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Publicaciones\DIBAM\archivos\PAT_57

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“TEJER ME SALVÓLA VIDA”Con creatividad y audacia, reinterpretó la identidad chilena ylatinoamericana a comienzos de los 70. Sus abrigos, chalecos y vestidos—tejidos con lanas chilotas, cosidos en tela cruda de osnaburgo y lino,o bordados en hilos de seda— florecieron en un contexto marcadopor la estética hippie, la búsqueda de nuestras raíces y el fomento dela industria nacional. Hoy, a los 82 años, María Inés Solimano siguedefendiendo su propuesta.Por Catalina Mena / Fotografías de Jorge Brantmayer y archivo María Inés SolimanoAvanzar punto a punto, aguzar elojo, detectar el error, deshacery volver a empezar: para InésSolimano el tejido ha sido una metáforade la vida misma. Gracias a este oficioconsiguió autonomía económicadesde muy joven y, más allá de lopráctico, logró desplegar su creatividad,asentándola en el rigor y la nobleza de untrabajo artesanal que ha trascendido lasmodas pasajeras.La historia se remonta a cuandotenía cinco años y su abuela maternale enseñó a tejer entregándole, sinsaberlo, un conocimiento que marcaríasu vida: nunca más dejó de tener unpar de palillos en las manos. Comouniversitaria —estudió pedagogía enHistoria— confeccionaba sus propiosvestidos y chalecos porque no teníaplata para comprar ropa. Tras terminarla carrera en los años 60, administróun centro de arte y artesanía que habíafundado en conjunto con el mueblistaaustríaco Marc Buchs. Algunos de loscreadores más notables de la épocaexhibían ahí piezas especialmentefabricadas para ser vendidas en el lugar.Como Ricardo Irarrázabal, por ejemplo,que exponía allí sus cerámicas, y JuanEgenau, que mostraba sus platos, olos hermanos Castillo, escultores, queofrecían lámparas de metal.Inés se encargaba de los contactos.Convocaba a los artistas, les proponíaideas para hacer objetos más comercialesy, cuando viajaba, les traía lanas, piedrasy metales para sus trabajos. La galeríaera una aglutinadora de los círculosculturales de la época. El fotógrafoSergio Larraín y el escritor José Donoso,por ejemplo, eran visitantes frecuentes.“En ese tiempo había mucho interés porlas raíces. Los clientes estaban ávidos deobjetos chilenos; se sentían orgullososde lo propio”, cuenta Inés.Después de este centro manejó suspropios talleres: en la Casa de la Lunaen calle Villavicencio y, luego, Pointen plena Providencia, que llegó a seruna boutique famosa. “La cosa empezóa tomar vuelo. Hacíamos vestidos,túnicas, faldas, todo muy dominadopor el estilo hippie que reinaba en laépoca”, recuerda. En 1975 murió suesposo, el conocido periodista LuisHernández Parker. Viuda y con doshijas, Inés tuvo que armarse de valor yreaccionar rápido para sacar adelante asu familia. En 1981 se trasladó a una casaantigua en Bellavista, donde aún vivey trabaja y desde donde ha mantenidouna clientela cautiva, que valora el sellode autor que caracteriza sus prendas.Hoy, con casi 50 años de trayectoria, hadejado de hacer costura y en su tallersolo se confeccionan tejidos. En los que,por cierto, todavía mantiene el sello desus ponchos y chalecos con diseños ycolores inspirados en el paisaje, aunquesu fuerte son delicados vestidos denovia tejidos a palillo con hilo de seda.Muchas chilenas pagan hasta un millón53

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