Argentina - CLUB BERLIN (Buenos Aires)
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Una visita única<br />
La llegada del Graf Zeppelin<br />
marcó el fin de una época<br />
Pág. anterior y siguientes: el Graf<br />
Zeppelín a su llegada a la capital<br />
argentina, en 1934, sobre el centro<br />
de <strong>Buenos</strong> <strong>Aires</strong>. (Fotos: gentileza<br />
Fam. Dietl)<br />
Llegar a la <strong>Argentina</strong> desde el Viejo Mundo exigía a<br />
principios de 1930 una travesía en barco que duraba<br />
más de dos semanas. A ellas se les sumaban las horas, y a veces los días, que demandaba acceder<br />
al puerto de embarque.<br />
Por otra parte, los vuelos de larga distancia seguían siendo un reto para los aventureros. Pocos<br />
años antes, en 1927, Charles Lindbergh había cruzado el Atlántico en su legendario avión Spirit of<br />
St. Louis.Tres años más tarde, una aeronave del tipo Dornier Do-15, piloteada por Wolfgang von<br />
Gronau, unía la ciudad de Warnemünde, en el Norte de Alemania, con Nueva York.<br />
A pesar de que las primeras aerolíneas comenzaban a levantar vuelo, la aviación intercontinental<br />
de pasajeros se encontraba en sus inicios. Entre ellas, la Deutsche Lufthansa Aktiengesellschaft, fundada<br />
en 1926, se preparaba para comercializar los destinos más alejados con vuelos regulares de servicio<br />
postal: Asia y América Latina. Lo propio hacían los franceses Pierre-Georges Latécoère y<br />
Marcel Bouilloux-Lafont, creadores de la mítica línea Aéropostale, entre cuyos pilotos figuraban hombres<br />
como Antoine de Saint-Exupéry o Jean Mermoz.<br />
No obstante, para aquellos que querían cruzar el Atlántico con algo más que un equipaje de<br />
mano, el barco seguía siendo la opción obligada.<br />
No es difícil imaginarse entonces el asombro y la expectativa que causó la aparición de la plateada<br />
estructura del dirigible LZ 127 Graf Zeppelin en los cielos de <strong>Buenos</strong> <strong>Aires</strong>, el 30 de junio de<br />
1934, a las seis de la mañana. La “ballena voladora”, como la llamaron algunos de los que la vieron<br />
pasar, por sus 236,6 metros de largo y 30,5 metros de diámetro, venía en vuelo oficial desde la ciudad<br />
de Friedrichshafen. Representaba la esperanza de poder establecer, finalmente, un servicio regular<br />
aéreo para trasladar correo y pasajeros entre Europa y la <strong>Argentina</strong>.<br />
El Graf Zeppelin había sido fabricado en 1928 y ya había cruzado varias veces el océano. Con su<br />
nave hermana, el LZ 129 Hindenburg, había efectuado desde 1932 un servicio quincenal entre<br />
Alemania y Brasil. Sin embargo, para seguir viaje a <strong>Buenos</strong> <strong>Aires</strong> necesitaba un puesto de reabastecimiento<br />
que contara con la infraestructura necesaria para revisar los motores o reparar algún desperfecto.<br />
El problema quedó resuelto cuando los responsables del Zeppelin, entre ellos también su capitán<br />
Hugo Eckener, decidieron establecer ese puesto en Río de Janeiro.<br />
El primer viaje al Río de la Plata se convirtió entonces para muchos porteños en el suceso del<br />
año 1934. Desde sus primeras planas los diarios más importantes del país, como La Nación y La<br />
Prensa, habían hecho lo suyo para aumentar la expectativa. Con varios días de<br />
anticipación habían publicado extensos informes sobre los datos técnicos de la<br />
nave, que era capaz de permanecer más tiempo en el aire que cualquier otra a<br />
motor gracias a su capacidad de carga de 105.000 metros cúbicos de gas. No<br />
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