TerBi Nº 6Asociación Vasca de CF Fantasía y TerrorPor si todo eso fuese poco, Bella Muriela iguala el record, entre todas las concursantesde la historia (certificado por expertos) de la mínima producción de ventosidades, con¡increíble! “menos de dos litros de gas por hora”, lo que la convierte, tal y como destacó ensu discurso el presidente del jurado que la eligió entre doscientas candidatas, en: “una de laspocas mujeres con la que un hombre sano podría sobrevivir más de cuatro horas, sinmáscara antigás, encerrado con ella en un ascensor averiado”.Y, como colofón, Bella Muriela posee una generosidad de espíritu y un altruismo tanelevado que ha accedido, a petición de nuestro presidente, Burt Mandel, a casarse con usted,independientemente de su aspecto, si se decide a aceptar nuestra oferta de asilo y unacompensación económica que le permitiría vivir el resto de su vida con los mayores lujosque nuestra sociedad puede proporcionar.Esperamos, tanto Bella Muriela como nosotros, ansiosos su decisión.Benjamín extendió su pinza hacia el botón de encendido de los motores, pero sedetuvo, atónito, al percatarse de que Saúl no había emitido ninguno de sus habitualesbufidos.Se volvió hacia él. Su mirada iba una y otra vez desde la pantalla en la que se veía unajarra de Mastela, perlada de condensación y con un chorrito de espuma derramándose por unborde, a otra que mostraba a la Bella Muriela, acicalándose voluptuosamente el mostacho.Después de unos segundos de intensa concentración, Saúl dijo:-Bueno… Puede pasar…José Manuel GonzálezMi infancia transcurrió en un barrio de Sestao, bajo la sombra y los humos de AltosHornos de Vizcaya, donde trabajó mi abuelo, mi padre y una buena parte de mifamilia. Aún recuerdo el olor de la leche en polvo que todas las mañanas nos dabanen la escuela, y como nos hacían formar, a lo militar, antes de ponernos a la cola.160
TerBi Nº 6Asociación Vasca de CF Fantasía y TerrorComencé el bachillerato en un colegio religioso, aunque pronto me pasé a educaciónpública debido a un cambio de domicilio. A los diecisiete años tuve una experienciaque cambió mi forma de ver el mundo y me marcó para el resto de mi vida: duranteun año viví, estudié y trabajé en Toronto.Allí conviví con los restos de la cultura hippie, que aún se negaba a morir en aquellado de la frontera americana. Para mi mente de adolescente educado en elpuritanismo franquista, el choque fue brutal y la conmoción me transformó.De vuelta a nuestro país, terminé mis estudios, conseguí un trabajo en la filial deuna multinacional suiza como técnico de servicio de equipos de análisis y control y,paralelamente, comencé a practicar deportes de los llamados “de riesgo”, a loscuales siempre he sido adicto (algunos lo llaman adicción a la adrenalina).El deporte que en el que más lejos he llegado es el vuelo libre, o vuelo en ala delta.Curiosamente, este deporte es el responsable de que me decidiera a escribir. Trasmis primeros éxitos en competición, una revista deportiva me pidió que le enviase unartículo sobre un campeonato que acababa de celebrarse. Me sentí tan bienescribiéndolo y fue tan bien acogido que al poco ya era colaborador habitual de larevista, y ocasional de otras, incluso de contenidos generalistas.Mi etapa de articulista terminó unos años después, cuando escribir un artículomensual se transformó, para mí, en una obligación más que un en placer. Aunqueeconómicamente compensaba el esfuerzo, no me sentía bien escribiendo solo pordinero, así que lo dejé.Durante los siguientes años, mi compromiso con la empresa fue aumentando, hastaque me sentí un poco atrapado. Apenas tenía tiempo para mis aficiones y fuigestando la idea, en complicidad con mi mujer, de dejarlo.Con el cambio de siglo, los dos dejamos nuestros trabajos al mismo tiempo. Losaños siguientes fueron los mejores de nuestras vidas (hasta el momento). Por finpudimos viajar sin plazos establecidos y dedicarnos a nuestras aficiones, y, sin lacarga mental del trabajo, pude escribir a placer relatos del género que me haapasionado desde niño: la ciencia ficción.Comencé con cuentos cortos y, tras leer las bases del certamen Alberto Magno, mepasé a la novela corta, ya con la intención de presentarme a este concurso. Antes dehacerlo, envié, como experimento, un cuento a un certamen que la Fundación deDerechos Civiles convocaba en Madrid. Inesperadamente, premiaron mi relato, nospagaron el viaje y la estancia a mi mujer y a mí, y, como detalle interesante y bonito,en la ceremonia en la que entregaron los premios, un grupo teatral representó lasobras.No tenía pensado presentarme aún ese año al certamen Alberto Magno, porquejuzgaba lo que había escrito hasta ese momento como no lo suficiente bueno. Sinembargo, la inyección de moral que me proporcionó el premio de la Fundación, hizoque, a toda prisa, modificara un relato inconcluso.En apenas tres días retoqué, amplié y terminé “El desastre de Enfer”, de solo treintapáginas, lejos del límite de cincuenta que fijaban las bases (es el relato más cortoque me han premiado en el concurso).Lo presenté el último día, un poco desanimado por no haber conseguido darle másextensión, y el resultado fue de nuevo inesperado: me concedieron el segundopremio.A pesar de que las dotaciones de los premios que había recibido hasta entonces noestaban mal, nunca pensé en dedicarme a la literatura como medio de vida. Lospremios son impredecibles, publicar es difícil y el trabajo de articulista es arduo yaburrido, así que, tras dos años sabáticos, regresamos, mi mujer y yo, al mundolaboral.Fundamos una pequeña empresa de diseño Web, para lo cual tuve que volver aestudiar. El nuevo trabajo y los estudios apenas me dejaron tiempo para escribir,pero, durante los últimos años he conseguido presentarme regularmente al AlbertoMagno y publicar un libro con una recopilación de los relatos premiados y finalistasen ese periodo. Finalmente, hace tres años, la crisis golpeó, como a otras muchas, a161