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WERNER JAEGER - Introducción a los Estudios Literarios UNRN

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las normas más altas y a partir de premisas universales, el uso frecuente de ejemp<strong>los</strong>míticos, considerados como tipos e ideales imperativos, todos estos rasgos tienen suúltimo origen en Homero. Ningún símbolo tan maravil<strong>los</strong>o de la concepción épica delhombre como la representación figurada del escudo de Aquiles tal como lo describedetalladamente la Ilíada. 56 Hefestos representa en él la tierra, el cielo y el mar, el solinfatigable y la luna llena y las constelaciones que coronan el cielo. Crea, además, lasdos más bellas ciudades de <strong>los</strong> hombres. En una de ellas hay bodas, fiestas, convites,cortejos nupciales y epitalamios. Los jóvenes danzan en torno, al son de las flautas ylas liras. Las mujeres, en las puertas, <strong>los</strong> miran admiradas. El pueblo se halla reunidoen la plaza del mercado, donde se desarrolla un litigio. Dos hombres contienden sobreel precio de sangre de un muerto. Los jueces se hallan sentados sobre piedras pulidas,en círculo sagrado, <strong>los</strong> cetros en las manos, y dictan la sentencia. La otra ciudad sehalla sitiada por dos ejércitos numerosos, (61) con brillantes armaduras, que quierendestruirla o saquearla. Pero sus habitantes no quieren rendirse, sino que se hallanfirmes en las almenas de las murallas para proteger a las mujeres, niños y ancianos.Los hombres salen, empero, secretamente y arman una emboscada a la orilla de unrío, donde hay un abrevadero para el ganado, y asaltan un rebaño. Acude el enemigoy se da una batalla en la orilla del río. Vuelan las lanzas en medio del tumulto,avanzan Eris y Kydoimos, <strong>los</strong> demonios de la guerra, y Ker, el demonio de la muerte,con su veste ensangrentada, y arrastran por <strong>los</strong> pies a <strong>los</strong> muertos y heridos. Haytambién un campo donde <strong>los</strong> labradores trazan sus surcos arando con sus yuntas y a lavera del campo se hallan un hombre que escancia vino en una copa para su refrigerio.Luego viene una hacienda, en tiempo de cosecha. Los segadores llevan la hoz en lamano, caen las espigas al suelo, son atadas en gavillas, y el propietario estásilencioso, con el corazón alegre, mientras <strong>los</strong> sirvientes preparan la comida. Unviñedo, con sus alegres vendimiadores, un soberbio rebaño de cornudos bueyes, consus pastores y perros, una hermosa dehesa en lo hondo de un valle, con sus ovejas,apriscos y estab<strong>los</strong>; un lugar para la danza donde las muchachas y <strong>los</strong> mozos bailancogidos de las manos y un divino cantor que canta con voz sonora, completan estapintura plenaria de la vida humana, con su eterna, sencilla y magnífica significación.En torno al círculo del escudo y abrazando la totalidad de las escenas, fluye elOcéano.La armonía perfecta de la naturaleza y de la vida humana, que se revela en ladescripción del escudo, domina la concepción homérica de la realidad. Un gran ritmoanálogo penetra la totalidad de su movimiento. Ningún día se halla tan henchido deconfusión humana que el poeta olvide observar cómo se levanta y se hunde el solsobre <strong>los</strong> esfuerzos cotidianos, cómo sigue el reposo al trabajo y la lucha del día ycómo el sueño, que afloja <strong>los</strong> miembros, abraza a <strong>los</strong> mortales. Homero no esnaturalista ni moralista. No se entrega a las experiencias caóticas de la vida sin tomaruna posición ante ellas, ni las domina desde fuera. Las fuerzas morales son para él tanreales como las físicas. Comprende las pasiones humanas con mirada penetrante y56 6 S 478 ss.59

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