cuando llegué a los ocho años que me empujó hacia el<br />
pueblo, para que el hombre continuara con la labor de educarme. Y así<br />
llegué hasta aquí llorando cuando veía cómo se alejaban mis hermanos<br />
lobos. Y conviví con ustedes todo este tiempo y aprendí otras cosas.<br />
Pero también le juré que una vez que encontrara a mi gran amor<br />
regresaría y jamás me iría otra vez, viviríamos en ella para siempre -su<br />
voz se escuchó quebrada por la emoción.<br />
Conmovida, María abrazó a su amado y le dijo:<br />
-Soy ese gran amor José, soy quien vivirá contigo en la montaña, quien<br />
tendrá tus hijos, quien amará a tu madre montaña como la amas tú,<br />
quiero compartir sus enseñanzas, sus secretos, que ella conozca los<br />
míos, que solo la eternidad de la montaña sea nuestra compañera y<br />
aliada en esta vida, que nuestros hijos crezcan libres y puedan el día de<br />
mañana contar nuestra historia, para que todos sepan cuál es el<br />
65
verdadero camino. Te amo a ti, a la montaña, a la vida -se abrazaron con<br />
lágrimas en los ojos por la emoción.<br />
Fue en ese preciso instante que el sol los abrazó cálidamente con sus<br />
rayos y el viento los envolvió, mientras los animales los rodeaban y los<br />
árboles se inclinaban.<br />
No se los vio en el pueblo nunca más. Los buscaron pero no los<br />
encontraron.<br />
Según cuentan hay días en que pueden escucharse las risas de los niños<br />
bajando de la montaña. Y ésta, orgullosa y feliz por su familia, quiso que<br />
el mundo conociera la historia. Por eso, una noche un lobo tomó el<br />
diario personal de María y lo dejó en la puerta de mi cabaña, no sin<br />
antes rasguñar la puerta para que saliera.<br />
He sido elegido para dar a conocer esta maravillosa historia al mundo.<br />
Autor: Ricardo Mazzoccone (Buenos Aires, Argentina)<br />
http://ricardomazzoccone.blogspot.com.es/<br />
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Lágrimas en el mar<br />
Lonley Promenade – Richard Howell (http://500px.com/richardhowellphoto)<br />
Vestida el alba de vendaval, e impregnado el pescador de la pasión de su<br />
mocedad, despejó su navegar iluminado con algunos luceros. Así lanzó la<br />
vieja red de su padre, buscando en la intimidad de sus aguas abrazar la<br />
fortuna de una gran faena, sin pensar que quedaría atrapado con la<br />
inmensidad de las olas, que lo arroparían sin piedad en la eternidad de su<br />
sueño.<br />
Así pasaron las horas y el alba se confundió con la bruma, donde una mujer<br />
esperaba su regreso, con un candelabro encendido y su rostro pintando de<br />
lamento. Allí se sentó en la orilla de la playa, de un mar que aun sonaba<br />
embravecido ya no por su naturaleza, sino por la carga de su desconsuelo.<br />
Ese mar se elevó deshonrando la pureza de la costa virgen, con una luna<br />
vestida de rojo, y velos grises que seductora mostraba la fuerza de sus<br />
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ansias. Sin embargo, al sentir el rugir del viento, desesperanzados los<br />
pescadores renunciaron a la búsqueda, con un mar que se seguía<br />
elevando. Ya casi sin costas, y rozando el rancherío, seguía la mujer<br />
esperando embebida de su lamento.<br />
Pasaron tres noches con la luna encendida, y la bruma vestida de tristeza.<br />
La gente angustiada comenzó a prender velas a sus santos, e iluminaron la<br />
penumbra con su luz y su canto. Pero el mar seguía creciendo, ya sin olas,<br />
tapizando poco a poco sus moradas. Mientras, proseguía aquella mujer<br />
añorando con sus lágrimas el regreso de su amor.<br />
Al amanecer, cansada de esperar, la mujer bajó y decidió sumergirse en el<br />
mar en busca de su amado. Delirante, abrazaba y bebía sus aguas, sedienta<br />
de sus besos. En su letanía esperaba que la brisa lo encontrara, pero su<br />
gemido aumentó la marea, que desenfrenada comenzó a destruir todo con<br />
su dolor. Sin embargo, dominando su temor, una cadena humana se formó<br />
para tomar entre todos su aflicción.<br />
La mujer fue llevada junto a una anciana que la aguardaba, ella también se<br />
había quedado esperando un día a su hombre, y ahora su hijo estaba junto<br />
a él. Ella le secó las lágrimas con sus manos envejecidas de añoranzas. Y<br />
ataviada de recuerdos, con su corazón de madre, tocó su vientre y le<br />
mostró el latir de un nuevo ser. Era el amor de su hijo, que esperaba por la<br />
luz de un lucero, para recoger las aguas saturadas de sus anhelos.<br />
Así se retiró el mar, poco a poco de la costa mancillada de dolor, para<br />
recordar en cada marejada a los que han quedado por siempre sumergidos<br />
en sus aguas, matizadas con las lágrimas de sus querencias, que los<br />
mantiene vivos en el candelabro encendido de sus deseos.<br />
Autora: Eva C. Franco (Isla de Margarita – Venezuela)<br />
68
Su mejor salto<br />
Bob Beamon<br />
(http://rompedas.blogspot.com.es/2009/12/man-who-saw-lightning.html)<br />
Una claridad sucia despertó al vagabundo. A través de un agujero entre<br />
los cartones miró hacia el cielo. Iba a hacer mal día. Volvió a acurrucarse<br />
en el interior de su caja. Hacía mucho frío. Escuchaba el viento que<br />
agitaba las ramas del árbol a cuyo amparo estaba, mientras los cartones<br />
se estremecían al compás de las ráfagas y del rugido de sus tripas. La<br />
noche anterior no hubo nada que llevarse a la boca.<br />
Sólo cenó incredulidad.<br />
Nadie creía que él había sido un gran campeón. Al calor del fuego de un<br />
bidón pasó media noche con otros como él.<br />
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-Yo soy Bob Carlton. He sido campeón olímpico de salto de longitud.<br />
-Eso es una puta mentira -dijo uno riendo.<br />
Bob miraba el fuego de la boca del infierno, mientras aseguraba que él<br />
era quien decía ser.<br />
-Y, ¿qué haces aquí entonces? ¡eh! -le dijo otro.<br />
-Nosotros también somos campeones -añadió un recién llegado.<br />
-¡Campeones de halterofilia! -dijo otro mientras hacia el gesto de<br />
empinar el codo, y todos se rieron. Él siguió absorto en el bidón<br />
recreándose en su ya lejano pasado a través de las llamas de su<br />
particular abismo.<br />
-Podéis reíros –dijo-, pero mi récord sigue imbatible.<br />
-Será un récord de mierda -dijo el primero-, o -añadió-, ¿te hiciste rico<br />
con él?<br />
-Su excelencia el recordman. Mírenle con su abrigo de pieles, protegido<br />
del frío, junto a la chimenea de su mansión.<br />
Todos estaban borrachos. Todos rieron.<br />
Bob se sacudió los cartones de encima. Se desperezó, se levantó del<br />
suelo e inició la serie de movimientos de calentamiento a los que estaba<br />
acostumbrado. Como si estuviera a punto de empezar a correr por el<br />
pasillo de saltos, mirando con fijeza el foso de arena, la tablilla de<br />
talonamiento, concentrado para volar por el aire, los músculos en<br />
tensión, su mente controlando cada porción de su cuerpo, los brazos<br />
impulsando el cuerpo, el torso doblado hacia delante, en paralelo a las<br />
piernas, estirándose contra la gravedad, contra el aire, hasta caer en la<br />
arena sin que el cuerpo se inclinara hacia atrás para no perder valiosos<br />
centímetros que le darían una medalla.<br />
El viento y sus tripas rugen. Va a llover. Bob esconde los cartones detrás<br />
de unos setos. A la noche volverá. Ahora lo importante es encontrar algo<br />
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que llevarse a la boca. Camina hacia una de las calles que bordean el<br />
parque. Empieza a llover, caen gotas que manchan el asfalto. Cruza la<br />
calle y sigue hasta uno de los callejones. La parte trasera del restaurante<br />
chino. Quizás hoy encuentre algo. Sale del callejón con los restos de una<br />
carne que sabe a podrido. Le da igual. El hambre es el hambre. Cesan los<br />
espasmos, cesan los quejidos de las tripas. Camina por la acera, sólo<br />
pendiente de su comida.<br />
Sin embargo, al pasar por la tienda de electrodomésticos, algo le hace<br />
detenerse, un latigazo en el cuerpo. Gira la cabeza. Los televisores están<br />
en marcha. Se acerca hasta el escaparate. Pega la cara contra él. Ya no<br />
come. Sólo mira. Mira las escenas que están retransmitiendo. Hay un<br />
hombre negro, como él, en el pasillo de saltos, la mirada perdida al<br />
fondo, en el foso de arena donde va a dejar caer su cuerpo, una pierna<br />
flexionada y ligeramente adelantada de la otra, el cuerpo que se<br />
balancea hacia delante, luego ligeramente hacia atrás, concentración<br />
precisa, movimientos medidos, autistas. De pronto, el negro pega un<br />
respingo y empieza a correr. Las piernas forman un ángulo perfecto, va<br />
ganando velocidad, se acerca a la tablilla de talonamiento. Bob le sigue<br />
con la vista, pegada la cara ante el cristal, sintiendo en su cuerpo las<br />
mismas sensaciones que el negro que está a punto de saltar. El saltador<br />
llega a la tablilla, clava un pie y su cuerpo se eleva por el aire. Bob se<br />
impulsa, le empuja con la mente. El saltador cae en la arena. Cae mal y<br />
apoya una mano hacia atrás. El juez levanta la bandera. El salto es válido<br />
pero la mano es lo que cuenta. Lo último que toca la arena, ya sea un<br />
pie, la cabeza o un cabello. Bob no puede respirar. ¿Dónde está el<br />
resultado? ¿Cuánto ha saltado? Infinitos segundos de incertidumbre.<br />
Aparece un panel con el resultado: 8,70.<br />
Bob respira tranquilo. No le ha vencido. Sigue su récord imbatido. Echa a<br />
correr hacia la calzada, hacia el pasillo de saltos. La arena está allí, al<br />
fondo, esperándole. El abrigo raído volando por el aire. Sigue corriendo.<br />
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No ve el coche que viene de lejos, a gran velocidad. Solo siente el golpe.<br />
Vuela por el aire y cae al suelo como un muñeco roto.<br />
Un salto de once metros. Su mejor salto.<br />
Del libro de relatos “Discordancias”, de Elena Casero.<br />
Autora: Elena Casero (Valencia)<br />
http://elenacasero.blogspot.com.es/<br />
72
Almanaque literario (Madrid, 1935)<br />
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© Fuensanta Niñirola (Valencia)<br />
Envío de colaboraciones: revistave@hotmail.com<br />
Visita nuestro blog: http://valenciaescribe.blogspot.com.es/<br />
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