PATINTERNACIONALArchivo del Café TortoniLos mozos de los cafés porteñossuelen conocer los hábitos,los gustos y el nombre de losparroquianos.El Tortoni, fundado en 1858 y aún vigente, es uno de los cafés máscélebres de Buenos Aires.DE L A MANO DEL TANGO“Mañana jueves se abre una casa de café en la esquina frenteal colegio, con una mesa de billar, confitería y botillería”, decíael periódico Telégrafo Mercantil del 4 de junio de 1801. Fue laprimera mención en la prensa de dichos locales, que partieronen esta ciudad como un almacén-fiambrería con un despachode bebida y café al costado. Los dueños, en su mayoríainmigrantes gallegos, asturianos o italianos, vivían atrás o enlos altos de la propiedad. Con el tiempo, los almacenes fueroncerrando y pasaron a funcionar como bar y café o confitería(con variedad de dulces de fabricación propia), y algunosagregaron billares.Instalados a comienzos del siglo XX, los cafés del centro secaracterizaban por sus mesas y sillas Thonet, apliqués de broncecon vidrios tallados a mano, anillos —también de bronce—en las columnas, vitrales, baldosas de vidrio pintado para lasparedes, piso en damero, mostrador de estaño y mármol,vidrios biselados para separar el café del bar o billar, vitrinasde roble y mozos profesionales que conocían el nombre delos clientes y charlaban con ellos (todavía existe la tradicionalcarrera de garzones con bandeja en la Avenida de Mayo).Desde su origen estuvieron asociados al tango. Fue en algunoscafés donde se compusieron muchas canciones memorables,como por ejemplo los tangos Sur, Mi taza de café y Muchachode cafetín, todos escritos por Homero Manzi en el local quehoy lleva su nombre. Además, la bebida es el tema mismo denumerosos tangos, como en el caso de Cafetín de Buenos Airesde Santos Discépolo, El último café de Castillo, Viejo Tortonide Héctor Negro, Café de Barracas de Cadícamo (y el mismoCadícamo, en homenaje al tanguero habitué de la Puerto RicoCafé), Café para dos de Canaro, Cafecito de mi barrio de Laino,entre muchos otros. En todo caso, la vida cultural de los cafésiba más allá del tango. En el palco del Café de los Angelitostocaba la orquesta de señoritas de las hermanas Cacase. ALos Laureles, en Barracas, iba Ángel Vargas, el ruiseñor de lascalles porteñas; y la peña del Tortoni era visitada por GarcíaLorca y Pirandello. Cuentos, novelas y poemas fueron escritoso transcurren en cafés. Borges y Bioy Casares iban a La Biela;Gombrowicz, al Rex; García Lorca, al Tortoni; Roberto Arlt yAlfonsina Storni, a Las Violetas; los intelectuales de izquierda,a La Paz, César Aira a un café de Flores, y así.14 Primavera, 2013 / Nº <strong>57</strong>
María AramburúMaría AramburúUNA REL ACIÓN AMOROSAHoracio Spinetto, arquitecto, pintor aficionado, museólogo,historiador de la ciudad, miembro de la Academia delTango y presidente de la Comisión de Cafés Notables, vapor su tercer café del día en La Poesía de San Telmo. Lopide “clarito”, porque ya no le da el cuerpo. “Lo notable”,dice, “no son los cafés, sino la relación intensa que tienencon ellos los porteños, y que determina que, a pesar de lascadenas modernas, continúen teniendo su público”. Por eso,según dice, el próximo año la ciudad postulará a inscribir elhábito del café en la lista de Patrimonio Cultural Inmaterialde la Unesco.Aunque se quejen de su economía, los porteños sacrificanotros gastos para tomar café tres veces al día. “Es comoun patio en común para los que viven en departamentospequeños”, comenta Carlos, propietario del café Mar Azul.Y Mónica Ávila, directora de colegio, cuenta allí que, duranteun viaje a Entre Ríos, tuvo que hacer tiempo y buscó un café.En el pueblo, formado por inmigrantes alemanes del Volga, ledijeron que no había cafés porque allí “se trabajaba”. Es que“el tiempo del café es el tiempo improductivo”, asegura elescritor Strafacce.“Venía aquí desde que comencé a caminar. La gente esparte de mi casa: los veo y los trato más que a mi familia”,asegura Jorge García en La Embajada. A media cuadra de laseñorial Avenida de Mayo, el recinto parece el club socialde algún pueblo asturiano, y las baldosas alrededor de labarra mantienen la huella de los zapatos que las gastaron.En el subsuelo del 36 Billares, en tanto, una docena dehombres juegan. Mientras, a la tradicional confitería LasVioletas continúan yendo religiosamente las señoras delbarrio Almagro a tomar el té, y El Banderín cerró la callepara festejar sus nueve décadas. Por su parte, en CorrientesA la izquierda, el café Varela Varelita, en la esquina de ScalabriniOrtiz y Paraguay. A la derecha, el café La Poesía, en el barrio deSan Telmo.Borges y Bioy Casares ibana La Biela; Gombrowicz, alRex; García Lorca, al Tortoni;Roberto Arlt y Alfonsina Storni,a Las Violetas.sigue el Gato Negro, con su venta de especias, La Giralda,con sus churros, y La Academia con sus mesas de billar. Enuna mesa se discuten los amoríos de una vedette, y luegose preguntan si acaso uno de los parroquianos se sigueinjertando pelo. “Se lo hizo tres veces. Iba a los bailes yse acomplejaba. Pero yo no lo haría, aunque me regalen eltratamiento”, comenta alguien.L A OL A DE DEMOLICIONESA mediados de los 70, muchos de estos cafés estuvieron alborde de la quiebra ante la ola “modernizadora” que retiróparqués, revestimientos, bronces y mármoles para instalarjardines de invierno con vidrios comunes, plantas plásticas,iluminación dicroica, muros en tonos pasteles y servicio derestorán. La competencia, para los que siguieron en pie, fuecruenta. Muchos de ellos, aunque ya formaban parte de lahistoria política y artística de la ciudad, se vieron obligadosa cerrar. Como el Café de los Angelitos, fundado en 1890 yque bajó las cortinas en 1993. Liliana Varela, subsecretaria dePatrimonio Cultural, cuenta: “Desde que tengo uso de razónfue un desastre. Yo misma firmé la orden de demolición,15