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aquà - El Dulce Nombre

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Jesús ante Anáshistoria de la Hermandad a través de sus hermanosGalería de un pasadopor Manuel y José Luis FilpoManuel Filpo Pérez (1902 - 1996)Escribir sobre nuestro padre, aun sólo resaltandolas facetas netamente cofrades, constituyeun reto por evitar añadidos de excesivasubjetividad. Gran parte de nuestros recuerdosinfantiles transcurrieron en el conventode San Antonio de Padua cuando laHermandad ocupaba un pequeño altar, alfinal, en un oscuro y recoleto rincón que,no obstante, poseía un halo íntimo,favorecedor del rezo. Todos los sábadosle daba un repaso: sacudía elpolvo con un plumero, cambiaba elagua a las jarritas de las flores, o lequitábamos los ‘mocos’ a las velasque echábamos en un saco para queel cerero los valorase. Debajo de uncuadro iluminado de Jesús ante Anásyacía un banco en cuyo interiorguardaba los más variados utensilios,incluidas las varitas, insignias poseedorasde irresistible atracción. Traía losramilletes del convento de las madres mercedarias,después de pasar un ratito de tertuliacon la religiosa a través del torno. Enocasiones charlábamos con don FernandoMorán, alma y vida de la Hermandad de la Pastora;a veces decía: «¡Qué suerte tiene usted con sus hijos!,ya ve, don Manuel, lo solo que estoy». También entornabalamentos Jaime, del Buen Fin, llamado cariñosamente‘Jaimito’. En más de una ocasión nos ayudábamos comobuenos y solitarios vecinos, hijos de un mismo Dios.Como los enseres estaban en el coro y el acceso se lograbaa través de una estrecha y lúgubre escalera de caracol, lasbajadas y subidas resultaban constantes, a veces cargadocon los antiguos y pesados candeleros de metal, dándonospena verlo, tan frágil y poco avezado para esos menesteres.Pero notábamos que nada más pisar el convento una vitalidadinhabitual lo empujaba a tareas que nunca realizaba encasa. <strong>El</strong> mencionado coro constituía un lugar tentador, sobretodo el órgano, con sus tubos y botonaduras, pedales,varillas y palancas, todo él lleno de polvo sobre el que unasustado ratón dejaba sus precipitadas huellas... En ocasiones,tomábamos la maroma para subir o bajar por unacarrucha los enseres de mayor tamaño, con algún que otrosusto al notar que nos elevaba por el exceso de peso.40 años en la mayordomíaAsí pasaron los cuarenta años de mayordomo, incluidos losanteriores y posteriores: toda una vida. Muchas veces actuabade secretario y pasaba las horas redactandoagradecimientos, pésames, recibos o convocatorias.En el pequeño piso de la calle Santa Ana radicódurante muchos años la casa de laHermandad: allí liquidaban los cobradores, olos hermanos Morales y Julio Montes organizabanla lotería de Navidad para repartirlaentre los clientes del banco Hispano,mientras nosotros ayudábamos a sellarlos talonarios. Recordamos a uncobrador, al que de vez en cuando nole cuadraban las cuentas, diciendo:«Don Manuel, inexplicable, en estaocasión llevé mucho control, ¿sehabrá usted confundido?». Volvían arecontar para reconocer finalmente ladeuda. Nos daba pena verlo, tanafligido, disculpándose, argumentandola numerosa familia a mantener, lacarestía de la vida...¡Cuán difícil resulta desligar su trayectoriavital con la de la Hermandad!, hasta elpunto que en alguna ocasión, de tantonombrarla, le decíamos: «Papá, ya estábien, ¿no existen más temas que el de laHermandad?». Cuando a Enrique RodríguezAlcalá lo destinaron a Sevilla, encontró una ayudaprovidencial, brotando una amistad entrañable, a pesarde la diferencia de edad, cariño proyectado a sus respectivasesposas. Le alegábamos a qué podía deberse la escasacolaboración, si la nómina de hermanos alcanzaba losquinientos... Siempre encontraba disculpas, indicándonosque en esta vida todos resultábamos necesarios: los hermanosnazarenos, quiénes aportaban económicamente y,por supuesto, los pocos que llevaban las tareas diarias.Aquellos cabildos se celebraban en la antigua capilla de laOrden Tercera, sentados sobre unas toscas arcas de lasusadas en los cuarteles para guardar intendencias; los conciliábulostenían un estricto ceremonial,de un escrupuloso respeto hacia lasopiniones diferentes, ya los presididospor don Manuel Noriega o pordon Miguel Lasso, por poneralgunos ejemplos. Presentaba lascuentas al céntimo, los gastos másinsignificantes quedaba detallados.Don Miguel anticipaba: «Seguro quedon Manuel relatará como siempre yminuciosamente las partidas: el preciodel estropajo, la media docenade tornillos, la botella de lejía...«Tenía a sus padres y otros cuatro hermanos en la Argentina y, cuandoaquel país estaba con una rica economía, la familia le animó a marchar.La disyuntiva tenía gran calado, pero renunció»62 Cuaresma2006

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