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La invasión molecular
en lugar de obstinarse en desafiar la teoría evolutiva, como
molestos tábanos, con argumentos solamente sostenidos por
las dudosas afirmaciones de un libro sagrado. Tal y como expresa
el genuino sentido común de las pegatinas en los coches
americanos: «Lo dice la Biblia, y yo creo en ello, fin». Para
transmitir su propio discurso sobre el origen de la vida a un
público no especializado, la ciencia no se ha limitado a aplastar
a los creacionistas mediante argumentos que se apoyan de
manera parcial en datos empíricos, sino que también se ha
apropiado de sus símbolos. Ahora tenemos una especie de
«Eva simiesca»: un adorable australopiteco hallado en África,
considerado como el más antiguo de nuestros antepasados
humanos (y que además se llama Lucy, como el título
de la canción de los Beatles que los investigadores estaban
escuchando en el momento del descubrimiento). Después, la
ciencia corrigió el error bíblico por segunda vez, demostrando
empíricamente que el primer Homo Sapiens mujer apareció
en un lugar de África entre cien mil y cuatrocientos mil años
atrás. A esta última se la conoce como la «Eva mitocondrial»,
nombre que deriva del rasgo genético estudiado para rastrear
su origen y calcular su edad. Este cálculo tan aproximativo
de su edad se debe a la falta de certezas de los científicos en
lo que se refiere al funcionamiento del reloj mitocondrial. Sin
embargo, sí están de acuerdo en que el primer Homo Sapiens
es más viejo que los seis mil años atribuidos a Eva por los
cristianos fundamentalistas.
El Proyecto Genoma Humano tiene una última Eva que
ofrecernos. Es ella la que ayudará al público a entender el
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