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temporada - IOCO

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SUOR ANGÉLICA O LA BLANCA PRISIÓN<br />

Un convento de monjas es una burbuja. Es un espacio aislado del mundo, un lago sereno solo removido<br />

por tormentas tan violentas como el respirar de un ángel, los micropecados de las novicias:<br />

reír en el coro, esconderse una rosa en la manga, los deseos que se tienen que suprimir: comer<br />

cosas ricas, abrazar un corderito... El hecho de que el sol, durante tres días al año ilumine la fuente<br />

del claustro y parezca transmutar el agua en oro es un acontecimiento. Entonces, una monja hace<br />

la poética propuesta de verter una jarra de esa acqua d’oro sobre la tumba de sor Bianca Rosa.<br />

La monja farmacéutica le pide a suor Angélica que prepare una tisana para una hermana enferma,<br />

ya que cuando era libre aprendió las virtudes de las hierbas y las flores.<br />

Pero por debajo de aquellas aguas aparentemente tranquilas, laten los monstruos de unos insondables<br />

dolores interiores. Ocho años atrás, suor Angélica cometió un delito gravísimo, imperdonable:<br />

amó a un hombre y tuvo un hijo siendo soltera. El castigo que le impuso su aristocrática y<br />

despiadada familia fue drástico: la reclusión de por vida en el convento y, peor aún, la separó de<br />

su hijo, de quien no ha vuelto a tener noticia en los últimos siete años (el padre del niño debió<br />

de aplicar la regla del Don Juan de Zorrilla: “y una hora para olvidarlas”).<br />

Llega un carruaje con la tía de Suor Angélica; la princesa le trae un documento que debe firmar:<br />

es la renuncia a su parte de la herencia en favor de su hermana que, ella sí, ha aceptado el matrimonio<br />

con el candidato que le ha elegido la familia.<br />

Antes de firmar la cesión, Angélica quiere saber noticias de su hijo, pero su tía le confiesa que el pequeño<br />

murió de fiebres a los cinco años. Suor Angelica se desmaya y cuando se recupera firma el documento.<br />

Ya le han quitado la libertad y su hijo, ¿qué importancia puede tener ahora el patrimonio?<br />

Cuando se queda sola, rota por el dolor, siente como su hijo la llama desde el cielo y decide<br />

reunirse con el a través de un brebaje que la duerma para siempre.<br />

Se la toma y luego piensa, por un momento, que Dios la precipitará al infierno como castigo por<br />

su suicidio - cualquiera diría que le gusta ver sufrir a sus criaturas - pero el libretista Forzano<br />

es más piadoso que aquel tipo de dios que han creado los hombres a su imagen y semejanza,<br />

mezquino y vengativo, y escribió una de las escenas más conmovedoras de todo el repertorio<br />

de óperas: cuando la pócima ha hecho su efecto y ella ha pasado a la otra dimensión, ve como<br />

su hijito se le acerca con los brazos tendidos hacia ella. Es, una vez más, la redención por amor.<br />

Suor Angélica es la segunda de las tres óperas en un solo acto que Puccini estreno en el Met<br />

de Nueva York en 1918, un mes después del fin de la Primera Guerra Mundial con el título de Il<br />

Tríttico y se suelen representar juntas, precisamente porque, como en los trípticos de la pintura,<br />

tienen una interacción mutua: Il Tabarro (el tabardo o abrigo) es una sórdida historia de celos;<br />

Gianni Schicchi, una divertida farsa sobre una familia que se pelea por una herencia (por cierto<br />

que la famosísima aria dice Mio babbino caro: mi papaíto querido, no bambino). Suor Angelica<br />

es la ópera central, un tránsito cautivador entre el drama pasional y el ingenio que hace triunfar<br />

el amor en Gianni Schicchi.<br />

En Mallorca, como en muchos otros países, los conventos han sido la vía muerta donde se estacionaban<br />

las hijas segundas de las casas que se autoproclaman “nobles”, y debieron ser miles<br />

las jovencitas que languidecieron y envejecieron sin poder disfrutar nunca del amor. En un caso,<br />

sin embargo, una de ellas se rebeló para defender sus derechos como mujer. Una historia que<br />

Guillem Cabrer plasmó en su obra de teatro Aina Sacoma y que también podría dar lugar a una<br />

ópera, si esta planta se cultivara por estos pagos. Se trataba de Elisabet Font dels Olors i Penyaflor<br />

- su nombre mismo ya era bello como un poema - que había sido recluida por sus padres en el<br />

Convento de la Misericordia, donde ahora está el Banco de España<br />

Manuel Bustillo, teniente de Dragones - soldados de caballería equipados con sable y arma de<br />

fuego - y nacido en Burgos, era amigo de la familia y, como tal, la visitaba a menudo en el locutorio<br />

del convento. No necesitó ninguna Brígida como Don Juan, para seducir a la pobre Elisabet;<br />

Seguramente hubo bastante con unas cuantas miradas encendidas y unas palabras susurradas<br />

a través de la celosía, y es que ella solo aspiraba a poder vivir como una mujer, disfrutar de<br />

la compañía de un marido, acunar algún día a sus hijos en sus brazos - igual que Suor Angelica.<br />

La noche del 6 de agosto de 1741 ella se descolgó con una cuerda desde el coro a la capilla,<br />

donde el teniente la esperaba con un fardo de ropa de hombre. Ella se cambió la ropa y los dos<br />

salieron de Ciutat por una alcantarilla - que les debió parecer un camino de rosas - y embarcaron<br />

en un navío francés con rumbo a Cartagena.<br />

Al día siguiente se descubrió la huida, la familia y la superiora del convento expusieron esa gravísima<br />

infracción de las normas al capitán general y éste envió al capitán Antoni Barceló i Pont<br />

de la Terra a capturar a la pareja.<br />

El gánguil francés sólo tenía un palo; el jabeque del capitá Antoni tenía tres y lo comandaba uno<br />

de los mejores navegantes del Mediterráneo. Mandó tensar las escotas hasta que vibraron como<br />

cuerdas de violín y cogió en persona el timón para ceñir el viento hasta el último grado. Al alba<br />

del tercer día el vigía gritó “Vela al sudeste!” Cuando el sol se ocultaba tras la costa, envuelto de<br />

nubes ominosamente rojas, el jabeque abordó al gánguil; los enamorados fueron encadenados<br />

y conducidos a Ciutat.<br />

Desde el momento de su reingreso al convento, Isabel quedo sometida a una penitencia muy<br />

cruel, que duró hasta su muerte, cuarenta años más tarde: dos días a la semana tenia que ayunar<br />

a pan y agua, ser azotada y besar los pies a todas las monjas de la comunidad (me pregunto cual<br />

de los tres castigos sería el peor).<br />

El siete de mayo del año siguiente el pobre teniente, después de un largo proceso de diez meses,<br />

fue ejecutado con un aparato muy similar a la guillotina que, ironías del destino, había diseñado<br />

él mismo. Tota la ciudad estaba conmovida con esa historia y el capitán general sacó las tropas<br />

a la calle para evitar que la multitud liberara al teniente. Incluso decretó pena de muerte para<br />

cualquiera que pidiera clemencia para ellos.<br />

Una vez decapitado, sus compañeros de armas, incluso sus superiores y ciudadanos honorables,<br />

llevaron el ataúd sobre sus espaldas, desde el Born hasta la Iglesia de Montisión, donde fue enterrado.<br />

Pasaron a propósito por delante de Capitanía General y la Seu, como protesta silenciosa<br />

ante de las autoridades por su despiadada sentencia.<br />

Y es que el pueblo tiene a menudo más buen corazón y sentido de la justicia que no aquellos<br />

que la administran y quieren mantener el status quo a cualquier precio...siempre y cuando quien<br />

lo pague sean los otros.<br />

Por mi parte, pienso que el capitán Antoni podría haber mirado hacia otra parte, ¿no os parece?.<br />

Pere Morey Servera. http://www.escriptors.cat/autors/moreyp<br />

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