Limpieza social
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<strong>Limpieza</strong> <strong>social</strong><br />
Una violencia mal nombrada<br />
jurídicas, miembros de sus cuerpos de administración de justicia<br />
participan de modo directo en las ejecuciones. Para los Rogelios,<br />
si el Estado no solo no dice ni hace nada, sino que además hace<br />
parte de los escuadrones de la muerte, ¿por qué no ponerse la capucha<br />
y comenzar a limpiar?<br />
Sin embargo el silencio no basta, es necesaria una justificación<br />
“moral”. Los temores que recorren una sociedad asustada,<br />
tanto en Colombia como en el mundo entero, amasan y ponen<br />
en circulación los discursos de donde extraer las razones de una<br />
argumentación. Si el planeta entero está comprometido a fondo<br />
en una guerra contra las drogas y la inseguridad —una guerra<br />
que arrastró al país a una crisis que no termina de tramitar—, poniendo<br />
en marcha gigantescas máquinas de muerte que persiguen<br />
y aniquilan en nombre de la tranquilidad, ¿no resultan heroicos<br />
los Rogelios que “limpian” los “viciosos” que no paran de azotar la<br />
convivencia barrial? Se lee en la prensa y se escucha en el televisor,<br />
dicho en el mismo lenguaje que les permite enarbolar la bandera<br />
de la “heroicidad”: en otras calles de la ciudad y en otros tantos<br />
lugares del país existen quienes se enfrascan igual en la tarea de<br />
extirpar los males de la vida local, prescindiendo de la “escoria”<br />
que “ensucia” el vecindario y “no deja vivir en paz”.<br />
Por demás, la práctica posee una larga historia en el barrio,<br />
arrancó desde el momento mismo en que la vida local comenzó<br />
a nacer. Algunos dignatarios y dignatarias de las juntas de acción<br />
comunal acuden a ella ante cada ocasión en que se ven confrontados<br />
con el problema de la seguridad —recogiendo una incitación<br />
institucional lanzada en medio de una precaria presencia<br />
estatal—, mientras cada actor local que alcanza una capacidad<br />
armada apela al expediente en el intento de ganar audiencia entre<br />
la población: lo hicieron grupos paramilitares y también bandas<br />
delincuenciales, las que no cesan de hacerlo.<br />
De ese apretado tejido se nutre la circulación pública del consentimiento<br />
<strong>social</strong> que sostiene el exterminio, un tenaz entrecruzamiento<br />
de discursos y prácticas que aquí se han dado en llamar<br />
mediaciones pasivas, activas y locales, puestas en escena a lo largo<br />
de estas páginas en sus protagonistas y sus modos de operación.<br />
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