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Producción transgénica y resistencia cultural: un plan en siete puntos
¿Cuánto arte es todavía necesario para representar las bellísimas,
o mejor, las sublimes cualidades de la naturaleza El
único motivo que todavía impide que el público se parta de
risa es el factor novedad. Artistas que dan forma a la vida para
decir algo sobre la vida: ¡Qué gran idea! Y con qué destreza el
manual de cocina científica, rebosante de recetas que tienen
un efecto profundo sobre el conocimiento, sobre la metodología
y el estado de la cultura, se transforma en una especie
de vudú transcendental. Esta operación no deja de ser una
mistificación intolerable que aleja a los observadores de la
comprensión de su mundo en general y de los mecanismos
corporales en particular, y que además desvía el debate hacia
el paralizante mundo de la abstracción. Se naturaliza beatíficamente
la biomercancía, convirtiéndose en un proceso/objeto
mágico/maldito que favorece la proyección del deseo sublimado,
listo para su consumo. El resultado final de este estilo
de producción es, obviamente, su reapropiación por parte del
Estado y de las corporaciones.
Esperamos que no se nos malinterprete en este aspecto.
No estamos a favor de la eliminación del placer visual. Desde
el punto de vista táctico, puede que no siempre resulte útil
suscitar tales sensaciones, pero el placer es una opción que
habría que contemplar siempre que sea posible, es decir, en
la gran mayoría de los casos. La escisión modernista entre
belleza y placer por un lado, y entre ideología y crítica por
otro, es una falsa dicotomía. O, en términos más prácticos,
no compartimos el estilo de John Henry Mackay, cuya poesía
amorosa está escrita como algo personal en aras de la belleza,
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