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TerBi Nº 6Asociación Vasca de CF Fantasía y Terrorun solo instante. Lilith no me perdía de vista ni siquiera dentro de aquellos mundos virtuales,algo lógico, ya que; en última instancia, ella misma era la encargada de crearlos. A veces meparecía reconocerla en la cara de un transeúnte, o veía sus ojos en los del rival de un juegode guerra; no obstante, se mantenía en silencio y se limitaba a observar. Finalmente tambiénme harte de esta clase de semivida, pues no hay hombre que pueda sufrir la enfermedad delalcohol y de las drogas sin acabar loco después de un cierto tiempo, ni tener el corazón tanfrío como para no sentir remordimientos tras cometer un asesinato virtual tan perfectamenterecreado que sería imposible distinguirlo en los recuerdos de uno cometido en el mundo real.Y Lilith volvió a romper su mutismo. Un día estaba sentado en la barra de un bar, elER simulaba a la perfección el aroma mezcla de limpiador, tabaco, perfume barato ydesesperación de cierto tipo de antros, cuando una botella de Jack Daniels se cayó delestante de cristal que la sostenía. La camarera, una dama cuyos días de mayor belleza habíanpasado hacia tiempo, maldijo por encima de la música, se giró y me dijo:-Capitán, tenemos que hablar.03. Principio de incertidumbre.Paré durante un par de minutos para descansar, no llegué a sentarme, ya que sabía queeso haría más difícil el levantarme después, pero si me permití un trago de la cantimplora.Me giré y contemplé con satisfacción el camino recorrido en las últimas cinco horas. Elpueblo parecía una maqueta en la distancia, la carretera que salía de él serpenteaba a travésdel bosque transformándose en pista de grava primero y en sendero embarrado después, paraacabar desapareciendo cuando el terreno se hacía más abrupto. Cumbres de arenisca surgíanpor todos lados como crestas de inmensas olas pétreas que saltaran por encima del maresmeralda de la pradera alpina, la montaña no llegaba a los mil quinientos metros, pero esono era lo importante. Guardé la cantimplora y acometí el tramo final, la cumbre no estaría amás de cien metros, pero la ladera por la que subía tenía una enorme inclinación, a cada pasonotaba como se tensaban los músculos de mis pantorrillas, gotas de sudor me cegaban losojos, pero seguí forzando un paso tras otro, concentrándome respirar, inmerso en esa especiede trance que produce el esfuerzo físico. Antes de que me diera cuenta había llegado a lacima, una soleada explanada de hierba con un megalito en su centro cuyo significadodesconocía.171

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